Hace unos 30 años, el 22 de mayo de 1985, el general Liber Seregni afirmó que, como “todo sistema multipartidista es inestable y tiende a la recomposición de un bipartidismo”, el Frente Amplio (FA) amenazaba, “en el largo plazo, [...] la vida misma de uno de los dos partidos tradicionales” y la hasta entonces “plácida coexistencia pacífica de dos partidos que disputan incansablemente sobre todo lo accesorio pero que están de acuerdo en lo esencial”. La idea se apoyaba en un planteo bastante anterior de Carlos Quijano acerca de la existencia, por debajo de lo aparente, de sólo dos grandes partidos, uno conservador y otro progresista, y la historia electoral posterior indica que bastante razón tenía el líder frenteamplista. Lo que no previó fue que la posibilidad de un nuevo bipartidismo se asociara con la formación de un lema nuevo, compartido por los dos llamados “tradicionales”.
De todos modos, aún no está claro cómo va a seguir la historia iniciada con la presentación en Montevideo del Partido de la Concertación (PdlC). Éste fue ideado para que una alianza de colorados y blancos, potenciada por la convocatoria a ciudadanos “independientes” y a votantes del FA descontentos con su gestión, les disputara a los frenteamplistas el gobierno del departamento más poblado. Pero, como sabemos, logró un porcentaje de votos algo menor que el correspondiente a la suma de blancos y colorados en 2010. Además, en vez de funcionar como una institución “virtual”, dominada por sus lemas fundadores y dependiente de lo que éstos decidieran, se convirtió en una plataforma para la acumulación electoral y el encumbramiento de Edgardo Novick, que obtuvo casi dos tercios del total correspondiente al PdlC.
El candidato “independiente” no sólo tiene ahora un poder propio, que obliga a los fundadores a negociar con él si quieren que el experimento tenga continuidad, sino que incluso se adueñó en gran medida, simbólicamente, de la iniciativa. En el trazo grueso de las imágenes públicas, mientras los blancos siguen siendo blancos, y los colorados, colorados, Novick es sólo de la Concertación, y eso significa que de algún modo sólo él es la Concertación.
La situación es difícil de explicar. La mayoría de los teólogos cristianos sostienen que su dios es a la vez uno solo y tres personas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, cada una de las cuales es totalmente el único Dios, y forman la “Santísima Trinidad”, un “misterio” no comprensible mediante la razón humana. En el caso del PdlC, más allá de que los involucrados no son ningunos santos, el problema es que en política no alcanza con tener fe.
Si le hubieran preguntado en su momento a Seregni sobre las perspectivas de algo como la Concertación, una alianza semejante al propio FA, en cuyo seno colorados y blancos mantienen sus propios partidos, quizá el general les hubiera advertido que, en la experiencia izquierdista, los “independientes” no tardaron mucho en volverse mayoría ni en ser el sustento principal de la identidad frenteamplista. O que la compleja construcción de algo que fuera a la vez “coalición y movimiento” causó innumerables tensiones y conflictos, hasta hoy sin resolver por completo (a tal punto que el FA, asumiendo que no es del todo coalición, movimiento ni partido, decidió referirse a sí mismo con la denominación genérica de “fuerza política”). O que una consecuencia de todo eso ha sido que los grandes liderazgos se emancipen de los partidos.
Blancos y colorados creyeron que todo sería más sencillo porque el PdlC no tiene, como el FA, organismos de base comunes ni posibilidad de afiliación en calidad de “independiente”. Se equivocaron, y lo único que evitaron fue la existencia de organismos democráticos representativos del conjunto. La Convención Departamental de Montevideo del PdlC y su organismo ejecutivo (llamado Consejo Directivo) se repartieron a dedo, mitad y mitad, entre los lemas fundadores; en consecuencia, ahora hay una autoridad formal sin participación de Novick, y una realidad política en la que nada puede hacerse sin consultar a Novick. Lo más probable es que, tarde o temprano, lo formal se adecue a lo real.
Pero no será fácil. En la última edición del semanario Opinar, editado por la corriente colorada batllista de Tabaré Viera, el empresario Eduardo Fazzio escribió que hoy su colectividad es un “partido de candidatos, locales y nacionales, cuyos seguidores conforman la masa militante”, y que “de esos candidatos se nutre lo que hoy conocemos como dirigentes, aunque no todos en rigor cumplan esa función”. Esa descripción, que en cierta medida es válida, desde hace décadas, para todos los partidos mayores, ilumina el problema que afrontará Novick si quiere ser, además de un candidato relativamente exitoso, un dirigente.
Él no es realmente un recién llegado a la política ni una persona ajena a los partidos: trabajó para Jorge Batlle cuando éste ganó en 1999, y para Luis Alberto Lacalle Herrera cuando éste perdió en 2009. Tales antecedentes lo ubican con claridad en un territorio ideológico que tuvo su auge en 1989, cuando Batlle y Lacalle eran mayoría en sus partidos, y que en Uruguay se suele llamar “neoliberalismo”. Sin embargo, el éxito del candidato Novick se asoció con la tesis de que en las elecciones departamentales no se trataba de optar por una ideología, sino de elegir la mejor propuesta de gestión. Y fue más allá al afirmar algo que no necesariamente se desprendía de la premisa anterior: que sólo ofrecía capacidad de gestión y voluntad de trabajo.
Por supuesto, de ese modo no sólo acusó a sus adversarios de ser incompetentes y haraganes, sino que además postuló que de hecho había una sola forma obvia de hacer las cosas bien, con independencia de la ideología (una tesis muy representativa del “pensamiento único” neoliberal). Pero si Novick quiere ser dirigente, en escala departamental o nacional, deberá exponer la parte de su pensamiento que hasta ahora prefirió no mostrar, y así puede serruchar la alta rama sobre la que está sentado.