La sala del Laboratorio de Lenguajes Transversales (labLT) es chica pero estaba llena. Inaugurado en marzo de este año, el centro cultural se ubica en San Salvador esquina Javier Barrios Amorín, en Montevido, y está dedicado a la investigación, desarrollo y presentación de proyectos artísticos y museográficos que cruzan el arte con las nuevas tecnologías. El tema: un debate en retrospectiva y prospectiva en torno al Manifiesto del arte robótico, proclamado por primera vez en 1996 en Helsinki, Finlandia, por Eduardo Kac y Marcel-lí Antúnez con motivo de la muestra Metamáquinas: ¿dónde está el cuerpo?

Máquinas que enseñan

Schroeder estudió Bellas Artes y Comunicación, y descubrió la robótica en el arte uruguayo gracias al colectivo Esto no es Magritte y a la obra Aeropónica, de Juan Perazzo y Marcelo Vidal, una “planta” artificial de diez metros de alto que ocupó en 2010 las escaleras del Centro Cultural de España y que, por medio de sensores, interactuaba con el público que pasaba a su lado abriendo y cerrando sus flores. Luego, trabajando en la Facultad de Ingeniería, conoció las experiencias que se llevan a cabo allí. En 2012 estrenó Autómatas, documental de 26 minutos dirigido por ella y hecho con un equipo mínimo, que registra las incursiones uruguayas de robótica con fines artísticos y educativos. Reconoce el espíritu lúdico de los creadores locales de robots, que para ella son “como niños grandes”.

En el documental aparece el Proyecto Butiá, nacido en el Instituto de Computación y el Departamento de Diseño Mecánico de la Fing, con apoyo de la Administración Nacional de Enseñanza Pública y la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, que como objetivo tiene generar robots con fines educativos que interactúen con las XO del Plan Ceibal y ha recorrido escuelas de todo el país. También se muestra el torneo anual de robots luchadores Sumo.uy y la edición uruguaya de Dorkbot, el encuentro de arte y electrónica que ya va por su quinta edición.

Schroeder explica que sus próximos pasos serán liberar el documental en internet y continuar investigando en temas de arte y nuevas tecnologías, tal vez en otro documental pero con mayores fondos y un equipo con más cabeza de profesional que de estudiante.

Luego de la proyección del documental Autómatas, fue Jimena Schroeder quien moderó la mesa integrada por Jorge Visca (docente de la Facultad de Ingeniería, [Fing]) y ocasional actor en películas como Ruido y Los días con Ana), Pablo Benítez Tiscornia (actor, dramaturgo e investigador del campo de la robótica en el teatro) y Fernando Martínez (profesor de la Escuela Universitaria Centro de Diseño y del Instituto Nacional de Bellas Artes).

Mientras las pantallas de las computadoras del labLT proyectaban performances que incluían dispositivos robóticos, Garin
-como se hace llamar el director del centro cultural- leyó el manifiesto de 1996 como punto de partida. La definición básica del robot como un mecanismo diferente a la máquina -que repite actividades secuenciales para siempre- parte de los circuitos integrados: “Los microprocesadores son tan importantes para el arte robótica como lo son los pinceles, la pintura y los lienzos para la pintura”.

El texto dice que el arte robótica no abarca las “estatuas o esculturas estáticas y antropomórficas de aspecto mecánico”, ni siquiera las que muestran imágenes de video en movimiento, y dice que el componente físico es fundamental, por lo que deja afuera también a los netbots (hoy conocidos como web bots, programados para predecir o simular la conducta humana y dedicados en su mayoría a llenar las páginas con usuarios falsos con fines publicitarios, que obligan al usuario promedio de internet a corroborar casi a diario que no es uno de ellos). Los robots serían estructuras que no se limitan a ser objeto de percepción, sino que responden a los estímulos por intermedio de sensores y son capaces de crear comportamientos, conjunto que integra a los robots biomórficos (que simulan organismos biológicos específicos o toman estéticas que evocan a las formas de vida natural), a las prótesis electrónicas y telerobots (controlados a distancia).

Benítez comenzó su exposición citando a David Levy, el informático que en 2008 profetizó que los diez segundos que tarda un observador en darse cuenta de que el robot del mundo más parecido a un humano (hecho en Japón, claro) es una réplica, en unos años serán diez minutos. El dramaturgo formuló la pregunta obvia que atravesaría toda la charla: “¿Qué es un robot y qué no? ¿Una batidora lo es?”. Contó que su interés personal es incorporar la robótica al teatro (el tema de la tesis para la Maestría en Teatro que cursa) como un elemento con capacidad de criticar a la sociedad, diferenció entre robots que hacen arte y robots que son en sí arte y mencionó el concepto de “supermarioneta” de Edward Gordon Craig, que refiere a la creación de un actor perfecto sin las debilidades propias de un actor, es decir, que no haga más que actuar.

Visca, desde su profesión de ingeniero y docente, comentó que la pregunta de qué es un robot surge siempre en las clases, pero desvió la conversación hacia qué cosas puede ofrecer la robótica al arte, por ejemplo, la exploración de cómo se enfrenta el hombre a un objeto que parece tener voluntad propia o intención. Luego detectó como problema el hecho de que la robótica se haya vuelto propiedad de la ciencia-ficción: “Hoy un robot es más una obra de diseño gráfico que de ingeniería. La gente viene y te dice que lo que hacés es como Terminator o Wall-E, y eso es muy desestimulante. Supongo que a los artistas les pasa lo mismo” dijo, y los artistas que formaban parte del público estuvieron de acuerdo.

“En la robótica uno puede hacer cosas espectaculares con relativamente poca plata y poco esfuerzo, cosas que cuando yo era adolescente me hubieran hecho pirar completamente [...]. Nos estamos volcando hacia ahí desde la ingeniería porque se descubren cosas. Mi otra área de trabajo son las redes; en los años 70 hubo un genio loco que inventó todo, y ahora se está tratando de hacer parches para que las cosas funcionen y no se rompan, pero el fundamento está todo hecho. La robótica hace cosas que uno no había visto nunca”. Haciendo una analogía con otras artes, dijo que el arte robótica está en una etapa similar a decidir pintar con acuarela o témpera o saber que la música lenta es bajonera, o sea, en un nivel básico de reconocer qué recursos generan qué cosas.

Martínez arrancó su ponencia con una bomba: “Si decimos que en Uruguay estamos 60 años atrasados en la concepción del arte que tenemos, estamos siendo generosos”. Citó las ideas de Joseph Kosuth, que dijo que “el arte es la definición del arte”: “Vemos que en lo que los artistas hacen empieza a emerger la definición del arte, y vemos cómo las esculturas y los cuadros dan paso hoy en las galerías a montañas de basura o perros moribundos. La robótica también puede ser la definición de la robótica”.

También recordó una frase de Carl Sagan, “somos materia estelar que cobró conciencia”, y al Frankenstein o el Prometeo moderno de Mary Shelley, y sugirió que detrás de la robótica está nada menos que lograr, como hizo “el Gran Arquitecto”, que la materia cobre vida. “Hoy recordamos esas primeras máquinas voladoras ingenuas de los hermanos Wright, pero cuando viajamos en avión nos olvidamos que todo surgió de una especie de pulsión artística [...]. Como Julio Verne, muchos avances científicos partieron desde el arte, así que necesitamos más artistas trabajando en robótica”. Para cerrar la mesa, Schroeder planteó la necesidad de difundir, desde la comunicación y el arte, la robótica como herramienta para captar el interés de los estudiantes, sobre todo de los niños, aunque reconoció que hace falta mucho trabajo interdisciplinario.