-¿Cómo es el clima de trabajo en el MEC tras la renuncia de Filgueira y el alejamiento de Juan Pedro Mir?

-Se buscó hacer una transición con las menores fracturas posibles. El recibimiento fue muy cálido. Sin pérdida de tiempo, vimos con qué acciones tenía que tomar contacto en primera instancia para que no se suspendieran actividades. Trabajé muy cerca del subsecretario renunciante, dos días intensos juntos. Esto tiene que ver con que el plan que el gobierno se propuso pueda avanzar a un ritmo lo más acelerado posible, con pasos firmes, seguros, que den garantías de que realmente se están concretando los objetivos y los horizontes que están planificados y acordados.

-¿La transformación estructural planteada para la educación sigue en pie?

-Lo que estaba planificado responde al plan de gobierno, que no se modifica. Hay que ver cuáles son las acciones que le corresponden al MEC según la Ley de Educación, que establece que la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) como ente autónomo es la encargada de elaborar las estrategias para llevar a cabo el plan trazado por el gobierno. El ministerio debe transmitir este plan a la ANEP, que elabora y ejecuta las estrategias de política educativa. La autonomía financiera y jurídica que tiene la ANEP es el marco legal en el que tiene que llevar a cabo estas estrategias de política educativa. En esta administración, el MEC está dispuesto a hacer un apoyo, un monitoreo de la situación de las estrategias que ya están delineadas en la ANEP. Apoyos de distinto tipo -asesoría técnica, de materiales-, para que se pueda continentar y encauzar haciendo un monitoreo, año a año, de que las políticas se están cumpliendo.

-¿Cómo ha incidido el rol de mayor liderazgo del MEC en la autonomía de la ANEP?

-Sin duda, no se pretende avasallar la autonomía cuando se ofrecen apoyos. La educación hoy está distribuida en varios organismos: la ANEP para lo obligatorio de cuatro a 18 años; el MEC en la cobertura de primera infancia de hasta tres años, que se busca extender; también el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay y el Ministerio de Desarrollo Social tienen acciones y estrategias educativas. Se busca trabajar juntos, con transversalidad y políticas públicas interinstitucionales e integrales. Esto puede no ser fácil cuando no hay prácticas instauradas de trabajar de esa manera, y ahí van a surgir naturalmente algunos problemitas de entendimiento, de relaciones interpersonales. Pero tenemos que poner el foco de preocupación en las instituciones, ver si están cumpliendo con sus cometidos. Ni más ni menos, y lo que nos preocupa es que se haga menos de lo que se tiene que hacer; eso queremos mejorar. Es seguro que van a surgir problemas porque son inherentes a las instituciones, no es malo que los haya, lo malo es no enfrentarlo y taparlo, dejar que impida cumplir con el cometido de las instituciones. Y es el momento, estamos en el primer año de gobierno. Si esto no se ajusta de entrada puede llegar a ser tarde; tenemos que pensar que los objetivos son en torno a generar mejores condiciones para que los niños tengan el desarrollo y la educación que les corresponde por derecho, y que el país necesita que eso ocurra.

-¿Cómo aporta la educación a ese desarrollo?

-La tradición nos muestra un modelo educativo que ya caducó, que está perdiendo vigencia. Hay que adecuar el modelo educativo a la sociedad del siglo XXI. En Uruguay tuvimos modelos muy adecuados a la sociedad en la década del 50. La sociedad cambia, no podemos seguir con el mismo modelo. La función de los centros educativos debe ser la de formar a los ciudadanos del siglo XXI, con competencias para integrar socialmente, preparar personas para ser ciudadanos activos. Entre las habilidades y las competencias que tiene que desarrollar cualquier sujeto para ser un ciudadano activo está saber moverse con la información, el conocimiento y la comunicación. Ése es el cambio profundo, no sólo ver cómo cambio la estructura, que tiene que cambiar: no puedo poner un nuevo modelo educativo en el viejo formato, porque en ese caso lo pondría con fórceps.

-¿Cuáles deberían ser los cambios estructurales para permitir ese nuevo modelo?

-Hay que habilitar a los docentes para este rol que no se limita a transmitir un conocimiento disciplinar considerado válido en ese momento. Educar no es lo mismo que enseñar; uno puede enseñar la disciplina, pero educar va más allá, es formar una persona. Es muy importante trabajar con los docentes, porque el cambio ocurre dentro del salón de clase. No se puede decir: ellos tienen que enseñar otras cosas o hacerlo de otra forma, ni que vamos a cambiar el currículum y ellos son ajenos a eso. Son la parte más importante del cambio; sin los docentes no hay cambio.

-¿Los cambios y propuestas de transformación que maneja la ANEP son suficientes para este “cambio de ADN” o transformación estructural del sistema?

-Recién estoy entrando al cargo. Voy a trabajar muy cerca de la ANEP para empaparme más de ese plan. Están planificando acciones para 2016 y van a trabajar con la cohorte que ingresa el año que viene. Quiero trabajar con ellos, acompañar y promover que eso vaya al núcleo de la cuestión. Más allá de la metáfora del ADN, hay que empezar a decir cuáles son las cosas que se van a empezar a cambiar en 2016, empezar a decirlas más por su nombre que usando una metáfora.

-¿Hay dos visiones distintas dentro del FA sobre los cambios necesarios y la forma de llevarlos a cabo?

-Sabemos que no es verdad que los seres humanos estamos siempre de acuerdo. Trabajar con la diferencia es lo mejor que hay, entonces aceptá la diferencia. Ése es el problema: aceptar la diferencia y ver que no todos están de acuerdo con determinadas cosas; ahí aparece qué tan fuerte es tu argumentación para convencer a los otros. Hay que argumentar, no hay que pelear, y si en sentido figurado decimos que peleamos por una idea, es porque la podemos argumentar. Pongamos los argumentos, y no para pelear con los otros y decir “con ése no hablo más”.

-¿Los cambios pueden venir sólo desde dentro del sistema educativo o deben venir también desde fuera?

-La ANEP está trabajando en territorios educativos. Me parece que eso es llevar el diálogo al actor principal, que es el ciudadano y la familia. Hay que trabajar con ellos, ése es otro de los cambios. Si no trabajamos con ellos, no sale lo de ciudadano activo, porque no le doy relevancia al que hoy está. No hay una única línea, hay un único horizonte y varios caminos por los que se va a ir llegando a ese horizonte, con mucha transversalidad para conectarlos.

-¿Qué rol debe tener y para qué debe servir el marco curricular común (MCC) que se está implementando?

-El MCC parte de una mirada sistémica, mira al alumno en su recorrido desde los cuatro años a los 18. Desde esta mirada, haciendo foco en quien transita el sistema, se busca que el currículo tenga ciertos ejes que hacen a su continuidad. Que ese camino tenga la menor cantidad de obstáculos y saltos, que hoy sí los tiene. Nos pasamos décadas hablando de la articulación cuando salen de un ciclo educativo al otro, por ejemplo de la escuela al liceo. Hasta el siglo XX los currículos se caracterizaron por contenidos de conocimiento, y el conocimiento ha avanzado mucho en la historia de la humanidad; a medida que se sabe más, el currículo se va extendiendo. Un autor dice que los currículos del siglo XX y principios del XXI tienen kilómetros de extensión por la cantidad de conocimiento, pero milímetros de profundidad, porque no se puede tener las dos cosas. Lo que se busca en la transformación curricular es más profundidad y menos extensión. Ahora lo que importa es cómo [la persona] se relaciona con la información en el sentido de qué capacidades tiene que desarrollar para adquirir criterios de selección de la información, que es abundante, fragmentada, indiscriminada. Eso se lo tiene que enseñar el sistema educativo, pero a la vez debe transformar esa información en conocimiento. Se llena la cabeza de conocimiento repetitivo pero fragmentado, sin que haya conexión entre una cosa y la otra, porque el conocimiento cambia. Si ya sabés relacionarte con el conocimiento y el conocimiento cambió, no te genera tanto problema como si sabías algo y ahora no sabés lo nuevo ni cómo adquirirlo. En el cambio profundo se debe incluir el sentir y el actuar, no sólo el pensar. Las emociones forman parte del aprendizaje; no hay aprendizaje sin emociones, y antes parecía que uno tenía que dejar todas las emociones afuera y entrar a la clase para conectarse con el saber sabio. Dicen que los niños y jóvenes se aburren en el salón de clase. Eso es un estado de ánimo, tiene que ver con sus emociones y con el sentido que tiene lo que le están enseñando, que puede no tener ningún sentido para él. Ese conocimiento le sirve para después comportarse de determinada manera. Pensar, sentir y actuar; ahí está el nudo que hay que entrelazar bien en la propuesta educativa.

-¿Cómo se llega a que los docentes, que se formaron con el viejo modelo, puedan adaptarse a estas nuevas realidades?

-Todavía acá hay jóvenes que quieren ser docentes. Vamos a empezar por valorarlos. Con ellos hay que trabajar en la formación inicial, la de grado, y en la formación continua. Después de recibirse no puede pensarse que con el título ya se sabe todo lo que hay que saber. Con esos jóvenes que eligieron esta profesión hay que trabajar desde la práctica hacia la teoría (estoy dando vuelta las cosas), y no desde la teoría para aplicarla en la práctica. Que empiecen a tener contacto tempranamente con las realidades complejas y busquen la teoría para explicar esas realidades. En la década de los 90 se empezó a trabajar mucho con la formación continua y se ha invertido mucho dinero en la “actualización” de los docentes. El modelo que se usó fue el de traer la renovación teórica; ellos recibían los cursos y luego iban a su escuela o liceo y veían cómo hacían con eso para aplicarlo a la realidad cotidiana. A la segunda o tercera semana ya se pierde todo eso, porque la realidad te absorbe. Hay que jerarquizar la carrera docente, dándole un buen lugar y ayudando a que se apropie de ese lugar, no poniéndose en el lugar de víctima: pobre docente, qué horrible, qué lástima. Si les tenemos lástima a los docentes nunca los estamos poniendo en un lugar jerarquizado.

-Otra de las medidas que se han planteado para jerarquizar la carrera docente es crear la Universidad de la Educación (Uned). ¿El gobierno sigue pensando en no impulsar su creación en este período?

-La ley [de Educación] sigue en vigencia. Es la ley la que lo establece. El asunto es cuánto dura esa transición a lo universitario. Perder de vista ese horizonte de que la formación docente adquiera el nivel universitario sería ir contra la ley y seguir desjerarquizando la función docente. La pregunta que hay que hacer es si el Consejo de Formación en Educación está pronto para ser una universidad. No se es universidad sólo porque lo decrete la ley, hay un sentir y un vivir universitario que hacen que cambie el rol en lo que tiene que ver con el conocimiento. La institución tiene que dejar de ser transmisora para ser la que produce conocimiento en educación, en didáctica, en enseñanza, y tiene que difundir ese conocimiento. Las funciones de una universidad son distintas a las de una institución de formación de profesionales de nivel terciario. Si no está clara la diferencia es sólo cambiarle el nombre, y no es eso lo que queremos. A los docentes los he visto decididos a impulsar transformaciones y empujar esto del cambio dentro de ese organismo; los estudiantes están en otro momento, les lleva más tiempo, tienen otro ritmo en el avance y no los podemos apurar. El ritmo de los procesos depende de los actores; dejemos que hagan su proceso. Si ellos no sienten que ya llegó, el proceso va a ser un poco difícil. La Ley de Educación sigue en ese sentido, y el proyecto de ley de creación de la Uned está ya en el ámbito político. Si ese proyecto va a ser retomado o si habrá que crear otro, depende de los actores de la formación docente. No hay que bajar los brazos.

-Entonces no es seguro que se vaya a concretar en un plazo determinado.

-No. Las fuerzas vivas, la gente, el ciudadano es el que tiene que empezar a dar su voz, no las autoridades. Les digo a los estudiantes que ellos tienen que decir cuándo quieren que sea; si no, ¿cómo dialogamos? Apuesto al diálogo y lo pongo en primer lugar, pero tenemos que tener interlocutor.

-¿Cómo analiza el vínculo con los sindicatos de la educación y el rol que están jugando?

-Es un momento difícil en la relación con los sindicatos. Es muy bueno que existan sindicatos. Cuando digo que tenemos que seguir dialogando con ellos lo digo también para que aporten a la transformación, no sólo para reclamar; está muy bien que reclamen mejoras de salario, pero no sólo deben ser la voz del que reclama, sino también la del que aporta. No es que los consulto para ver si quieren, y si no quieren no puedo hacer; consulto para ver cuánto pueden enriquecer la propuesta. No hay que desvirtuar que las políticas educativas deben ser definidas y sus estrategias elaboradas por la ANEP, y no se negocia. Lo que se negocia con el sindicato son sus reivindicaciones y reclamos, pero no las políticas educativas.

-¿La declaración de esencialidad fue un error estratégico del gobierno en el vínculo con los sindicatos?

-Creo que da cuenta de la preocupación de las autoridades, que en ese momento estaban teniendo por los niños y liceales que estaban sin clase. Mirado así, es bueno que las autoridades se preocupen por eso. Mirá si dijeran “si pasan tres meses sin clase no importa”. Ahora, no salió bien. Quizá haya que elegir otra estrategia y no ésa.