Si bien salió hace varios meses, sería difícil encontrar mejor fecha para publicar una reseña de este libro que en las proximidades de la celebración de la declaración de independencia de la Banda Oriental, una fecha tan nefasta para el punto de vista del autor como el aniversario de Waterloo para los franceses. El motivo es muy simple: Traición a la patria parte de una idea que ha defendido en forma sistemática el historiador Guillermo Vázquez Franco, al igual que no pocos economistas y muchos más argentinos, entre ellos Jorge Luis Borges: la de que la creación de Uruguay fue una amputación del territorio argentino, realizada no en respuesta a un reclamo popular sino como simple solución diplomática articulada por Inglaterra (por medio de lord Ponsonby) de acuerdo a sus propios intereses de división y subsiguiente debilitamiento de las naciones emergentes.
El libro ya comienza con una declaración de principios y presupuestos desde su título que implica todo un juego de ironías, ya que la traición a la que se refiere no es a la patria tal y como la entendemos hoy los habitantes de la República Oriental del Uruguay, sino a una concepción de patria anterior y más amplia. Dicha traición habría sido justamente la creación de Uruguay como una república independiente de Argentina, a la que este territorio pertenecía originalmente y a la que debería haberse reintegrado si tan sólo, según Vázquez Franco, se hubieran seguido las ideas reales de muchos de quienes hoy son considerados padres de la independencia.
Desde el prólogo, Vázquez Franco presenta el libro más como un aparato de concientización histórico-ideológica que como una investigación histórica, atribuyéndole el carácter de ensayo proselitista o, en sus palabras, de “charla desinhibida” con el lector. Sin embargo, hay cierta picardía en esa advertencia, ya que si bien algunas de las ideas centrales -como la referida a la manufactura londinense del contenido de la Convención Preliminar de Paz de 1828 (la auténtica fecha negra para Vázquez Franco)- están apoyadas básicamente en especulaciones, muchas de ellas se apoyan a su vez en una bibliografía textual y documental similar a la de cualquier tratado de historia académico.
El autor tiene muy claro que sus ideas alborotan el nacionalismo maníaco-depresivo (que pasa de la euforia arrogante y superlativa a la irritación autolesiva) de los habitantes del “paisito”, y las respuestas a varias de las preguntas que plantea están estructuradas en dictámenes decisivos y desafiantes. Vázquez Franco condensa así varias de sus ideas más provocadoras, que no sólo cuestionan la existencia de Uruguay como nación independiente sino también a la figura generalmente intocable de Artigas -a quien no ataca particularmente pero cuyos méritos de liderazgo relativiza, presentándolo como un personaje más bien terco, inepto y con escasa visión de futuro-; a la frecuentemente mentada “lucha de puertos” entre Montevideo y Buenos Aires, rivalidad que suele tomarse como punto de partida de la escisión de la Provincia Oriental de sus pares occidentales; y, sobre todo, a la historiografía que validó a posteriori la creación de esta nación (encarnada sobre todo en la figura de Juan Pivel Devoto), apelando a la existencia de un espíritu colectivo diferente del argentino. El libro niega casi por completo la existencia de tal espíritu, o apenas lo reconoce como una construcción muy posterior a la decisión de crear un Estado independiente. Con eso se encarniza particularmente, confrontando interpretaciones del siglo XX con documentación de los tiempos independentistas para desmentir la retórica a menudo voluntarista de muchos de sus colegas célebres.
De alguna forma, y teniendo en cuenta la escasa relevancia que puede tener un libro en relación con el deseo de reunificación de las naciones del Plata, es ese combate contra la leyenda de la temprana identidad nacional el que se vuelve central en Tración a la patria, y es en él donde el historiador brilla más en su indignación iconoclasta.
La obra termina con una frase en mayúsculas que explicita, por si a alguien muy necio o poco atento le quedó confuso el tema, el punto de vista argumentado a lo largo de sus 470 páginas: “DELENDA LA CONVENCIÓN”, referencia clara a la frase con la que Catón el Viejo culminaba sus alocuciones en el Senado romano alrededor del año 150 a.C., Delenda Carthago est (“Cartago debe ser destruida”), de la que se vale Vázquez Franco para construir una expresión de deseos en latiñol, cerrando así un volumen de fácil y amena lectura, cuyo contenido es venenoso para quienes creen que las naciones son cuestión de convenciones cartográficas y no de evidentes hermandades culturales.