La audiencia del juicio por el Plan Cóndor del viernes 2 en Roma abrió oficialmente el procedimiento en contra de Jorge Néstor Tróccoli, marino uruguayo ex integrante del Fusna (Fusileros Navales) fugado de Uruguay para escapar de la requisitoria del juez Luis Charles y de la fiscal Mirtha Guianze. En el banco de testigos estuvo Mónica Xavier, en representación del Frente Amplio (FA), como parte civil. Visiblemente emocionada, la ex presidenta de la coalición de izquierda contestó las preguntas del abogado de la parte civil, Antonello Madeo, y de la fiscal, Tiziana Cugini. “El FA fue constituido en 1971 por diferentes organizaciones de izquierda con el objetivo, como dijo nuestro presidente, el general Liber Seregni, de ser una fuerza política de paz y pacificadora. Nuestra agrupación ha sido la que ha tenido más desaparecidos, más presos, más torturados, más niños robados durante la dictadura cívico-militar de 1973-1985. Durante ese período todos nosotros, de diferentes maneras, nos opusimos a las fuerzas represivas, algunos trabajando clandestinamente en el país, otros exiliándose, otros en las cárceles, otros fueron desaparecidos”, relató Xavier. Señaló al jurado lo que significó para un país con una fuerte tradición democrática vivir tiempos de privación de la libertad.

“Conozco los nombres de quienes estaban al frente de acciones represivas; de los responsables políticos y de los responsables materiales. Para la represión en contra de los GAU -Grupo de Acción Unificadora-, que estamos examinando hoy, son Juan Carlos Larcebeau Aguirregaray y Jorge Néstor Tróccoli. Ambos pertenecieron al Fusna. Tróccoli a partir de 1976 estuvo en el comando del Servicio de Inteligencia de Fusna. En este juicio se han presentado pruebas que indican que viajaba frecuentemente a Argentina para coordinar la represión. Larcebeau, alias Sebastián o el Francés, fue comandante del S2 (Servicio de Inteligencia) en el período en que Tróccoli prestaba servicio en Argentina. Toda esa información se basa en la investigación que el presidente de la República, Tabaré Vázquez, promovió en 2005 y que depositamos como actas en ese juicio”, prosiguió Xavier.

“Un compromiso ético”

Xavier dijo a la diaria en Roma que para el FA “es una responsabilidad muy grande haberse constituido como parte civil en este juicio”. “Esta asociación de esfuerzos que hemos hecho entre organizaciones políticas, sociales y de familiares nos ayuda a encontrar la parte de ese puzle que apunta a la verdad. Nadie tiene el derecho de negar a otras madres la verdad y dejar que se vayan de este mundo sin saber qué pasó con sus hijos. Es un compromiso político, pero, antes que nada, es un compromiso ético”, manifestó la ex presidenta del FA. “Eso pasó hace 40 años, pero para nosotros sigue pasando. No hay ánimo de revancha, hay necesidad de saber qué pasó, hay necesidad de poder hacer un duelo, hay necesidad de llevar una flor a una tumba, hay necesidad de conocer la verdad, para que el país pueda construir el presente y el futuro. Nuestro compromiso, por lo tanto, es buscar la verdad y, si posible, la justicia, porque sabemos que encontrar pruebas después de 40 años es difícil”, agregó.

Luego fue el turno de Carlos D’Elía Casco, hijo de militantes de los GAU, desaparecidos. Asumió el año pasado la denuncia ante la Justicia italiana que su abuela paterna, Renée Pallares de D’Elía, de 96 años, había presentado ante el fiscal de Roma, Giancarlo Capaldo, en el año 2000. “Nací el 26 de enero de 1978 en el pozo de Banfield. Mi madre de crianza me dijo que ese día me recibió en sus brazos, envuelto en papel de diario y aún con rastros de sangre, en una esquina de la ciudad de Buenos Aires. Mis padres de crianza fueron Carlos Federico Ernesto de Luccia y Martha Elvira Leiro; ella era maestra jardinera, Carlos trabajaba en seguros en una administradora de empresa y, antes de que yo naciera, había sido miembro de la Marina argentina. Fue teniente de fragata y se retiró en 1969, pero mantenía amistades que estaban en actividad en el momento de la dictadura, y esos contactos los utilizó para tener un niño. Mis padres biológicos eran Yolanda Casco y Julio César D’Elía, militantes de los GAU desaparecidos en Buenos Aires el 22 de diciembre de 1977, pero yo eso lo supe a los 17 años. Fue entonces que me enteré de cuál era mi verdadero origen”, contó. A partir de ese momento, gracias a los testimonios de su familia biológica, D’Elía pudo reconstruir su historia y enterarse de los detalles de la detención de sus padres, que fueron secuestrados en el domicilio en el que vivían y que habían comprado con un crédito, dado que estaban en Argentina legalmente. Hay quienes reconocieron a Yolanda Casco en el pozo de Banfield, donde dio a luz un varón, según el relato de la testigo Adriana Chamorro, que en las próximas semanas viajará a Roma para contar a la Corte lo que vio. “En lo que atañe a la suerte de mis padres, la documentación demuestra que la Marina uruguaya, en particular el Fusna, se ocupó del secuestro, de la tortura y de la desaparición de ellos. No tengo dudas sobre la responsabilidad de Tróccoli en el secuestro y en la desaparición, y de Lacerbeau en la desaparición”. D’Elía quiso dejar constancia de las huellas que las circunstancias de su nacimiento dejaron en su vida: “Fui criado con mucho amor, pero la manera en que yo llegué a mi familia de crianza estuvo mal, y fue un error haber hecho lo que hicieron. Pero resolví priorizar el amor que me dieron en todos esos años. [...] Por supuesto que sufrí mucho. El daño es irreparable y aún persiste. Hay un antes y un después en mi vida. Estoy aquí buscando la justicia, pero para mí lo más importante es la verdad. Saber lo que pasó con papá y mamá, y cuál fue su destino. Lo que esperan todos los familiares es que los responsables terminen con su pacto de silencio”. Antes de abandonar el banco de los testigos, D’Elia sacó de su carpeta las fotos de sus padres y se las mostró a la Corte.

También hubo un antes y un después en la vida de Graciela Borelli, hermana de Raúl, desaparecido en Buenos Aries el 22 de diciembre de 1977, y en la de toda su familia: “Nosotros éramos una familia muy unida, muy italiana en ese sentido. El secuestro y la desaparición de Raúl marcó la vida de todos nosotros”. Borelli y su esposo, Ronald Salamano, que atestiguó después de ella, contaron los hechos que llevaron al secuestro de Raúl en Buenos Aires y se refirieron al gran operativo que empezó en junio de 1977 en contra de los GAU, entre Buenos Aires y Montevideo. Ellos mismos fueron víctimas de esa ola represiva. A finales de noviembre de 1977 los dos fueron secuestrados en su domicilio en Uruguay por cuatro o cinco personas vestidas de civil y armadas, que se presentaron en la madrugada y, sin decir a qué arma pertenecían, los obligaron a vestirse y, encapuchados y maniatados, los llevaron en la parte posterior de un vehículo hasta la dependencia del Fusna. “Después nos enteramos de que habíamos permanecido en el Fusna”, contó Graciela Borelli. Los dos sufrieron terribles torturas que apuntaban a averiguar las actividades del hermano de Graciela, Raúl. Graciela relata que estuvo de plantón; “estimo [que] entre 24 y 36 horas, sin poder moverme, sin comer, sin tomar [agua], sin dormir; haciéndome todas mis necesidades encima. Había detenidas que estaban allí desde antes y tenían alucinaciones”. Cuando finalmente los liberaron del Fusna -“porque ya conocemos todas las actividades de tu hermano”, le dijeron los militares a Graciela-, ubicaron a Raúl, le contaron lo que habían pasado y le pidieron que se cuidara y se fuera de Argentina. El 22 de diciembre, Raúl desapareció, condición en la que permanece hasta hoy. “Quiero que ustedes entiendan qué quiere decir el ocultamiento de su cuerpo”, explica Borelli. “Es imposible elaborar el duelo sin saber dónde se encuentra él ahora. Después de casi 40 años, aún no conocemos la verdad. Mis padres murieron sin saber qué pasó con él, cómo lo mataron, dónde se encuentra, quiénes son los responsables”.