Rockeros al sol

En Mi primer libro de rock, Pato Segovia hace un repaso de la historia de ese género musical en un libro álbum para niños. La anécdota es pequeña: un día de playa en la Isla del Rock, adonde va una serie de figuras del rock desde sus inicios hasta la actualidad (aunque predominan los representantes de los 60 y 70). La estructura es la habitual en los libros para los más chicos: a partir de una historia sencilla, se plantea una sucesión de elementos que aportan variaciones pero mantienen un tronco común. Cada integrante de ese peculiar grupo de amigos lleva algo para el día de playa; de esa manera se los identifica, y Segovia juega con las características de los personajes reales a los que evoca y rinde homenaje. De esta manera deconstruye e interpreta la historia del rock y su mitología, llevándola, por la vía del humor, a una versión inocente e infantil, hasta terminar en la foto final (que también será el guiño final, claro).

Ante este libro -el primero de Segovia como autora integral- surge un interrogante acerca del destinatario: parece estar dirigido a los padres más que a los niños, y ese aparente problema entraña la fortaleza de la obra. No es casual ni infrecuente, ni mucho menos indeseable, que un libro etiquetado “para niños” se coloque en un terreno limítrofe, difícil de clasificar, que ponga en cuestión su inclusión en un género (sobre todo en un género que se suele definir, en buena medida, precisamente por su destinatario). La clave parece estar en una característica fundamental en la dinámica de lectura de los libros para niños: la lectura compartida, el leer con otros, el momento de intimidad que se instaura cuando los padres les leen a sus hijos, que no sólo es el inicio de la lectura sino también una manera de pasar tiempo juntos y de abrir diálogos. En ese sentido, entonces, Mi primer libro de rock se perfila como un interesante cruce generacional.

Los otrora ídolos juveniles, transmutados en bañistas que van de picnic, se tornan en estas páginas personajes de una ficción. Las estrellas de rock son niños y se comportan como tales, pero mantienen los rasgos -y los peinados, el maquillaje, la ropa: el look- que los vuelven reconocibles en su faceta de personajes públicos. En ese recurso humorístico se apoya el libro. Así, Jim (Morrison) se olvida de la remera, pero, por suerte, Paul (Mc Cartney) lleva el protector solar. Y un Robert (Smith) de sobretodo y pelo imposible se dispone a hacer castillos de arena junto con Amy (Winehouse).

En definitiva, posiblemente sea el libro para niños preferido de mamá o de papá. Y, al mismo tiempo, una oportunidad de leer juntos y una invitación a escuchar, conocer y compartir música y todas las historias que las canciones convocan con su recuerdo. Me faltó Joe (Strummer), pero, claro, es un libro álbum, no una enciclopedia; también los personajes que extrañamos son una oportunidad de continuarlo desde la imaginación.

Monstruitos contra el miedo

Mis espantajulepes también es un libro inaugural: es el primero de Nico Barcia como autor integral. También en este caso hay un enlace con el rock, pero no a partir del libro sino de la biografía de su autor, que fue integrante de la legendaria banda de los 90 Chicos Eléctricos y actualmente integra Hotel Paradise.

Barcia presenta una galería de monstruos en coloridas ilustraciones que, en una suerte de ficha técnica que incluye nombre, “foto” y resumen de sus principales características, dialoga, en cada doble página, con un poema -con la estructura del cielito- que cuenta sus andanzas. Estos simpáticos y deformes amigos ayudarán a los niños a combatir sus miedos; son, pues, los héroes. Para armar este particular bestiario el autor se valió de un arma infalible, el humor, que, sumado a la complicidad con los pequeños lectores, convierte en criaturas entrañables a esos tipejos que desafían los cánones de belleza tradicionales. En cada relato hay detalles y guiños que les ponen un contexto cercano a los mutantes; aparecen así, como al pasar, las aerosillas de Piriápolis, un pivot de Aguada, una primera dama que endulza con stevia y, seguramente, mil detalles que se me escapan y que apuntan a experiencias compartidas, a una construcción conjunta con amigos grandes y chicos que pertenecen al universo inmediato del autor.

Al acierto gráfico de la alternancia de una página en sepia (la del poema, que va acompañado por una viñeta de trazo ágil) con otra en colores vivos (la de la ficha técnica), se suman detalles de la edición que enriquecen la propuesta: la inclusión, al inicio, de las noticias de Diario Julepe, con el formato y la titulación propios de la prensa; las ilustraciones de las páginas de apertura y cierre, que permiten entrar en ambiente antes incluso de comenzar a leer. Es de destacar, particularmente, el trabajo lingüístico que subyace. Se elige un léxico inequívocamente uruguayo, con registros diversos; se nota un deleite en el rescate de ciertos términos y en el uso de localismos, en una combinatoria gozosa y acertada.