-Comenzó a trabajar en periodismo en la década del 60, haciendo notas de carreras...

-A mí me gustaba escuchar por radio las carreras de automovilismo que había en Argentina. Cuando estaban fundando BP Color, no tenían cronista de automovilismo y me invitaron a escribir. Pero como todavía no tenían todo pronto para sacar el diario, hacían el informativo de Canal 10. Ahí estaba Eduardo Navia, quien después se convirtió en el secretario de redacción; nosotros escribíamos y otros las leían. Cuando salió BP Color al año siguiente, me llamaron. Un día hice una entrevista a un corredor que les gustó mucho, y me pidieron que también entrevistara a jugadores de fútbol. A mí me encantaba...

-Fue entonces que comenzaron las crónicas deportivas.

-Hice crónica de partidos y esas cosas, pero lo que siempre me gustó fue la entrevista. Cada vez me pidieron más reportajes a jugadores y a técnicos. Trabajé en BP Color hasta que ellos mismos sacaron un diario, Extra, que fue cerrado después por la dictadura. A esa altura ya era subsecretario de redacción, había hecho una buena carrera. El secretario de redacción sólo duró dos meses, porque publicó en el diario Clarín de Buenos Aires -del que era corresponsal- que Gestido iba a renunciar. Una locura. Yo me había casado y estaba de luna de miel en Buenos Aires, y ahí vi el diario con ese título de tapa. Enseguida le dije a mi mujer “tenemos que volver porque me van a llamar”. Y ni bien llegué me ofrecieron la secretaría de redacción. Tenía 25 años. Después participé en una cantidad de publicaciones, siempre de periodismo en serio. En la dictadura continué haciendo periodismo.

-¿Hubo algo de inconsciencia cuando pensaron publicar El dedo?

-Sí, habíamos estado presos. Por suerte, yo estuve preso varias veces pero sólo fui a juez militar, no me guardaron definitivamente. Toda esa generación tomaba la militancia como algo normal, algo que se debía hacer. ¿Si éramos inconscientes? Claro que lo éramos, pero también sabíamos que debíamos hacerlo. Yo sabía que lo iban a cerrar antes de abirlo. En mi vida padecí nueve clausuras definitivas, y El dedo fue la última. Sacábamos un número y esperábamos a ver qué pasaba. Hasta el día que sacamos uno, y ese sí, se convirtió en el último.

-Si bien sólo tuvo siete números, se convirtió en un símbolo de la resistencia cultural.

-La gente lo convirtió en eso, y, más que nada, su sensibilidad.

-¿Se acuerda de aquella vez que fueron a buscar a Maslíah a una cerrajería?

-Ése fue Fermín Hontou. Antes de editar las publicaciones en la imprenta -en la época que hacía periodismo como podía-, saqué un par de revistas muy extrañas, la primera se llamó A y la segunda, B. Para la primera logré que Maslíah me enviara poemas. Sabía que él también cantaba pero nunca lo había oído. Maslíah colaboró en El dedo desde el primer número.

-Hablamos de una revista que cruzó muchas generaciones de humoristas y escritores -también participaron Juceca y Levrero, por nombrar algunos-.

-Muchos de los que participaron en A y B continuaron en El dedo. Esas revistas salieron con un disco chico, de cuatro temas. En el primero estuvieron Washington Carrasco y Cristina Fernández, y en la otra cara, Abel García. En la B estaba Julio Julián -que ahora prácticamente no figura-. O sea que ya existía una interconexión. A su vez, por esa época yo hice mis primeros espectáculos musicales.

-¿Cómo se dio el cruce con el canto popular?

-Comencé a vincularme con el canto popular en la época de la revista, cuando en el año 79 se organizó un recital bajo el lema “Todos al estadio” -en el que realmente participaban todos-, pero lamentablemente lo suspendió la dictadura. En las reuniones previas me había vinculado con varios cantantes, como Laura Canoura y los integrantes de Rumbo, con quienes fuimos muy amigos. Tuve la oportunidad de alquilar un teatro clausurado que en aquella época se llamaba Astral, donde hice algunos recitales.

-¿Quiénes estuvieron?

-Los Fattoruso, Pippo Spera, Chichito Cabral, Rumbo y una cantidad de gente.

-Después vino “Todos al Palacio”...

-En el 81. Esos recitales marcaron mucho, y fuimos los primeros en practicar un método de pago a los músicos, lo que hasta ese momento no se usaba. Consistía en hacer partícipes a los músicos de una ganancia. Los organizadores éramos una suerte de conjunto, y se dividía todo entre los artistas y nosotros. Los músicos nunca habían cobrado tanto (el Palacio se llenó las dos veces que lo hicimos). Esto dejó el cimiento para cuando abrí la sala, casi 20 años después. Además de la amistad y el reconocimiento, claro.

-En esos años también tenía una imprenta, donde se armaron muchos semanarios de la época, como Brecha, Jaque y Aquí.

-Sí, lo que se hacía en la imprenta era la composición y el armado, que como antes no había computadoras se hacía en unas máquinas IBM de bolita. Como tenía experiencia en periodismo, todos se relacionaban conmigo. Y además conocía a mucha gente del rubro, por eso me empezaron a llamar. Con el tiempo, en la imprenta me convertí en el diseñador de todo. No existía la palabra “diseño” en esa época, el cargo era diagramador. De a poco me fui metiendo en el rubro, y comencé a editar mis primeras revistas.

-Usted ha dicho que la revista Guambia (1983) consistió en un proyecto periodístico desde el principio, ¿cómo se dio?

-Porque El dedo no fue un proyecto periodístico. Aprovechamos la oportunidad, era más improvisado, no tenía día de publicación. Salíamos cuando estaba pronto y teníamos material suficiente. Guambia fue otra cosa. Además, con la experiencia de El dedo trabajábamos pensando en las posibilidades para que no nos cerraran. Entonces nació la idea de publicar reportajes, que fue algo muy importante. Fijate que en el segundo número publicamos un reportaje a [Julio María] Sanguinetti, que en ese momento era una figura política muy particular.

-¿Cómo accedió a la entrevista?

-Por mi amistad con [César] Di Candia. Él ya estaba en el equipo de El dedo y ofreció hacer el nexo. Fue una experiencia rara. Sanguinetti no sabía que estaba hablando para una revista de humor. Pero tuvo tal repercusión que la misma mañana en que salió la entrevista me llamó diciendo que no podía creer la cantidad de gente que se estaba comunicando con él. A raíz de ello inauguramos un tipo de reportaje que no se usaba en esa época; un político hablaba de política, pero no de fútbol, de la vida o de religión. La gente se asombró de que les preguntáramos cosas de las que no estaban acostumbrados a hablar. Y ése fue el estilo de reportaje de la revista. Fue el estilo que se impuso.

-Y que devino en algunos asados...

-Primero tuvimos un asado con Sanguinetti, porque cuando terminó ese primer reportaje y nos agradeció le dije: “Prometeme que si salís presidente nos invitás a un asado”. Él dijo que sí, y salió publicado. Fue un tire y afloje y al final lo dieron en la casa de Suárez. Me acuerdo de que le regalamos una remera roja, porque él siempre tenía una Lacoste azul, y a la señora le regalamos una de Nacional, porque era manya perdida, peor que Sanguinetti.

-¿Y el asado que les dio [Luis Alberto] Lacalle?

-Yo tenía la imprenta en Juan Carlos Gómez, y su estudio estaba a una cuadra. Lacalle pasaba siempre; teníamos algunos amigos en común. Como él ya me conocía, cuando empezamos con la revista siempre abría la puerta y nos embromaba: “Che, ¿me van a votar?”, y luego de que habíamos publicado la nota de Sanguinetti, entró y nos dijo: “Cuando yo salga presidente les voy a dar un asado, pero va a ser mejor que el de Sanguinetti; va a incluir un lechón”. Y fue cierto, un día llegó y puso el lechón en el mostrador de la imprenta y se fue (después de gritar, porque él no sólo entraba, gritaba). Eran otras épocas.

-Unos cuantos años después abrió Espacio Guambia, que estuvo abierto a todos, pero fue el lugar donde tocó la generación de la resistencia cultural.

-Sí, con ellos empezamos, pero después se fue juntando mucha gente, y muchos otros que debutaron en la propia sala, como Tabaré Cardozo, Pitufo Lombardo y Pa’ntrar en calor. Después tocó una cantidad de bandas de rock, que también hicieron suyo el espacio.

-En una época, si se quería escuchar a Maslíah o a Darnauchans había que venir a Guambia.

-Darno fue el primero en venir. Y sí, fue un poco el símbolo. Prácticamente, en sus últimos años fue el único lugar donde tocó.

-¿Qué recuerda de esa época?

-Al Darno. Fueron tiempos muy especiales. Él ya estaba muy deteriorado, en todo sentido. Entre todos tratábamos de ayudarlo; más que nada, de acompañarlo. Era alguien que necesitaba apoyo. Y [Fernando] Cabrera siempre estuvo. Además, es casi amigo de la familia, porque nuestros padres eran muy amigos. Mi padre se crió en una quinta -que ahora está en ruinas, frente al Devoto de Agraciada-, por haber quedado huérfano de muy chico. Había una señora con dinero que recogía gente y la llevaba a vivir con ella. Ahí fueron el padre de Fernando y el mío. Después nos cruzamos nosotros.

-Volviendo a lo anterior, en las revistas A y B publicó discos. Y en en la sala se volvió a dar el cruce con gente como Maca [Gustavo Wojciechowski] y alguna participación de Alberto Restuccia, por fuera de lo musical.

-Además, Maca estuvo desde el principio en las revistas A y B, y a su vez trabajó mucho en mi imprenta, empezó en diseño. Este lugar continuó el cruce de artistas.

-¿Qué hay de continuidad entre la revista Guambia y el Espacio?

-El espíritu. El trato a todos de la misma manera, y la apertura del espacio, ya que la revista también fue un lugar abierto para el que quisiera dibujar o escribir. Siempre fue así. Incluso en las revistas. Tal vez tenga que ver con que cuando trabajaba en la imprenta todos los días pasaba alguien que quería publicar un libro o un poema. Yo no tenía el dinero ni la infraestructura. Pero con mi compañera actual un día se nos ocurrió hacer una edición que reuniera a todos los que querían publicar pero no podían. Así nacieron las revisas A y B, y así también nacieron los discos. Éste fue mi espíritu. Más que un negocio, lo que siempre traté de hacer fue abrir caminos y posibilidades. Siempre me gustó abrir la puerta a otros, y tuve la suerte de poder hacerlo. Y eso que tuve negocios buenos, pero lo que más me importaba era darle trabajo a un montón de gente. Ahora hay muchos que me lo agradecen, y la verdad es que no me arrepiento de haberlo hecho.

-¿Cómo fue la etapa de la revista cuando salía con Últimas Noticias?

-Fue buena. Visto de afuera, muchos no lo entendieron.

-¿Por el perfil del diario?

-Porque era de la secta Moon, se suponía que era de derecha y Guambia, de izquierda; pero sin embargo, actuamos libremente, y el único momento en que Guambia se embanderó decididamente con el Frente [Amplio] fue saliendo con ellos. Había una amistad muy grande entre los trabajadores de la imprenta, ya que eran los mismos que habían impreso El dedo y la propia revista, durante años. Esta gran relación con el gremio gráfico facilitó mucho las cosas. En Últimas Noticias se interesaron en publicar Guambia -cuando ya no salía más-, e hicieron una buena oferta económica. Todo eso fue posible porque había gente que nos quería. Desde ahí formamos a muchas personas que después se hicieron frentistas, y ésas son cosas decisivas. También influimos mucho en los cambios periodísticos; vimos que era una salida interesante.

-En esos momentos sí decidió apoyar a un partido.

-Porque había que hacer fuerza para que el Frente ganara. Además acompañamos una oleada que fue decisiva. Pero no fue por exitista, porque en verdad la revista siempre fue de izquierda, aunque no lo dijera públicamente. Nosotros colaboramos mucho en generar que una o dos generaciones se volvieran frentistas. Hoy escucho reportajes en radios que son al estilo de Guambia; antes realmente eran impensables. Nosotros de alguna manera abrimos el camino para eso. No es hayamos sido unos genios, simplemente encontramos una vía por donde ir. Es el mismo proceso que vivimos con las computadoras. Yo las uso desde el año 80, y fui el primero en llevarlas a la prensa. Cuando las compré para la revista me dijeron que estaba loco. Me tuve que pelear con el sindicato de ediciones gráficas porque decían que quitaba puestos de trabajo. Algo que después se volvió absolutamente normal. Hasta en la boletería de las salas son necesarias.

-Espacio Guambia ha reunido mesas, empanadas y vino, tocara quien tocara. Esta cultura casi que desaparece con su cierre...

-Eso era lo más común -hace unos años- en los boliches donde se cantaba. Pero ahora la gente toma fernet; cambiaron totalmente los gustos. Te diría que desde que estoy en Guambia los gustos han cambiado de una manera increíble.

-¿Sólo los gustos?

-También la música, las costumbres, las relaciones, las parejas. Ahora la relación de pareja es muy distinta, es más libre. El touch and go es una palabra que aprendí estando acá, nada que ver con mi juventud, por ejemplo, a pesar de que yo siempre me mantuve muy rodeado de jóvenes en todo lo que hice. Mucho más de lo que la edad indicaba. En ellos encuentro mayor libertad. Antes éramos muy inhibidos para todo, hasta en la educación, en los intercambios.

-Volviendo a esa época, en el 84 militó en política, pero después se alejó de manera definitiva.

-Sí, fui secretario de [Liber] Seregni, y trabajé mucho en el Frente. Después cometí el pecado de ser independiente.

-¿Se arrepiente?

-No. Nunca me arrepentí.

-¿Qué le dejó la militancia de esos años?

-La convicción de que no quería ser político. En ese momento había que hacerlo. Yo era una persona pública que tenía mucho más importancia que -quizás- la que tengo ahora. Unas semanas después de salir de la cárcel entrevistamos a Seregni en un apartamento de la Ciudad Vieja. En ese momento le dije: “General, estoy a las órdenes”. Y al día siguiente me llamó. Me acuerdo de que su grupo asesor eran [Danilo] Astori, [Alberto] Couriel y Pedro Seré, entre otros, y yo no entendía qué hacía entre ellos. Muchos sectores me ofrecían integrar sus listas, pero no era algo para mí. Hay medios que tienen la independencia que yo siempre he peleado -desde antes del comienzo de la dictadura-, sin entrar en circulitos de partidos, y sin aceptar órdenes de otra persona. Me ofrecieron muchos cargos periodísticos políticos, que por supuesto nunca acepté. Siempre fui muy independiente, y sobre todo traté de serlo desde mi profesión. Hacer periodismo era, y sigue siendo, fundamental, pero lamentablemente muchos se pierden.