“En la coincidencia o en la discrepancia, lo respetaba”. Frases de ese estilo se repitieron ayer de tarde, entre lectores y amigos, cuando nos enteramos de que había fallecido Marcelo.

¿Qué mejor recuerdo que ése para un periodista que en los últimos años se concentró en escribir columnas de opinión? ¿Qué mejor definición de la honestidad intelectual? O dicho al revés: ¿qué más parecido a la intrascendencia y la vacuidad de una nota de opinión que genera unanimidades?

Es cierto: muchas columnas de Marcelo te podían hacer calentar. Pero, seguramente, en poco tiempo vamos a extrañar esa incomodidad que provocaba, esa capacidad que tenía para interpelar convicciones que uno creía tan profundas. Esa comodidad (¿o será mejor hablar de confort?) nos va a hacer daño, nos va a alejar todavía más de aquel “afuera” que tanto nos dejó pensando allá por octubre de 2008.

Pero Marcelo no era sólo un provocador. Era también un gran periodista, un defensor de la independencia, del dato exacto y del idioma. ¿Hace falta algo más que eso para ejercer esta profesión? Probablemente sí, pero él también lo tenía: Marcelo era un muy buen tipo y mejor compañero, de enormes risotadas y abrazos prolongados, que en los últimos meses nos enseñó cuáles eran las bondades de la tónica con limón. Salú, Marcelo.