El 70º aniversario de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (inicialmente Facultad de Humanidades y Ciencias) se celebra en un contexto de crisis de las humanidades. Vinculadas desde sus orígenes a la secularización del poder, por igual religioso y político en sus fundamentos, las humanidades encuentran en toda crisis su inspiración más propia: la crítica. La concentración estratégica de la información en la “sociedad del conocimiento” favorece, por el contrario, la perspectiva del poder. Implementando reglas de administración gerencial de la información (emprendedurismo y evaluación), la “nueva gestión pública” orienta las estrategias educativas de organismos internacionales (particularmente financieros, como el Banco Mundial), que también pautan las orientaciones que cunden (bastante más allá de la educación) entre los Estados-nación. En el período de gobierno anterior hemos asistido, en nuestro país, a una apología de la tecno-ciencia, al tiempo que desde el propio Poder Ejecutivo se atacaba -incluso declarativamente- a las humanidades.
En oposición a esa orientación estratégica del poder internacional, se desarrolla, en el campo de las humanidades, un movimiento que llevó al propio Congreso de Estados Unidos a solicitar a la academia de aquel país un informe sobre la situación del sector humanístico. Conviene considerar que Estados Unidos presenta el contexto más genuino de “sociedad del conocimiento”, en la que no sólo la industria de la información lidera el desarrollo tecnológico como tal, sino que además pauta la integración más firme entre academia e industria. Ahora, el informe solicitado por el Congreso de Estados Unidos concluye que las humanidades son el corazón del saber y que allí donde se destruyen las humanidades, se destruye, ante todo, la educación.[1]
El vínculo entre humanidades y educación está en el núcleo de una potencia comunitaria del saber. Configurando un eje movilizador a partir de la actualidad, Jacques Derrida destacó el vínculo entre humanidades y universidad a partir de una constatación: la discusión téorica sobre la universidad se protagoniza en los departamentos de humanidades. Cierta concentración humanística de la problemática universitaria sería efecto, para el mismo autor, tanto de una posible confusión de la misión universitaria con poderes de turno como de una mundialización de las luchas por la justicia, particularmente en tanto que derechos humanos. Lejos de claudicar ante la accountability (“responsabilidad” como economía, eficiencia y eficacia) de la “nueva gestión pública”, las “nuevas humanidades” que propone Derrida en La universidad sin condición plantean “una suerte de desobediencia civil, es decir, de disidencia en nombre de una ley superior y de una justicia del pensamiento”. La vastedad del designio no sorprenderá a quien advierta que las crisis que conjuga la actualidad no se clausuran, como si se tratara de compartimentos estancos, en las distintas secciones que dividen las noticias (política, sociedad y cultura, por ejemplo).
Los cauces de los movimientos sociales, las “agendas de derechos” y los propios movimientos estudiantiles han hecho frente a los estropicios justificados por el neoliberalismo (crisis financieras incluidas), al daño ambiental y al control corporativo de la información. Asistimos al ocaso de cierto orden (mundial, geopolítico, de la economía, de la comunicación, etcétera) que admitiría, entre sus propios márgenes, tanto la crisis como la crítica. La decisión (en griego: krynein, término del que provienen -en una clave humanística- tanto la crisis como la crítica) se desmarca de la fatalidad objetiva. Lejos de erradicar a las humanidades, el contexto tecnológico las potencia en otro plano, como eje de una decisión que ya no se confía a una formalización de la naturaleza, ni menos aun a una disociación entre naturaleza humana y naturaleza física.
Los efectos de la tecnología abren un plano de interrogación que se deslinda de una perspectiva lineal de progreso. Michel Foucault rompe con esa linealidad cuando sostiene en Las palabras y las cosas que las ciencias humanas no son ciencias, si se entiende con el pensador del “cuidado de sí” que son “anaepistemológicas” o “hipoepistemológicas”, a condición, agrega, de quitarle al prefijo “hipo” lo que conlleva de peyorativo. Tales “ciencias humanas” despliegan, según el analista del panóptico, una actividad que no se reduce al mero plano de objetividad, pero que asimismo confiere objetos pertinentes sobre el propio saber.
En el libro Filosofías de la universidad y conflicto de racionalidades (2001), Arturo Roig señaló cómo, a partir del reformismo borbón, se desarrolló en América Latina cierta unidad académica en torno a la universidad y el Estado. Normalizándose en tanto “saberes expertos”, las humanidades pueden llegar a desactivar la crítica que las anima, incluso ante una modernidad que hace crisis en sus propios efectos (particularmente en los Estados-nación). Se replantea por esa vía la genealogía del vínculo entre idea humana y universidad moderna, una vez superada la falsa oposición entre “humanismo cristiano” y “humanismo profano”. Una creciente secularización de la clave cristiana de la soberanía -por igual epistémica y política- elaboró, por caminos a veces contradictorios entre sí, tanto la concepción de universidad como la de humanidades. Contraponiéndose al saber entendido como potestad divina, el humanismo renacentista inscribe otro perfil entre lo divino y lo humano, que permitió replantear el orden de la creación como orden de la representación. En esa articulación crítica que proviene del Renacimiento se apoya, en el presente, una secularización tecnológica del saber, que favorece, paradójicamente, la insumisión humanística.
Ricardo Viscardi
Doctor en Historia y Crítica de Ideologías, Mitos y Religiones (Nanterre, Escuela Práctica de Altos Estudios) y profesor adjunto del Instituto de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Tiene, además, un diploma de habilitación para la dirección de investigaciones en filosofía (París, Saint Denis).