Sólo nueve días antes de morir, el artista plástico Carlos Páez Vilaró había participado en el Desfile de Llamadas con la comparsa de negros y lubolos C 1080. En esa oportunidad, no sólo la comparsa obtuvo el primer premio, sino que además, por resolución de la Intendencia de Montevideo, el evento llevó su nombre. Páez Vilaró participaba en el desfile desde hacía 60 años, ya sea diseñando dibujos para la ropa de los lubolos, desfilando por Isla de Flores, realizando composiciones musicales o escribiendo libros sobre el género, como Mediomundo: un mundo de recuerdos y La Casa del Negro, entre otros. Carlos Páez Vilaró falleció de un infarto a los 90 años, en su casa-museo-taller Casapueblo, a la que había definido como una “escultura viviente”.
Comienzos tempranos
Páez Vilaró viajó a Buenos Aires de muy joven, inclinado por una marcada vocación artística. Se vinculó al medio de las artes gráficas como aprendiz de cajista de imprenta en Barracas y Avellaneda. Recordando estos años, dijo que su primer intento de trabajo “fue en la Argentina, en la Fabril Financiera, de Barracas, y en una fábrica de fósforos en Avellaneda. Yo era un muchacho lleno de ganas de viajar y de vivir, de sostener a mi familia, y como buen valiente me tiré a cruzar el río. Porque para los uruguayos el río es una tentación: queremos saber si lo que dice Gardel en sus tangos es verdad”. En la década del 40, ya interesado por el candombe, comenzó a decorar los tambores de las comparsas, en una época en la que la fiesta afrouruguaya no contaba con la popularidad que la caracteriza en la actualidad.
En el prólogo de su libro Las Llamadas, Páez Vilaró escribió: “Cuando por primera vez, en Montevideo, entré por la arcada del conventillo ‘Mediomundo’, ignoraba que estaba iniciando un viaje al interior de la negritud. Un largo periplo que me llevaría hasta los sitios más perdidos y lejanos, a través de la lanza, el escudo y el dialecto. No precisé pasaporte para introducirme en su patio cubierto de ropas tendidas, claraboya de trapo de múltiples colores”.
El director de la comparsa C 1080, Waldemar Cachila Silva, dijo a la diaria que Páez Vilaró era “como su padre”. Consideró que fue un gran difusor de la cultura negra, que incluso llevó por distintas partes del mundo. “Carlitos es y será un grande toda la vida”, remató el director de esta comparsa, cuyo nombre proviene del número de puerta del conventillo Medio Mundo (la C significa Cuareim, calle sobre la que se accedía a él).
Páez Vilaró nunca abandonó su pasión por la cultura afro, que lo condujo a visitar buena parte de África; visitó Senegal, Congo, Liberia, Camerún y Nigeria. De hecho, fue en ese continente que trabajó como coguionista de la película documental Batouk, que evoca la historia de África, del colonialismo a la independencia, y que cerró el festival de Cannes en 1967. La película contaba con poemas de Aimé Césaire (Martinica) y Léopold Sédar Senghor (Senegal), dos nombres esenciales de la poesía afrofrancesa.
En 1972 vivió probablemente uno de los momentos más difíciles de su vida, cuando el avión en el que viajaba su hijo Carlos -junto a sus compañeros de un equipo de rugby-, se estrelló en la cordillera de los Andes. Como se ha recordado en variadas instancias, Páez Vilaró nunca dio por perdido a su hijo, y fue uno de los padres obstinados en continuar la búsqueda del avión desaparecido, aun cuando la búsqueda oficial por parte de las autoridades había sido clausurada. Finalmente su hijo fue uno de los 16 sobrevivientes, encontrados 72 días después del accidente.
En todas partes
Páez Vilaró fue un reconocido muralista. Sus grandes y coloridas obras se exhiben en variados edificios públicos de distintas partes del mundo, como la sede de la Organización de Estados Americanos en Washington, la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, los aeropuertos internacionales de Panamá y Haití, así como en hospitales de Chile y Argentina, entre otros centros nacionales y extranjeros.
En Artes visuales en Uruguay: diccionario crítico, de Nelson di Maggio, Páez Vilaró es descrito como pintor, muralista, grabador, ceramista, candombero, cineasta y escritor, además de fundador del Grupo 8 en 1959, con el que se desempeñó como un “experimentador permanente en la serie de Plac Art”, que presentó en la octava bienal de San Pablo, y que el crítico de arte considera “lo mejor de su producción”. Di Maggio sostiene que “inventó el caprichoso laberinto de Casapueblo en Punta del Este, siempre buscando ansiosamente un protagonismo mediático más allá de sus fáciles y elementales recursos técnicos que expandió por los cinco continentes en sus permanentes viajes” (en los que conoció a Pablo Picasso, Salvador Dalí y Giorgio de Chirico, además de convivir con el premio Nobel Albert Schweitzer en el leprosario de Lambaréné).
Di Maggio dijo a la diaria que en las artes plásticas, Páez Vilaró figura como “un artista menor”. Recordó que con su Grupo 8 tuvo un afán experimental “más acorde con la realidad artística contemporánea, real, y no con el aspecto farandulero que siempre tuvo”. Consultado sobre el conjunto de su obra, el crítico expresó que, al no tener claro su destino ni una formación intelectual muy sólida, “se refirió más o menos a algunos artistas, pero siempre fue muy superficial”. Expresó que su hermano, Jorge Páez, fue un pintor “extraordinario”, sin tener la “mitad de su eco, ya que a Carlos siempre le gustó estar en el espacio espectacular de los medios”.
Di Maggio agregó que Páez Vilaró fue muy “habilidoso con la clase política, se vinculó a todos, ya sean de derecha o izquierda”. De hecho, consideró un exceso que lo velen en el Palacio Legislativo, cosa que no se hizo con ningún otro artista uruguayo; por ejemplo, Joaquín Torres García, Manuel Espínola Gómez, Washington Barcala o Nelson Ramos, “que se han dado a nuestro arte con un legado extraordinario de creación”.
“Lo que sucede -dijo Di Maggio- es que los políticos son tan ignorantes en aspectos culturales, que creen que Páez Vilaró es un grande de la cultura, cuando es un grande entre los medios de comunicación”. Remató diciendo que a Páez Vilaró lo único que le importaba “era figurar”. “A mí me decía, ‘escribí mal de mí, pero escribí’. Fue una persona encantadora, pero lo que hacía no me interesaba absolutamente nada”.
Institucionales
En 2003, el artista plástico fue nombrado Ciudadano Ilustre de Montevideo, y en 2005 recibió en Buenos Aires el premio “Artista de las dos orillas” del Consejo de la legislatura de esa ciudad.
Ayer la Universidad de la República emitió un comunicado en el que expresó su pesar por el fallecimiento de Páez Vilaró, y destacó la contribución “a la cultura nacional de este artista polifacético y fecundo”. Incluyó una cita que explicaba su instrucción autodidacta (“A veces me pongo a pensar: si hubiera tenido maestros podría haber llegado a la pintura con mayor vigor, aunque con menos espontaneidad”), aclarando que su mayor cercanía a la universidad fue cuando de niño acompañaba a su padre abogado a dar clases.
La Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado también envió un comunicado, titulado “Páez Vilaró: obra, identidad y ejemplo”, en el que se manifiesta que su fallecimiento trae, junto al dolor de la ausencia, “la certeza de una obra y un ejemplo que vivirá por siempre”. La página web del Ministerio de Educación y Cultura publicó un racconto de su vida y su obra.
Vilaró fue velado ayer en la sala Mario Benedetti de la Asociación General de Autores del Uruguay (AGADU). Si bien en un principio estaba previsto que el velatorio continuara hoy en la misma sede, por decisión presidencial será velado en el Salón de los Pasos Perdidos, entre las 9.00 y las 11.00. Según está previsto, el cortejo fúnebre partirá de la sede de AGADU y pasará por Cuareim 1080 -actual Zelmar Michelini-, donde la comparsa C 1080 le realizará un homenaje.