-¿Cómo ves la situación política de Brasil?

-Tenemos una situación bastante inusitada en la que un gobierno recién electo, que ganó por un pequeño margen pero con gran legitimidad -tuvo 53 millones de votos-, hoy está en una situación de debilitamiento pronunciado. Hay un conjunto de crisis que el gobierno de Dilma está teniendo que enfrentar, de las cuales la principal es la que generó el caso de corrupción en Petrobras.

-Se percibe que hay cada vez más corrupción; sin embargo, Dilma señala que no es así, sino que el fenómeno es más visible porque se investiga más.

-Hay un esfuerzo del PT, que ha otorgado una autonomía fuerte a las instancias de investigación. Era un país donde los ricos no iban presos, y hoy hay una docena de altos ejecutivos de las empresas más importantes de la economía brasileña que están encarcelados [en prisión preventiva por el caso de Petrobras]. El problema es que los ciudadanos no tenemos acceso a todas las investigaciones. Hay sólo una parte que se hace pública en los periódicos, que también tienen sus intereses. La información a la que accedemos muestra una corrupción en el financiamiento de los partidos políticos brasileños y de sus campañas que alcanza a casi todos los partidos, pero la factura política la paga el PT.

-¿Cómo afecta este escándalo de corrupción a la empresa pública Petrobras, más allá de lo económico?

-Petrobras era un símbolo del proyecto de desarrollo con distribución de renta que encarnó el PT, contra el neoliberalismo y a favor del fortalecimiento de las empresas [públicas]. No hay que obviar los errores que se cometieron, que son grandes, pero hay también una disputa política sobre el papel de Petrobras. [El ex presidente Luiz Inácio] Lula [da Silva] trabajó mucho con la idea de que el presal [el yacimiento de petróleo subacuático cuyo hallazgo se anunció en 2006] era la gallina de los huevos de oro y a partir de allí creó una narrativa de gran éxito de Brasil, de un país que estaba creciendo, distribuyendo renta, casi un país modelo.

-¿Esa narrativa está siendo cuestionada?

-Ese discurso perdió fuerza. Por ahora no se está cuestionando el legado de las grandes políticas sociales que hubo en Brasil, pero de algún modo no se está logrando en este momento retener ese sentido, tanto en lo social como en lo económico. Se interrumpió el proceso de disminución de desigualdades, y la economía ya no está creciendo: hay dificultades. Petrobras era tal vez el mayor símbolo de este nuevo Brasil. Estaba esa imagen de Lula con la mano llena de petróleo; él le decía: “la mano de Vargas” [en referencia al ex presidente Getúlio Vargas, impulsor de la fundación de Petrobras en 1953]. En ese sentido hay un debilitamiento simbólico del proyecto lulista o petista que se transforma muy rápido en un debilitamiento político.

-Pero la crisis actual no se reduce a la situación con Petrobras. ¿Cuáles son los otros aspectos que colaboran?

-Petrobras, una perspectiva de crecimiento negativo del PBI, un miedo de las clases populares de perder lo que conquistaron en los últimos años y un sector de la derecha que está muy rabioso con el PT y con el proceso que representa. Todo eso crea una situación complicada. Además, Dilma cambió su discurso una vez que fue electa y frustró al apoyo que había tenido de la izquierda [por fuera del PT] para ganar las elecciones. Juntando todo esto se crea una situación delicada, y hay también grandes problemas de gobernabilidad en el Congreso, la relación con el PMDB [Partido del Movimiento Democrático Brasileño, principal aliado del PT] no es muy buena, hay dificultades en ese campo.

-La relación con el Congreso, y particularmente con el PT, está en un momento difícil desde el final del primer gobierno de Dilma.

-El PT siempre ha tenido que hacer alianzas con partidos de centro y de derecha para tener mayorías parlamentarias. Siempre fue una situación un poco contradictoria para la historia del PT, porque el PT ha sido muy crítico de ese sistema de captación de alianzas para crear mayorías que no son exactamente programáticas, pero ha tomado la decisión pragmática de hacerlo. En los últimos tiempos del primer gobierno de Dilma ya había una relación mala con el Congreso, que ahora empeoró. El presidente electo en febrero para la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, es un poco símbolo de eso. Ahora él está empezando a presionar al gobierno, está intentando establecer una agenda política propia.

-Mencionabas que Dilma frustró a quienes la habían apoyado desde la izquierda, por fuera del PT. ¿Eso es por la designación del equipo económico?

-De algún modo había que hacer un ajuste fiscal, la cuestión era quién paga por eso. Hay una impresión popular, y también dentro de la izquierda, de que lo están pagando los sectores más sumergidos. Durante la crisis económica de 2008 hubo un discurso muy fuerte del gobierno y del PT de que esa crisis no la pagaron los más pobres o los trabajadores; el gobierno cambió varias políticas pero continuó con el proceso de distribución del ingreso. Lo que ocurre ahora es que ese discurso perdió fuerza. Muchos movimientos dicen: “A nosotros nos gustaría apoyar al gobierno y ayudar en este momento, pero las medidas son muy malas en cuanto a la justicia social”.

-Parte de esa contradicción se vio en la marcha de la Confederación Única de los Trabajadores (CUT) del 13 de marzo, que fue convocada en respaldo al gobierno y a Petrobras pero también en rechazo al ajuste fiscal del Ejecutivo.

-Sí, la CUT intenta moverse en eso, tiene mucha relación con el gobierno y hay también un debate de fondo sobre el rol de Petrobras en Brasil, y todo esto va más allá de este tema de la corrupción. La CUT intenta mantenerse en ese equilibrio de apoyar y criticar.

-Se manejó la posibilidad de que fuera sólo la elite brasileña la que estaba disconforme con Dilma, pero las encuestas de aprobación y popularidad muestran que en todos los sectores hay disconformidad.

-Quien estaba en la calle [en la movilización del 15 de marzo] era mayoritariamente el blanco [las clases altas], pero el descontento con el gobierno está en todas las clases sociales. Cada uno tiene sus motivos, no todos salieron por lo mismo. En los días previos a la marcha del 15 hubo una serie de malas noticias que hizo que esa insatisfacción que estaba en algunos sectores -más bien en la elite que salió a las a calles en seguida de la victoria de Rousseff- penetrara en las clases más populares.

-¿Cuál es el papel de los medios en este sentido?

-Una de las mayores debilidades de los gobiernos del PT es que no se contrarrestó la narrativa mediática [opositora]. En internet sí, pero no en prensa, televisión o radios. En general los medios son muy tendenciosos; muchas veces casi que organizan a la oposición, parecen ser el centro de pensamiento de estrategia de la oposición. El gobierno tomó poquísimas medidas para revertir esa concentración y eso de algún modo se paga hoy, porque las manifestaciones del domingo 15 fueron incentivadas y celebradas como parte de un gran evento de las familias brasileñas, fueron muy divulgadas e incluso celebradas por los medios.

-Son también los que han hecho masiva la posibilidad de un juicio político contra Dilma. ¿Es viable ese juicio?

-Es un proceso bastante traumático que no está en la agenda actual, pero hay una insatisfacción popular que está creciendo. El 12 de abril va a haber una nueva manifestación, ahí tendremos una idea de si se mantiene el nivel de asistencia o si baja un poco. No está fácil para Dilma conquistar a los distintos sectores, tiene que hacer un montón de equilibrios que no son fáciles: hacer un ajuste sin perder su base más de izquierda, dialogar con el Congreso sin ceder a posturas conservadoras... Está frente a varios dilemas, entre ellos el de recuperar la popularidad, porque tenerla tan baja debilita mucho a su gobierno.