La argentina Selva Almada no sólo es celebrada en su país, sino que además ya ha sido traducida a varios idiomas, y su nombre se ha vuelto una referencia de la buena literatura. Según anunció la editorial Random House, reaparece con El desapego es una manera de querernos, libro que reúne su faceta cuentística menos conocida, con relatos -muchos autobiográficos- que se encontraban descatalogados o eran inencontrables. Este año se editó Chicas muertas (que acaba de ser traducido al turco), libro en el que alterna recuerdos personales de su infancia y una investigación de tres femicidios ocurridos durante los años 80 en el interior de Argentina.

La violencia física y simbólica ya estaba presente en su primera novela, El viento que arrasa (2012), exitosa en ventas y considerada un acontecimiento literario por la crítica. Cuenta la historia del pastor evangélico Pearson y su hija Leni, quienes deben retrasar un viaje al Chaco por una falla en el motor de su auto. En un pueblo perdido, Pearson abandonó a su mujer y siguió camino con su hija, a la que intenta moldear de acuerdo a su moral y su mundo de hombre. En el taller mecánico donde se detienen, Leni pasa las tardes entre autos destrozados, atrapada por su condición de mujer: debe acatar los estereotipos femeninos a disposición de los hombres, quienes creen determinar su suerte. En la también exitosa Ladrilleros (2013), Almada volvió sobre la narrativa realista de pueblo olvidado: sus dos protagonistas, Pajarito Tamai y Marciano Miranda, agonizan desde el comienzo de la novela, tras herirse mutuamente en una pelea a cuchillo. El trance en el que se desarrollan la historia y el enfrentamiento de las familias rivales recuerda a ciertos personajes de Horacio Quiroga, para quienes, al igual que para los de Ladrilleros, el futuro no es una posibilidad viable.

En Chicas muertas, las madres no soportan el recuerdo trágico ni la violencia que se apoderó de sus hijas y las sumió en una tragedia ineludible. Al mundo de Selva Almada lo habitan personajes inestables, enfrentados a conflictos que los superan. Muchas veces hace recordar aquella sentencia de Roberto Bolaño: “Salir a pelear: eso es la literatura”.