Cuando arranca el primer tema, “Dejá de ser un niño”, a pura batería, caemos en la cuenta de que Herencia, el nuevo disco de Kuropa (Diego Kuropatwa) tiene aires más rockeros que aquel ya lejano debut de 2007 (Y qué dirán, grabado bajo el nombre de Kuropa y Cía, que empezaba con un tema esencialmente acústico, como casi todo el resto del disco), pero cuando se asoman las guitarras eléctricas limpias al estribillo e irrumpe el minisolo del final (que tiene algunas vueltas, salvando las distancias, a lo Eric Clapton en “Cocaine”), los aires se transforman en una ventisca más que interesante. También sobresale al instante un tratamiento sonoro distinto (la producción fue del prolífico Guillermo Berta): una especie de barniz pop-rock que le da una apariencia mucho más sólida y compacta.

De todos modos, la línea rockera que atraviesa la mayor parte del disco es sutil y de ningún modo suena a pastiche o parodia. Herencia cultiva un sonido auténtico y diferente, y es la sutileza lo que lo vuelve rockero. Porque, a esta altura del partido, es más rockero ser sutil que ponerse una campera de cuero y andar distorsionando la guitarra cual peludo mononeuronal de Spinal Tap. Kuropatwa no viene de un palo rockero, sino que más bien se cultivó en el terreno amplio -y de límites difusos- de la “música popular uruguaya”. Estudió guitarra con Rubén Olivera y con él grabó en vivo el disco Kuropa Olivera (2009), en una patriada a pura guitarra acústica, desparramando arpegios milongueros por aquí y por allá.

Uno de los temas inéditos de Kuropatwa incluido en aquel disco a dúo fue “Tengo”, que volvió a aparecer con todo en Herencia. Y con todo no sólo por los interesantes y pellizcados arreglos de guitarra eléctrica, sino también por la voz -reconocible apenas emite media nota- de Fernando Cabrera, a quien la canción -por inflexiones melódicas y atmósfera- le calza justo, como una fina pieza de relojería suiza.

Pero hay una canción de Herencia que representa mejor que ninguna el trayecto sonoro por el que transitó Kuropatwa desde su disco debut: “Lejos de ahí”. El tema arranca con un arpegio de guitarra española, pero va subiendo gradualmente la intensidad, gracias a acordes solitarios de eléctrica, y llega al cenit cuando por los dos costados del estéreo nos embisten guitarras con distorsión wah-wah que chillan como si no hubiera mañana, y van formando una coda en la que al final quedan solas, dejando una estela de reminiscencias hendrixianas. La guitarra del canal derecho, la más quejosa, es la última en apagarse. Y así, la española del principio quedó tan lejos como el guiño de la inocencia y el brillo por descubrir la calma que en las mañanas despereza a Kuropatwa, según canta.

En el terreno de las letras se edifican temáticas maduras, en las que se nota de forma directa y explícita la influencia del nacimiento de la hija del músico. Por ejemplo, en la canción que da nombre al disco -una especie de balada folk puramente acústica en la que toca Olivera, y que podría estar perfectamente incluida en el disco que grabaron juntos- enumera la procedencia de los rasgos de su niña: “Aquellas pestañas son de María, / se parece al tío, al respirar. / De su abuela tiene tanta alegría, / la piel de arena, aquel lunar”. “Tres” -dedicada “a Clara”- es un regalo de bienvenida a su hija: “Me enseñarás tus formas, / te enseñaré mi voz. / Ya no estaremos solos, / seremos tres, mi amor”.

También hay espacio para la lucha contra la rutina del matrimonio: “De casa al trabajo y vuelta a casa, / bajo el mismo precipicio azul. / Nos debemos risas y palabras, / acercar los cuerpos a la luz. / No quiero ser como esas parejas / que terminan en la cruz”. Así dice “Antes de que se termine el día”, que tiene una estrofa que pinta como ninguna el panorama rutinario: “Antes de que se termine el día / y nos venza la televisión, / quiero recobrar la melodía, / el lugar secreto de los dos”.

El paso del tiempo trae consigo la inevitable nostalgia, tan típicamente uruguaya, y quizá por eso el disco cierra con “Para regresar”. Aunque, más que en la letra, la añoranza se nota en la música: en la tonada y, sobre todo, en el sentido y melodioso solo de guitarra eléctrica a cargo de Federico Mujica, un punto altísimo del disco. Pero no podemos terminar de comentar el álbum sin destacar otros pasajes instrumentales. Algunos son detalles, como el lunar en la mejilla de Marilyn Monroe, pero hacen al todo, como los arreglos de cuerdas (viola y violín) de “Nadie”, los afilados punteos de guitarra eléctrica de “Pensar así” o el solo de “Tres”.

Antes de que se termine el día y nos venza la televisión con el programa divertido de turno, es preferible que nos venzan los 40 minutos de Herencia.