-¿Qué significa para la Facultad de Arquitectura llegar al centenario?

-Es un buen pretexto para reflexionar y hacer reflexionar sobre lo que es la arquitectura, sobre lo que hacemos y deberíamos hacer dentro de la facultad, y lo que debería ser nuestro aporte a la sociedad y la cultura. En realidad, son 100 años como facultad independiente y alrededor de 130 años de la presencia de la arquitectura en el país, como disciplina que se enseñaba dentro de la Facultad de Matemáticas. Hacer un repaso permite apreciar que tenemos una trayectoria contundente: es una facultad con un perfil muy claro, muy fuerte, muy vinculado sobre todo al proyecto, que de algún modo lo entiende como una cuestión compleja que abarca la multitud de escalas que construyen el hábitat. Su estructura, que se ha mantenido a lo largo de sus 100 años de historia sobre la base de talleres verticales [una estructura presente en todos los años de la carrera, desde el introductorio hasta los cursos de urbanismo], también les da a los arquitectos de este país un perfil identitario bastante reconocible.

-De alguna forma entendés que hay una relación entre aquel arquitecto que se formaba hace 100 años y el que se forma ahora. ¿Existe una línea -tal vez por medio de los talleres verticales- que ofrezca cierta continuidad?

-Creo que se puede hablar de continuidad. En verdad, las continuidades las construye uno desde cierta voluntad de construirlas. Yo diría que hay una matriz que se ha mantenido bastante constante desde los inicios, en términos de cómo se produce la enseñanza. Es decir: se ha centrado en el taller y se ha basado en talleres verticales, de manera que se pone en contacto a todos los estudiantes de todos los años con docentes diferentes, que a su vez pueden cambiar de lugar dentro del taller. Eso genera una proximidad muy grande entre el estudiante y el docente. El rango jerárquico, por así decirlo, es bastante chato. En nuestra facultad es muy normal hablar con mucha comodidad con el catedrático o quien sea, quizá más de lo que es habitual en otras disciplinas. Eso también genera una manera muy fluida de relacionarse con los más jóvenes y con los mayores. Creo que esa matriz existe; incluso es interesante cómo esa matriz construye un discurso en el cual, como decía al principio, esa vinculación entre las diversas escalas y problemas se pone de manifiesto. Está claro que el período más reciente, con una enorme masividad, problematiza este modelo e incluso lo hace tambalear. Pero de algún modo existe. Es interesante pensar cómo el Plan 52 [Plan de estudios que rigió desde 1952 hasta 2002] fortaleció la estructura de talleres, cuando en realidad esta estructura es un formato de enseñanza que responde a las visiones académicas, que eran precisamente lo que ese plan venía a cuestionar: le exigía a la facultad mayor compromiso con el medio y con la realidad, y que adoptara un rol protagónico en términos de cambio, pero se apoyaba -y creo que con enorme inteligencia- en el taller, la herramienta paradigmática de la facultad, para así redoblar la apuesta y completar esa visión de las escalas que nombraba antes.

-De hecho, en la región los talleres verticales son una excepción.

-Los talleres verticales son cada vez más excepcionales. Existen, en Argentina son muy comunes, pero en general han sido sustituidos por estructuras horizontales: cursos por año. Más allá de emitir juicios acerca de esto, creo que el modelo deja una impronta en la formación, en la formación docente y en esta psicología social, por decirle de alguna forma, del arquitecto, de esa manera de vincularnos entre nosotros y con los otros. Existe entonces esa matriz común, pero, por otro lado, también hay diferencias notorias, porque el medio ha cambiado. Y creo que parte de la responsabilidad de la facultad hoy en día es entender qué es lo que hacemos los arquitectos, cómo lo hacemos, y presentarlo a la sociedad de manera agiornada, para que nuestro aporte pueda ser verdaderamente significativo. Muchas veces, la sociedad mantiene una visión perimida de la arquitectura; y muchas veces, nosotros actuamos en función de esa visión. Entonces hay una especie de círculo que se retroalimenta, por el que se esperan ciertas cosas de la arquitectura, que ella misma genera, pero en realidad no se expande, no se difunde, y éste es parte de nuestro empeño para el centenario.

-¿Cómo se proponen expandir -por decirlo en tus palabras- las celebraciones?

-Hay un hilo conductor en el trabajo que estamos haciendo desde el decanato, que tiene que ver con reposicionar la arquitectura y el diseño como dimensiones fundamentales de la cultura. Esto no lo afirmamos con un espíritu corporativo, sino que entiendo que verdaderamente es parte de la responsabilidad de esta facultad reconstruirse como campo de conocimiento. Es mucho más el aporte que podríamos hacer que el que estamos haciendo, y es mucho más lo que nos deberían pedir. Para alinear los festejos con esta filosofía, la idea es tratar de presentar lo que hace la facultad; además de hacer un reconocimiento de lo que ha sido la trayectoria, larga y muy importante, sobre todo pretendemos mostrar lo que hace la facultad. En este sentido, se prevé llevar a cabo una serie de actividades, entre las que naturalmente se incluye una fiesta en nuestra casa, pero también estamos buscando un contacto con los egresados, no sólo para hacerlos partícipes del centenario, sino para fortalecer el espíritu de una comunidad académica. En definitiva, es parte de este proyecto de restitución de la arquitectura como una dimensión cultural, que debe asentarse en un autorreconocimiento de quienes practicamos, estudiamos y enseñamos la arquitectura. El centenario es un pretexto para traer gente, disfrutarla, y para mostrarle a la sociedad y a la cultura lo que hacemos en la facultad. Se han hecho y se están haciendo convocatorias; por ejemplo, en este momento el Consejo aprobó la edición del libro del centenario, y queremos que sea una pieza amable, atractiva, que pueda convertirse en un elemento común entre distintos arquitectos, y que la propia gestación del libro sea un proceso interesante.

-¿Cómo encuentra el centenario a la facultad?

-La encuentra en la mejor condición para celebrarlo: creciendo y discutiéndonos. Porque es la verdad, la facultad durante más de 90 años solamente formó arquitectos. Hoy tenemos, además de arquitectura, muchas carreras: licenciatura en Paisaje, en Comunicación visual, en Diseño industrial y en Diseño integrado, en Salto. Y eso nos coloca en posición de ser la plataforma más potente que hay en el país para el estudio y la enseñanza del proyecto y la transformación del hábitat. De hecho, además de la tradición de incorporar el pensamiento y el ordenamiento territorial y lo urbano en la formación del arquitecto (que es indisoluble), ahora también podemos decir que hemos incorporado el diseño de los objetos. Desde el objeto al territorio, el proyecto y la transformación del hábitat están en permanente discusión en la facultad.

-¿Se ha pensado en cambiarle el nombre?

-Ahora mismo, en el Consejo se está discutiendo el cambio de nombre. La idea es cambiarlo con la celebración del centenario, y la propuesta que hay es que al día siguiente de cumplir los 100 años la facultad cambie su nombre. Éste es otro aspecto interesante, y es que la facultad se está discutiendo a sí misma: se está discutiendo con relación al plan de estudios de la carrera Arquitectura, que está en proceso de implementación y es un plan que trata de cambiar las cosas y de ir a dimensiones más esenciales, más profundas; trata de ser menos anecdótico, menos acumulativo de contenido, para pasar a ser más sustancial. Por otro lado, esa discusión del plan ha motivado que la facultad se mire a sí misma en todos los sentidos. La estructura docente está en discusión; tenemos que modernizarla de tal forma que permita un desarrollo de las carreras docentes, que rompa la estructura fragmentaria que ahora tenemos, que es contradictoria con la naturaleza del campo del conocimiento. El tema del nombre está en una polémica intensa, y al mismo tiempo se discute todo. Se acepta que en la facultad se estudie ordenamiento territorial y urbanismo, pero nos preguntamos si eso debe incorporarse en el nombre o si está implícito en la propia idea de la arquitectura. Es muy interesante la polémica, porque, en realidad, se está viendo qué refleja mejor lo que hacemos. Esto significa que estamos pensando acerca de lo que hacemos, lo que no está nada mal.

-¿También se incluyen cambios a nivel de posgrado?

-En Uruguay la arquitectura como disciplina tiene cierto rezago en cuanto a aceptar la importancia del posgrado. En este momento la facultad ha implementado el Sistema Integrado de Posgrados, una matriz en la que todos los posgrados están en contacto, lo que permite un aprovechamiento de recursos humanos y materiales, y permite que el estudiante pueda generar una carrera de posgrado personalizada, incluso tomando cursos fuera de la facultad. El doctorado se instaló hace más de un año y cuenta ya con diez estudiantes, de manera que ahora tenemos completo el arco de los posgrados. Es una responsabilidad ineludible asegurar la posibilidad de formación al egresado y al docente; la transformación del conocimiento es muy grande y es una responsabilidad académica ofrecer la chance de que todos puedan seguir formándose.

-El jueves 7 se inauguró una exposición en el Centro Cultural de España sobre las publicaciones de la facultad.

-Hemos hecho un gran esfuerzo, no solamente por publicar centralmente, sino también por generar sinergia entre lo que se hace. Por ejemplo, las muestras itinerantes de arquitectos nacionales que organiza el Instituto de Historia de la Arquitectura (IHA) se convierten paralelamente en una colección de catálogos que no sólo acompañan la muestra, sino que en sí mismos tienen un valor documental. Con las conferencias inaugurales de cada semestre, dictadas por invitados internacionales, también generamos la colección de libros Conferencias. A esos mismos invitados los entrevistamos en la Casa Vilamajó, lo que también termina publicándose: ya han sido editados dos libros de compilaciones de entrevistas. Todo esto se superpone con las publicaciones de los diferentes institutos, como la revista Vivienda popular, editada por la Unidad Permanente de Vivienda, o Vitruvia, la nueva revista del IHA. Luego de 25 años sin ser publicada, la estamos editando con una frecuencia de un número por año, y ya está por salir el cuarto. Al mismo tiempo, estamos intentando redoblar la apuesta y generar un vínculo con el mercado editorial, porque realmente se están generando productos de muy buena calidad, pero tenemos la dificultad de que no llegan al público con la fuerza que deberían.

-En el prólogo a la primera edición de Revista escribiste que esta publicación “es en sí misma un espacio público”. Luego de tres números editados, ¿se verifica esa afirmación?

-Creo que, en buena medida, Revista no es la tradicional revista de escuela de arquitectura; se ha convertido deliberadamente en un espacio que trata de aportar al debate de ciertos temas. La presencia del pensamiento de la facultad está en la reflexión y en algunos ejemplos de la praxis, pero sobre todo trata de ser un elemento que apunte al debate. Lo cierto es que todavía no estamos en el plano al que aspirábamos, quizá con exceso de optimismo. Pero el camino es la persistencia, y reconocer los errores: tenemos problemas de distribución y de visibilidad; hay muy pocos medios que atienden lo que se hace en este campo. Pienso que el centenario es una oportunidad para darle más fuerza. Todo esto está en agenda, planificado para que en los próximos dos años se llegue a contar con un espacio editorial real y a tener un vínculo fuerte con los medios, que nos permita llegar a todos.

-Nombraste antes a la Casa Vilamajó.

-Esta casa que fue de un arquitecto muy influyente para el país la administra la Facultad de Arquitectura. Hemos logrado generar un museo, que en primer lugar lo que muestra es la casa, un muy lindo ejemplo de arquitectura, un ejercicio de proyecto verdaderamente muy rico. Está abierto dos veces por semana, con guías de la facultad que acompañan las visitas. Además, es un espacio de exposiciones y se ha convertido en una pieza importante de la estrategia general de revincular la arquitectura y la cultura. Por otro lado, la facultad compró la casa de al lado y allí se va a instalar la Casa Centenario, que alojará el centro de posgrados. Con origen en la Casa Vilamajó, surgió lo que hemos llamado el Premio Vilamajó, dedicado a la generación de conocimiento en arquitectura y diseño. Esto parte de la idea de que la arquitectura y el diseño son un campo de conocimiento que tiene sus propias lógicas en cuanto a proponer conocimiento original, mostrando a la cultura nuevas formas de entender el mundo. Esta dimensión de la arquitectura como generadora de conocimiento es dificultosamente aceptada en determinados ámbitos académicos, es decir: los criterios de validación de la creación del conocimiento y de su mérito responden a mecánicas que tienen que ver con la generación de conocimiento científico. Este conocimiento por medio del proyecto que tiende al hacer y a la transformación no responde adecuadamente a estos criterios de validación. Por tanto, el premio se plantea como un espacio de reconocimiento y legitimación, desde la arquitectura y el diseño, de estas propuestas de creación de conocimiento original. Ya estamos en la tercera edición, y la idea es que, lentamente, vaya permeando en la cultura académica y no académica.

-La facultad estuvo involucrada en la elaboración de la exposición del MoMA de Nueva York sobre arquitectura latinoamericana (ver Con vista desde el norte). Escribiste el prólogo al capítulo dedicado a Uruguay. ¿Qué relevancia tiene esta exposición para la arquitectura nacional?

-De más está decir que es importantísimo estar en una vidriera del mundo como es el MoMA. Además de eso, si bien yo no tuve aún la oportunidad de verla, me han comentado que la muestra del sector uruguayo es muy buena. Creo que es de esas cosas que nos hacen falta. Es decir: la arquitectura uruguaya a nivel internacional tiene un gran prestigio, pero es inversamente proporcional al conocimiento de nuestra arquitectura que se tiene afuera. Por alguna razón, existe la sensación de que la arquitectura uruguaya es buena pero no se la conoce.

-Está en la esfera del mito.

-Hay algo de eso. Hay ciertos nombres que verdaderamente han dejado señales, pero hay algo que es verdad, o al menos de lo que yo estoy muy convencido: la arquitectura uruguaya es muy buena. Y es muy buena pero está fuera de los parámetros de legitimación del mainstream. Es decir: hay poca arquitectura de la que se publica y de la que se habla, y sin embargo, el interés de esta arquitectura está, por ejemplo, en la construcción de la ciudad, y lo ha estado en momentos muy diferentes. Incluso actualmente hay ejercicios muy interesantes de pequeña construcción, callada, pero que cuando uno la visita realmente entiende que está viendo algo bueno. No tenemos edificios paradigmáticos, tipo el Guggenheim de Bilbao, que te colocan verdaderamente en el mapa, pero la gente que nos visita se lleva aquella idea. Creo que lo que falta, en buena medida, es encontrar un discurso persuasivo, hacia afuera y hacia nosotros mismos, que describa públicamente nuestra arquitectura, que es más de hacer que de reflexionar. No quiero decir que los que hacen no reflexionan, pero no hay demasiado texto y argumento desarrollado, más allá del principal argumento en la arquitectura, que es la arquitectura misma.

-En el texto del catálogo hablás de la nuestra como una “callada manera”; esto, imagino, no ha colaborado en la difusión hacia afuera. ¿Cómo juega hacia adentro?

-En ese texto lo que digo es que precisamente estamos en las condiciones ideales para tratar de encontrar un relato original; de mirar intensamente, con la mayor curiosidad, lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo, y tratar de entender ciertas lógicas. Y poniéndolas de manifiesto, intentar darnos cuenta de que son valores que le dan cierto perfil a lo que hacemos. Sin buscar un regionalismo ni una mirada demasiado original, existen ciertas cuestiones que acá se han mantenido. Por ejemplo, yo he reflexionado sobre el manejo del espacio que hay en la arquitectura uruguaya, o al menos en gran parte.

-¿Lo relacionás con la presencia de Julio Vilamajó?

-A Vilamajó lo estudié muy detenidamente, y es notorio que su mayor aporte está en el manejo del espacio. Se nos ha confundido a menudo con el Vilamajó ecléctico, claro, porque estamos mirando la superficie, cuando, en realidad, su enorme aporte ha sido el tratamiento del espacio, y eso de algún modo se transmitió a sus alumnos, y sus alumnos lo transmitieron, a su vez, a sus alumnos… Es lindo pensar que alguno está diciendo cosas que en verdad vienen transmitiéndose de tres o cuatro generaciones atrás, y que de alguna manera otro las llevará adelante. Ahora, ésa es una impronta que en algún momento rápidamente se licua y desaparece si alguien no dice: “Acá hay un valor que hay que atender y cuidar”. Por eso me parece importante tener un discurso que sea propio y que de algún modo empiece a dar argumentos legitimantes de nuestra propia producción. La cuestión del oficio, el cuidado por el hacer, han sido muy característicos. No digo que sean cosas exclusivas de acá, pero son cosas que están acá y que, si no las señalamos y las ponemos en el lugar que deben estar, se van perdiendo. El movimiento cooperativo, por ejemplo, tiene mucho de lo que estoy diciendo. Porque hay un cuidado en el espacio, hay un cuidado en el oficio y las técnicas; hay un enorme cuidado por la factura en las cooperativas, por cómo está hecho, donde el detalle constructivo es tan arquitectura como la plaza, en una visión de espacio integral con calidades espaciales inocultables, interiores o exteriores, como por ejemplo en el Complejo Bulevar. Incluso en sistemas de producción muy restringidos en cuanto a posibilidades, mano de obra y economía. Y sin embargo se generan cosas que están más allá de una cuestión meramente utilitaria.

-Vuelvo a la “callada manera”. Laura Alemán, en su texto en Vitruvia (octubre de 2014), habla de “invisibilidad” para referirse al patrimonio moderno. Hace pocos días, hubo un gran revuelo por la posible demolición de la Casa Martínez en Pocitos, que trascendió las fronteras de la arquitectura.

-La idea de invisibilidad está bien, porque en buena medida ver significa reconocer, significa asimilar lo que se percibe a determinada experiencia, y esa mezcla de cosas hace que lo que vemos sea significativo. La ausencia total de formación, a lo largo de toda la educación formal, sobre temas relacionados con la arquitectura y con el diseño explica en buena medida el desapego con el patrimonio construido. En la medida en que uno no asimila como parte de uno lo que está ahí afuera, no lo reconoce ni lo respeta. A mí me preocupa muchísimo ese tema, y uno de los programas que quiero impulsar implica un vínculo fuerte entre la facultad y la formación escolar, pero llevado a un plano que no sea el de sacralizar objetos ni memorizar quién hizo qué, sino disfrutar de las calidades espaciales arquitectónicas de la manera más simple e inmediata: lo que hace que en un barrio una esquina sea preferida a otra, o el rinconcito que elige un chiquilín para jugar. En definitiva, tratar de entender y generar una empatía fuerte desde el principio con aquello que nos rodea. Esa cuestión formativa o educativa es básica para que se genere un vínculo fuerte con lo patrimonial. Ocurre que no se valora porque simplemente no se lo reconoce como valioso. Esa manera de que las cosas empiecen a cobrar significado se construye muy lentamente y desde el principio en la cultura. Por otro lado, también hay que estar atentos, porque hay ciertas cosas que tienen urgencias, y de algún modo hay que proteger o alertar; pero sin lo anterior esto simplemente adquiere una dimensión que puede llegar a desgastarse.

-Dada la coyuntura de las elecciones departamentales, ¿en qué medida la facultad puede o debe plantear temas en la agenda gubernamental?

-Volvemos a lo del principio: la forma en la que nos presentamos ante la sociedad y la cultura. La facultad, la arquitectura y el diseño pueden dar mucho más de lo que se supone. Nosotros somos capaces de construir miradas integradas; de generar propuestas vinculantes en distintos planos y escalas; podemos resolver situaciones y advertir oportunidades. Entonces, creo que ahí tiene que estar la exigencia de afuera hacia adentro, pero sobre todo la facultad tiene que levantar la vara y salir a ofrecer posibilidades. Hemos ensayado algunas cosas, pero no han sido tan fructíferas como queremos. No es fácil, pero es nuestra obligación levantar la vara, y también es obligación de la sociedad levantar la vara con respecto a la arquitectura y darse cuenta de que hay una oportunidad en este tipo de pensamiento. Yo quiero que a la facultad le exijan.