Arrancaron con una polenta sorprendente. Las primeras llegadas de los franceses a la defensa celeste demostraron la fuerza que tenían los galos, y eso siempre incomoda, tanto en la cancha como en la tribuna. Sin embargo, la gran llegada de peligro la tuvo Nico López, quien después de un error de la zaga quedó mano a mano con el muro amarillo que llegó para tirarla al córner.

Uruguay contaba con el aguante celeste y el de los turcos, que le permitieron ir para adelante cuando tenía que hacerlo y abroquelarse cuando fue necesario. Fede Gino Acevedo y Seba Cristóforo se repartieron la mitad de la cancha para combatir los avances de los franceses, que tenían en Pogba un clase A que terminó siendo elegido el mejor del campeonato.

Gastón Silva, tiempista para los cierres; José María Giménez, vivo para cortar el juego; Gianni para trepar y el Indio Velázquez demostrando mucha seguridad en su vuelta a la titularidad, que había perdido por aquella luxación en Florida, antes de partir, que casi lo deja fuera del campeonato. La defensa celeste tuvo un rol protagónico en un partido de mucho ida y vuelta. Atrás estaba Guillermo de Amores, que tuvo una sucesión de tres pelotas seguidas en los últimos minutos del tiempo regular, felizmente resueltas por el excelente arquero de Liverpool, que permitieron llegar al suplementario.

La entrada de Giorgian de Arrascaeta le dio un tiempo más de juego al equipo: una pausa más, la retención de la pelota y pases ajustadísimos que hicieron daño en la defensa francesa. Uruguay realmente jugó bien, hizo un partido inteligente y muy trabajado, de esos laburos que cuestan pero que, al mismo tiempo, sabés que les podés encontrar la vuelta.

El estadio se silenciaba y la tensión era medida por el marcapasos sonoro que llegaba desde las tribunas. No era un partido más para nadie, ni siquiera para los miles de turcos que estaban ahí y cantaban cada vez que aparecían las autoridades, para repudiarlas. Cada ataque, un sufrimiento. Esos momentos en que todo se congela y no sabés cómo reiniciarte. Todo se pone cálido y emocionante cuando ves que está ahí, que puede ser; por ejemplo, cuando al final el de Nuevo Berlín, Giorgian de Arrascaeta, pone un pase medido para Avenatti, que rola justo, hace un control exacto y define sobre la muralla amarilla, el arquero frances Aréola, que apenas, pero apenas, se queda con el tiro y con el campeonato, como después lo reafirmaría en los penales.

Los 120 minutos no fueron suficientes y la final del mundo se definió por penales, con ese resultado que todos conocemos y tanto nos duele. Uruguay no pudo quedarse con la copa y estuvo muy cerquita, por eso es que te amarga más. Por suerte, esto sigue y los pibes todavía tienen mucho por adelante.

Yo me vine hasta Estambul y me voy con una sensación extraña: la de ese mate recién hecho y que en la primera cebada sabe amargo, muy amargo, pero que con gusto me tomo todos los días, esperando el próximo. ■