Una coalición de países de Medio Oriente liderada por Arabia Saudita comenzó ayer a bombardear territorio yemení para frenar el avance de los rebeldes hutíes que se oponen al gobierno sunita del presidente Abdo Rabu Mansur Hadi. Este gobernante huyó de su país a la capital saudita, Riad, debido a los ataques a la casa de gobierno. Ni bien comenzaron los bombardeos, Irán los condenó y exigió a Arabia Saudita que cese este “acto de agresión”.

Analistas consultados por diversos medios internacionales coincidieron en señalar que en el fondo no se trata de la situación en Yemen, donde los hutíes y el gobierno combaten desde hace meses, sino de un enfrentamiento entre Arabia Saudita e Irán, y entre sunitas y chiitas, por el dominio de la región. Se cree que Irán colabora con los rebeldes hutíes, de confesión chiita, entre otras cosas con apoyo logístico y armas. En el marco de esta teoría, se considera que el avance de los hutíes en las últimas semanas obedece a un deseo de Irán de retar a Arabia Saudita, país vinculado con el actual gobierno yemení.

Ocho países se sumaron a la iniciativa militar saudita, entre ellos Emiratos Árabes, Catar y Jordania, en su mayoría de confesión sunita. Los bombardeos se produjeron después de que el gobierno yemení pidiera a la Liga Árabe y al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que aprobaran una intervención militar “directa” de naciones árabes en su país.

Los ataques llegaron antes de que cualquiera de los dos órganos se pronunciara, pero la Liga Árabe los respaldó una vez que habían comenzado. También Estados Unidos, Reino Unido y Francia aplaudieron la intervención de Arabia Saudita, mientras que la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Federica Mogherini, insistió en que la acción militar “no es la solución” y puede traer “consecuencias regionales”.