2014 ha sido otro año de crecimiento económico. Uno más que se suma a la tendencia de la última década. No es el objetivo de esta nota amargarle el día a nadie. Tampoco voy a hablar de los nubarrones en el horizonte que algunos analistas del corto plazo tienen como muletilla. Lo que voy a hacer es focalizar la atención sobre la estructura productiva uruguaya y argumentar que es importante que se acelere su transformación para que las décadas por venir sean tan positivas como la pasada.

Esa estructura productiva ha incrementado su nivel de diversificación en los últimos años, y en esto han tenido que ver tanto esfuerzos particulares como planes del gobierno. No obstante, las exportaciones del país siguen dominadas por los productos primarios. Según Uruguay XXI, 57% de las exportaciones de 2013 estuvieron concentradas en semillas y frutos, carne, productos lácteos y cereales. ¿Por qué es esto un problema? En lo que sigue argumento que la especialización uruguaya puede limitar el crecimiento económico a largo plazo y a su vez tener otros efectos negativos.

Hace ya un tiempo que los economistas han advertido que la canasta exportadora de los países ricos es diferente de la de los países pobres.1 Países ricos como Holanda o Nueva Zelanda exportan los mismos productos que Uruguay, pero además agregan otros. Las economías que alcanzaron a desarrollarse más tempranamente crecieron con base en la industrialización porque tenían una ventaja inicial para acumular capital. Pero los nuevos ricos del mundo como Corea o Finlandia también lograron crecer desarrollando un potente sector industrial y de servicios, sin contar a priori con una ventaja clara para ello.

El hecho de que las principales ventas sean de productos altamente basados en recursos naturales afecta el crecimiento por varios canales. Por un lado, la capacidad de convergencia con la frontera tecnológica mundial es menos fuerte en las actividades primarias que en las actividades industriales.2 Por otro lado, la demanda mundial por alimentos es menos dinámica que la de los productos de consumo industriales.3 Por último, los precios de los commodities primarios son muy volátiles, y esto agrega volatilidad al ciclo del producto de los países en que se originan. Cuánto más diversificada está la canasta exportadora de un país, menos vulnerable es la economía a cambios en los precios de algunos productos.

Otros estudios señalan que enfocar las fuerzas productivas de un país en estos bienes tiene además consecuencias negativas sobre la formación institucional, la educación de la sociedad y la distribución del ingreso. La lógica del argumento es que si el foco está en los productos primarios, la mayor parte de la retribución va para el propietario de la tierra. Esto promueve la desigualdad de ingresos y la formación de elites con capacidad de cooptar las políticas públicas. Por último, es una producción menos intensiva en el empleo de trabajadores formados que otras ramas de actividad, lo que disminuye los incentivos para educarse. La literatura señala que estas características, además de ser no deseables, atentan contra las potencialidades de crecimiento en el largo plazo.4

Uruguay creció en la última década por encima del promedio mundial, y esto hace perder de vista los problemas estructurales de largo plazo. Pero hay que recordar que este período no es el primero en el que experimenta un crecimiento convergente. Todos los anteriores fueron seguidos de períodos de crisis o estancamiento que implicaron tasas de crecimiento bajas en promedio. Lo que cabe preguntarse entonces es si la tasa de crecimiento futura del país estará por encima de la de los países desarrollados en el largo plazo (para poder alcanzarlos). Y cuando se trata de mirar el largo plazo hay varios estudios que señalan al tipo de especialización uruguaya como una limitante para el crecimiento. Algunos ejemplos son los trabajos de Bértola y Bittencourt (2005) u Ourens (2012). Por otro lado, algunas de las principales determinantes del crecimiento actual parecen tener duración limitada. El mayor ejemplo es el elevado precio que están mostrando los alimentos debido a la demanda de los grandes mercados emergentes. Dado lo expuesto antes, no cabe esperar que en el largo plazo el precio de los alimentos sea un promotor de crecimiento convergente. Por el contrario, como el mundo tiende a gastar en alimentos una proporción decreciente de su ingreso cuando éste crece, lo previsible es que el movimiento de precios a largo plazo nos resulte desfavorable.

No estoy abogando aquí por volver a caer en políticas industrializadoras improvisadas como las que se implementaron en Uruguay a mediados del siglo XX y no dieron buenos resultados. Pero sí creo que se deben profundizar mucho más los esfuerzos para apoyar los emprendimientos con potencial innovador y fomentar el surgimiento de las actividades en que la absorción y derrame de conocimiento sea mayor. Pero para que esto cobre el empuje que se merece se requiere una mayor voluntad política, y ahí es que entramos los ciudadanos.

Una versión previa de esta nota fue publicada en Razones y personas.


  1. A la intuición de los pensadores de la CEPAL desde mediados del siglo XX (por ejemplo Prebisch, 1959) se sumó luego evidencia empírica. Ver por ejemplo Sachs y Warner (2001) o el artículo cuyo título estoy parafraseando en el título: Hausmann et al (2007). La frase llama más la atención en español que en inglés. 

  2. Un trabajo reciente al respecto es de Rodrik (2013). 

  3. Éste es el resultado de la llamada Ley de Engel aplicada en escala global. Verificaciones empíricas de este postulado pueden encontrarse en: Houthaker y Magee (1969), Ogaki (1992) o Holcomb et al (1995). 

  4. Ver por ejemplo Acemoglu et al (2003) o Galor et al (2009).