-Contame, para el que nunca entró a H enciclopedia, qué se puede encontrar en esa web.

-Mucha gente entra a H enciclopedia y no se entera. Porque Google los manda y entran a la página directamente. Mucha gente busca, por ejemplo, “Platón”, y cae en H enciclopedia. Porque hay un muestrario de temas importante, hay muchos artículos y está bien catalogado por Google, que le da lugares prioritarios en las búsquedas.

-¿Cómo comenzó H?

-Surgió en 1999. Fue una idea que tuve al ver la penetración que ya en ese momento tenía internet, y tomando en cuenta mi participación en algunos medios uruguayos. En ese momento yo era columnista de Insomnia, en Posdata, y me di cuenta de que internet tenía la posibilidad de almacenar todo, algo que no sucede con los diarios, con las revistas. Había cosas que habían salido en su momento, por ejemplo La República de Platón, del diario La República, que la dirigía Sandino Núñez. Ahí había cosas que eran interesantes y que valía la pena volver a poner en circulación en internet. Las mismas cosas que había en Insomnia, y que también valían la pena…

-Viste en internet la posibilidad de una enciclopedia que se fuera construyendo.

-Exacto. Claro, por eso es enciclopedia con H, porque se construye al revés. No se construye a partir de la necesidad de encontrar contenidos para llenar la próxima letra, sino que lo que existía se iba indexando de acuerdo a las letras.

-Es decir, la necesidad del momento generaba el artículo, que luego sería indexado y conservado…

-Sí, y tiene un registro, que todavía gusta bastante a pesar de los cambios en internet: el de los vínculos internos, una cosa que lleva a la otra. Esto fue anterior a Wikipedia, que, claro, es una red global y tiene un desarrollo tecnológico enorme. Pero sí percibí de alguna forma la necesidad de enciclopedizar saber en internet de una forma accesible. Y digamos también otra cosa: Uruguay se encerró. Uruguay estaba totalmente encerrado. Yo recordaba que la cultura uruguaya era la cultura de Marcha, una publicación que se leía en toda América Latina. Pero para los 90 la cultura uruguaya era una toldería. Entonces, internet daba la posibilidad de intercambiar con gente de fuera, con gente de cualquier parte que pudiera leer. En aquel momento había muchos más lectores de escritura uruguaya desde fuera del país que desde dentro. Yo veía la necesidad de que pensáramos como seres humanos, no como uruguayos; como gente capaz de discutir con cualquiera. Los temas están ahí y uno puede hablar. Todavía perdura ese fervor estúpido de la identidad nacional, que en aquellos momentos era obligación. Ahora se hace una ley de medios que dice que se tiene que respetar la identidad nacional. No saben de qué están hablando. Digamos, yo, hasta el día de hoy, no me enteré de qué es la identidad nacional: pero cuando la identidad nacional es una cosa que sólo parece indicar que uno debe tomar mate y escuchar murga, estamos en problemas. Verdaderamente va en contra de la cultura y es una forma de fascismo.

-Entonces fue contra ese espíritu que empezaste a buscar maneras de usar internet…

-Claro. Era una herramienta que estaba ahí. Pero una cosa es empezar una página, y otra, que era lo más difícil en aquel momento, entender qué se hace con un medio en internet. Un medio en internet, para usar un término cliché, tiene que ser inclusivo. ¿Vas a rechazar a alguien, vas a hacer una bolsa? O si no, vas a hacer una publicación cerrada, lo cual no tenía mucho sentido dado lo que queríamos hacer. La generosidad de Insomnia, de Aldo Mazzucchelli en aquel momento, que me dijo “llevate lo que quieras”, hizo que para aquel momento la página fuese muy profesional, que los contenidos fuesen muy profesionales. Eso desestimulaba al escritor amateur y antojadizo, y casi no recibíamos, y así siguió hasta estos años, materiales que tuviésemos que rechazar. La calidad de los materiales funcionó como un filtro.

-¿Qué está haciendo H enciclopedia ahora?

-Desde agosto del año pasado empezó a sacar una columna semanal. Se llama Interruptor, tiene un consejo editorial integrado por Sandra López Desivo, por mí, por Gustavo Espinosa, por Carlos Rehermann y por Aldo Mazzucchelli. Menos Sandra, que es la editora, todos escribimos columnas para Interruptor. Fue creada con el fin de intervenir, desde la cultura, en la esfera pública uruguaya, algo que parecía prohibido en los últimos años. Notábamos que los medios uruguayos, los pocos que sobrevivían, no estaban muy dispuestos a publicar determinadas cosas. Y entonces fuimos hablando, pensando que teníamos este medio hecho entre todos y que hace mucho que está ahí… Lo que yo pensaba, más que nada, era: algo hay que hacer. Porque la situación era insostenible para un intelectual. Y la palabra “intelectual” hay que decirla todavía, aunque le caiga gorda a alguna gente. En la medida en que uno se ha dedicado toda la vida a esto, ha estudiado, ha trabajado, etcétera, uno es un intelectual, y la verdad es que lo que sucede estos días es espantoso para un intelectual. No se abrían espacios que solicitaran la intervención de un intelectual, y ahí nos dimos cuenta… nosotros tenemos el medio, ¿por qué no lo usamos? Hagámoslo desde ahí y veamos. Y yo supongo que, más allá de los 16.000 y pico de suscriptores que tiene al día de hoy, Interruptor está teniendo mucha repercusión. Las pocas veces que salgo, la gente con que hablo me lo dice; otra gente nos escribe comentarios relativos a cada columna, y así.

-La idea de generar vos mismo o ustedes mismos ciertos espacios que no estaban disponibles, ¿también la podemos vincular con otra dimensión de H, que es la editorial?

-La propuesta de la editorial fue desarrollada con Carlos Rehermann. Habíamos hablado de entrada de hacer un clúster de proyectos que tuvieran que ver con la cultura, y Carlos desde un principio estuvo a cargo de H Editores.

-En H Editores salió tu novela Artigas Blues Band…

-Y la primera novela de Gustavo Espinosa, el primer libro de ensayos de Óscar Larroca, la obra completa de Amanda Berenguer, publicó Sofi Richero y ahora acabo de publicar Cielo ½. Y publicó un par de libros míos más, Semidiós y Buenas noches América.

-¿Estás de algún modo detectando un vacío en el medio editorial uruguayo?

-Bueno, para que Alfaguara publicara a [Mario] Levrero, Levrero se tuvo que morir. Levrero era el mismo escritor siempre, pero no lo publicaba ninguna editorial importante. Hay una cita que me parece muy sabia de Bustos Domecq: “El buen actor sólo entra a escena cuando han construido el teatro”. Pero la lección con Uruguay es que el teatro nunca existe: hay que construirlo, desde la época de Herrera y Reissig, de la generación del 45, que también tuvo que hacer editoriales. A los artistas e intelectuales les es obligado andar con un tablado ambulante, porque las puertas se cierran mágicamente, las cosas decaen en entropía, se vuelve todo muy dificultoso y uno no sabe por qué… y entonces hay dos posibilidades: ponerse a llorar y ese tipo de cosas o hacer algo si es que uno cree que tiene algo para hacer o para decir. Hay que combatir con los hechos: no hay obligación de no pensar, de no discutir, de no elaborar intelectualmente. Hoy parece haber desaparecido la figura del editor de cultura: el editor que no está sólo para vender libros, sino que entiende que una editorial es un proyecto cultural. Las editoriales tienen que volver a ser un proyecto cultural: ésa es la razón de ser de una editorial. Veo que en Argentina están volviendo a salir editoriales; hay que recuperar el lugar que han tomado, y no para bien, las editoriales españolas, en particular las catalanas. Buenos Aires y Argentina están tratando de recuperar el lugar, y cada uno tendrá que hacerlo en la medida de sus posibilidades. La imagen de las últimas décadas es una imagen muy torpe; una imagen vale más que mil palabras. Eso es mentira. Una imagen no vale nada. Una palabra vale un millón de imágenes; una imagen sin un pie de foto no quiere decir nada. Parece que la reflexión intelectual debiera estar abolida por la inmediatez de la comunicación de la imagen, pero ésa es la comunicación de nada. La obligación de todos los que escribimos es restituir sentido a la palabra, y para hacerlo hay que recurrir a los medios que estén a nuestra disposición.