-Santo Forte (1999) fue tu primer largometraje con Eduardo Coutinho, lo que es curioso porque fue justo a partir de entonces que empezó lo que algunos llaman su “cine del encuentro”. ¿Se puede pensar en un papel tuyo en este viraje o cambio de concepción?

-Santo Forte fue mi primer largometraje con Coutinho, pero empecé a trabajar con él en 1995, en películas institucionales para una ONG que se llamaba Centro de Creación de Imagen Popular, de la que él era miembro. Yo había llegado de Francia. Lo conocí haciendo un trabajo con otro director. A partir de ese momento trabajamos en todo lo que hizo. Con respecto al “cine del encuentro”, creo que era algo que estaba dentro de Coutinho desde su primer trabajo, algo que se fue desarrollando hasta adquirir una forma específica. Creo que él era una persona muy sensible, muy atenta, y sabía que el encuentro iba a venir. Yo no sé si tuve una influencia en su manera de hacer películas, más bien creo que él me cambió a mí. Creo que él estaba en un proceso individual y se encontró conmigo. A él le interesaba estar cerca de las personas, escucharlas de verdad. Esto no tiene que ver con el montaje, es algo más profundo.

-¿En qué sentido creés que te cambió a vos?

-Coutinho me trajo una manera de escuchar, incluso fuera de lo que es el cine. Me enseñó, sobre todo, a no caer en generalizaciones, a escuchar una historia que hace parte de una persona que tiene un cuerpo, una enfermedad, un amor, un hijo. Coutinho me dio la posibilidad de estar muy atenta a las cuestiones éticas que yo utilizo en otras películas en las que hago el montaje, pero también en mi vida personal, con mis hijos y mis amigos. Más que la cuestión profesional, fuimos muy amigos. Durante 20 años nos hablábamos prácticamente todos los días. Cuando no estábamos en el proceso de montaje, cuando teníamos que vernos todos los días (por una cuestión de trabajo, claramente), nos veíamos los fines de semana, hablábamos del mundo, de nuestros sufrimientos. Fue una amistad muy, muy profunda, pero lo más importante es que nunca se dio como una relación padre-hija, porque él era 30 años mayor, pero jamás se instaló entre nosotros ese tipo de relación. Él era muy moderno, muy abierto a todo, entonces para mí era más interesante contarle mis cosas más absurdas a él que a amigos de mi edad. Tenía una comprensión propia de una persona que no juzga.

-Esto que decís, de cierta horizontalidad, habla de la forma que tenía de entrevistar.

-Su forma de entrevistar era igual a su vida privada. Entonces podía ser absurda con él sin sentirme juzgada. Eso de poder ser políticamente incorrecta, o estar fuera de algo moral y no ser crucificada. Es algo que extraño mucho y me hace mucha falta, porque es difícil encontrar personas con tanta apertura.

-¿Cómo fue hacer el montaje de la película sin Coutinho?

-Fue difícil. Su productor João Moreira Salles [director del documental de culto Santiago (2007)] era muy amigo de Coutinho. Es la única persona que tuvo el mismo sentimiento que yo, de sentirse huérfano. No de un padre, pero sí de un gran amigo. Fue así que me junté con João, para poder salir de esa pesadez y montar lo que había quedado. Al inicio, cuando todavía no habíamos montado la película, cuando decidimos hacerla, nos preguntamos: “¿Qué vamos a hacer?”. João me preguntó si quería y yo le dije: “No es que quiera, es necesario: no puede quedarse sin que nadie la vea”. Me sentí en una misión con todas las personas que están huérfanas por su muerte, como sus admiradores, sus amigos… Empecé a montar la película sola, pero con la interlocución de João. Cuando tuvimos la película prácticamente montada, llegamos a la conclusión de que, habiendo trabajado más de 20 años con Eduardo, yo ya tenía un nivel tal de sincronía y afinación que sabía lo que él iba a desear: entonces hice ese primer corte como si él todavía estuviese supervisando el montaje. Pero cuando llegué al final, hablando con João, llegamos a la conclusión de que no era una película cierta, que no era posible hacer una película por alguien que no está, que está muerto. Entonces empezamos desde cero e intentamos traer para adelante el proceso, tanto el proceso de su muerte como el proceso del rodaje. Percibimos que había una necesidad de asumir la autoría, es decir, que había dejado de ser la película de Coutinho para ser la película de Jordana, João y Coutinho. Fue un poco anormal, porque no es muy habitual tener ese tipo de filmación. Reescuché y revisioné todo el material bruto, procurando que Coutinho pudiera emerger más en el montaje.

-Algo que me llamó la atención es que, por más que él siempre fue una persona muy justa con los invitados, se puede percibir un dejo de desilusión de lo que pasa después con la vida. Es interesante ver eso en espejo con lo que le pasaría muy poco tiempo después.

-Lo que pasó también era que Coutinho había salido de una enfermedad muy grave, por la que casi se murió. Estaba retomando su vida, pero estaba muy enfermo. Tenía una sensación, una intuición de la muerte muy fuerte, primero porque tenía 80 años y un enfisema en los dos pulmones, y estaba muy angustiado con su situación familiar. No era muy buena la situación en su casa -algo que podemos concluir, porque cosas como las que sucedieron no pasan de un día al otro-, y todo eso estaba dentro de la película. Pensando ahora, a partir de su muerte, podemos ver eso, que estaba infeliz, que tenía miedo, que tenía desprecio por no creer en la juventud; sí en una cosa que preservaban los niños, pero que los jóvenes habían perdido.

-¿La relación problemática con su hijo pudo haber tenido algo que ver en esta visión de lo perdido?

-No puedo afirmar eso, pero podría ser que sí, no sé responder eso.

-Ustedes habían hecho cerca de 300 preentrevistas para Últimas conversas y luego las redujeron a 30 candidatos, de los que quedaron diez en el metraje. ¿Había un criterio temático o estilístico preciso?

-Coutinho simplemente quería tener gente que pudiera contar una historia buena, no le interesaba tanto la temática en sí. No estaba satisfecho por eso, también, porque los adolescentes no suelen hablar mucho, son monosilábicos. Eso lo fastidiaba mucho. Entonces, los investigadores entrevistaron a muchas personas. Esto tomó una gran parte del tiempo. Después eligieron a 32 personas y en el montaje final quedaron diez, incluyendo a la pequeña.

-Luego de haber editado el film, ¿qué pensás de los jóvenes?

-Tengo dos hijos, uno tiene prácticamente la misma edad que los entrevistados, pero al final no creo que Coutinho estuviera en lo cierto. La película muestra que, al contrario de lo que creía, a pesar de que los chicos no tuvieran una memoria muy lejana de su vida, sí tenían una cosa que no tenían los viejos, que es toda la esperanza, los deseos, las fantasías. Yo trabajo con jóvenes, elijo directores jóvenes que me invitan a montar para que me traigan cosas que no podría hacer yo, así que yo misma conversaba con Coutinho e intentaba mostrarle lo interesante que tienen los jóvenes, pero posiblemente no era la historia que él quería escuchar.