Quien se acerca al Festival Internacional de Danza Contemporánea de Uruguay (FIDCU) sin saber nada al respecto probablemente no sospecharía que ésta fue su tercera edición. Con cambios en su dirección -en la que continúa Paula Giuria pero ya no Santiago Turenne, que migró hacia la gestión pública en el Instituto Nacional de Artes Escénicas- y con un pequeño pero gran equipo de producción por detrás, este festival se deja caer sobre una red colaborativa que lo atrapa amorosamente. El riesgo de llevar a cabo un proyecto independiente de estas dimensiones ha ido encontrando fórmulas de alianza que presentan hoy a un festival maduro y autónomo, pero simultáneamente en complicidad con iniciativas heterogéneas (públicas y privadas) relacionadas con la danza. Existe un vínculo de retroalimentación entre el ambiente que el FIDCU propicia y el que a la vez posibilita que un festival de estas características exista. La palabra clave puede ser generosidad pero también deseo: un potente disparador de acciones y relaciones, es decir, de obras.
La programación incluyó 12 obras extranjeras y seis nacionales, siete talleres de formación y la asociación con múltiples proyectos que sucedieron en torno al FIDCU, repartiendo a sus concurrentes entre actividades diurnas y nocturnas, entre diálogos dotados de cierta especificidad y otros emergentes y caóticos. Si la precariedad, la dispersión y una radical “independencia” son parte de la historia de la danza contemporánea en Uruguay, ésta va acomodando el cuerpo a un nuevo panorama, en el que el interés nacional e internacional por este arte en el país se potencia progresivamente. Lógicas regionales, nacionales y globales dialogan en busca de cruces y de diálogos entre la danza producida en diferentes geografías y bajo distintas condiciones. Testeando los límites en los que un festival puede expandir sus dimensiones -atrayendo curadores y gestores internacionales a cargo de poderosos o pequeños festivales/instituciones que vienen a “ver qué hay”- sin perder su sensibilidad, el FIDCU es actualmente una especie de gigante sensible y tranquilo, que pese a su tamaño se da el espacio para dudar, preguntar, explorar, decir no puedo, para decir vamos, para decir bailemos, para decir cantidad pero también calidad, o para aprender con hábil torpeza a moverse incorporando los eventos y performances que le crecen por todo el cuerpo.
En movimiento
La edición de este año incluyó artistas de diferentes procedencias y en diferentes etapas de sus carreras y presentó una diversidad de manifestaciones que conviven bajo el nicho de la danza contemporánea. La presencia de los solos -no olvidemos que los costos de un festival internacional afectan también las decisiones curatoriales- fue fuerte y conformó una muestra diversa de lo que puede hacer un cuerpo individual en un espacio de encuentro colectivo (el teatro, la calle, el bar). Desde Uruguay, Lucía Bidegain presentó su investigación basada en improvisación y Miguel Jaime una pieza concreta y breve, en la que explora a partir de la relación y la materialidad de una tela en una búsqueda visual y kinestésica en la que cuerpo textil y orgánico se yuxtaponen para generar nuevos espacios y formas. La propuesta de Fantasmosidad, del colectivo Random, expuso un trabajo al borde del solo, en el que la presencia del bailarín es desdoblada en múltiples presentes e imágenes mediante un dispositivo de captura de imágenes. Rompiendo con el soliloquio Multitud, Vacío, Las cosas se rompen, de Cubas/Multitud, Federica Folco y Florencia Martinelli, respectivamente, son fruto de la creación de artistas que en sus 40 presentan una maduración de sus investigaciones por medio de colaboraciones artísticas siempre cambiantes en términos de individuos y estrategias.
Desde Brasil, Moura y Ahmed presentaron piezas en las que el movimiento transforma al cuerpo en el pasar de un tiempo que transcurre entre la repetición y la diferencia. Sin ilusionismos y fuertemente apoyadas en la iluminación y el sonido, ambas piezas hacen sonar al cuerpo-ambiente de estos creadores, amplificando sus resonancias y creando espacios que deforman y desafían la persistencia de cualquier realismo. Ambas piezas se sostienen en fuertes investigaciones de movimiento, aunque no son menos potentes en cuanto a su propuesta visual, siendo valioso el modo en que ambos aspectos trabajan como uno solo; la mirada, la respiración y la voz actúan en estas danzas sudando tanto o más que piel, músculos y huesos.
Siendo poco frecuente el uso de dispositivos escenográficos en la danza contemporánea -que centrándose en el cuerpo y produciendo con bajos presupuestos tiende a un minimalismo escénico no siempre elegido en Uruguay-, Las cosas se rompen y Highlightplantean exploraciones de esta poética escénica. De Florencia Martinelli, Las cosas… presenta un terreno duro e irregular que los performers habitan para luego transformar en trinchera, pila o muro de contención de las rupturas, al mismo tiempo que producen una nueva entre audiencia y espacio escénico. Por su parte, el portugués Cadete desplegó un sistema en el que el espacio urbano es traducido a un ambiente escénico que se mueve y suena, en donde hay un contraste entre la complejidad del dispositivo y la propuesta coreográfica de un cuerpo que pasa por diferentes estados y situaciones sin explorar ninguno en profundidad. Por otra parte, la chilena Bárbara Pinto presentó Un solo, obra que viene representando hace algunos años y en la que la repetición de una acción simple -el trazado de su silueta sobre un fondo de papel blanco- va transformando el espacio y su modo de autoescribirse e inscribirse en el espacio y tiempo.
La mediación tecnológica estuvo presente en varias propuestas y particularmente en Fantasmosidad y en Joseph, del italiano Sciarroni, mostrando algunas posibilidades de las infinitas que presenta este cruce de lenguajes. Cuerpos en ambientes virtuales y las experiencias que ocurren en estas interfaces constituyen cada vez más puntos de partida para la creación coreográfica en danza contemporánea. Las proposiciones emergentes van desde la escenificación de acciones semejantes a las que uno hace en la intimidad de su cuarto (y que el entusiasmo del momento hacen parecer geniales) a la formulación de poéticas híbridas y complejas, en las que lo que se pone en juego no es sólo la demostración del sistema tecnológico empleado, sino la exploración de nuevas sensorialidades y relaciones a partir de la inmersión corporal en éstos, transformando cuerpos y sistemas. La obra de Sciarroni juega con las reglas de la interacción entre cuerpo y tecnología, pero también con lo que la virtualidad hace posible entre personas distantes y diferentes. Generando un ambiente que representa una intimidad que no es tal, esta pieza hace público el uso privado de Chat Roulette, página donde a modo de ruleta y con filtros de búsqueda, diferentes personas van apareciendo en la pantalla al mismo tiempo en que somos vistos del otro lado. La vulnerabilidad de esta exposición es amplificada por el hecho de que el italiano no está solo, sino que en su “cuarto” cohabitamos los espectadores. Violar o cuestionar la ética que media en el uso de este tipo de dispositivo parece ser el objetivo de una propuesta que, aunque resulta “simpática” y liviana a primera vista, pone en escena o en pantalla la violencia de un usuario que manipula a sus interlocutores virtuales (aunque podríamos pensar si esta posibilidad forma parte del propio juego).
La relación con la música, la palabra como resignificante y significante que el cuerpo mueve y mueve al cuerpo son elementos centrales en Nosotros estamos aquí , de Olga Gutiérrez, en colaboración con Temoc Camacho. Los mexicanos recurren al metarrelato sobre la pieza para luego dar lugar a una indagación sobre diferentes modos de manifestarse sobre y en el presente. La relación con la palabra organiza una dramaturgia en la que ésta va perdiendo inteligibilidad mientras la potencia de las acciones contrasta con la permutación ansiosa de una sintaxis verbal incoherente.
Por otra parte, obras como Multitud y Vacío plantearon desde diferentes marcos investigaciones en colectivo. La primera interfirió en la plaza Independencia convocando a un público diverso y regresando a la calle luego de su presentación en el teatro Solís, en la celebración del Día de la Danza. Vacío es el desarrollo de la investigación de la uruguaya Folco en colaboración con la compañía Periférico, y en esta instancia el lenguaje tanguero es extrapolado y transformado en otro a partir de sus principios y fundamentos básicos. La pérdida del eje, la relación entre los bailarines, el ambiente de la milonga y el rol de la música son citados pero transmutados en esta obra, cuya temporalidad conserva rasgos de la repetición y duración características de este tipo de práctica. Otra pequeña multitud fue la que intervino la explanada del Teatro Solís, mostrando una parte de lo trabajado en el taller de Brezzo con los estudiantes de la división danza contemporánea de la Escuela Nacional de Danza.
El cuerpo desnudo aparece en Danzas primitivas, de Vaquero, y en Mujerzuela, de la venezolana Seijas. Dos propuestas que, leídas en conjunto, realizan un contrapunto entre cuerpo, cultura y sociedad, entre ambientes y conceptos cargados de significados y políticas, y las posibilidades (o no) de su reinscripción en otros contextos coreográficos y experienciales.
A la abundante programación de obras, que en esta edición también tuvo espacio para una propuesta para niños, se sumaron proyectos asociados que incluyeron un encuentro regional sobre políticas públicas para la danza, un encuentro internacional de curadores, la muestra de dos procesos apoyados por el Programa de Residencias Artísticas en colaboración con los brasileños Gustavo Ciríaco y Michelle Moura, una fiesta en celebración de un libro que está por venir bajo el polémico título El libro de la danza uruguaya, múltiples talleres con diferentes focos y artistas y la disponibilidad de material de consulta relacionado a la danza por parte del Centro Cultural de España.
Tal como sucedió en 2013 por iniciativa de Proyecto Pulpo, pero con una dinámica diferente, el fanzine Amor en Uruguay aportó crítica coreográfica realizada desde un marco poético, dialógico y afectivo, explorando diferentes posibilidades de escribir sobre danza. A diferencia del año pasado, los colaboradores bajo pseudónimos pasaron de ser tres fijos a múltiples rotativos, recogiendo colaboraciones de los participantes del taller de escritura y de artistas y allegados al festival que se entusiasmaron y fueron seducidos por la idea y práctica de escribir, desmitificando el significado de la palabra “crítica” y haciéndola sudar y marearse un poco.
El título del fanzine y el lema del festival -“el arte es un estado de encuentro”- son buenos encabezados para las memorias de lo ocurrido durante esta semana de danzas y también para recordar que no hay danza sin afecto y que el FIDCU nos recuerda esto desde hace ya tres años. Ojalá sea por muchos más.