Decenas de miles se manifestaron el jueves por la avenida 18 de Julio. La convocatoria fue “en defensa de la educación pública”. No obstante, es claro para cualquiera que la gente que concurrió estaba principalmente manifestando su malestar por el decreto de esencialidad del gobierno. Miles diciéndole al Poder Ejecutivo que la medida les provocó enojo. Mucho enojo.

¿Quiénes estaban en la marcha? ¿Qué piensan políticamente? ¿Dónde han estado? ¿Dónde suponemos que estarán? No es sencillo responder estas preguntas. Pero podemos empezar por preguntarnos quiénes no eran, qué no eran. En mi vida no recuerdo una movilización de masas convocada bajo consignas de derecha o de ultraizquierda que haya logrado ser tan masiva. En este Uruguay con un nivel de politización importante desde hace largo tiempo -aquí el neoliberalismo no logró despolitizar a la sociedad tanto como en otros países de América Latina- y con una cultura política de izquierda hegemónica en una parte importante de la sociedad, tiendo a pensar que no había más que un puñado de ultras entre los miles y miles que marcharon el jueves por 18 de Julio.

Sería un error imperdonable que el Frente Amplio (FA) analizara la marcha en base a alguna consigna destemplada o a ciertos discursos con pasajes simplistas. El dato es que miles de personas de izquierda, sensibles a lo que pasa con nuestra educación pública, marcharon y quisieron decirle a nuestro gobierno que esta vez se equivocó fiero. La tarea obligatoria de todo el FA (la fuerza política, el Ejecutivo y el Legislativo) es impedir que se configure un escenario con tres veredas opuestas: el FA de un lado, miles de personas de izquierda -no ultra- del otro, y la derecha y la ultraizquierda política en una tercera vereda. Entre otras cosas, porque si el FA quiere cambiar la educación, no puede prescindir de esas miles de personas.

Con la decisión de levantar el decreto, el gobierno puede reconfigurar el escenario y pasar de esas tres veredas a dos que le sirvan al país: la ultraizquierda y la derecha de un lado, y los ciudadanos de izquierda y el FA del otro. El camino tenderá, indefectiblemente, a tener dos veredas, ¿dejaremos que estos miles se vayan a la vereda de la ultraizquierda? Me niego a pensar que haya tantos miles irresponsables o insensatos. Me animo a decir que en la marcha, la inmensa mayoría votó al FA en la última elección. En la marcha, seguramente, la mayoría de los que estaban insistió hasta el cansancio el año pasado, argumentando que Uruguay no se podía detener. ¿Los vamos a perder? ¿No nos interesan? ¿Con quiénes vamos a continuar y profundizar el proceso de cambios que el país necesita? Cuando la insensatez domine en los gremios, ¿la solución no va a incluir a esos miles? ¿La solución es partirlos? No, de ninguna manera.

Otro dato del que el FA tiene que dar cuenta: en la marcha, la amplísima mayoría eran jóvenes y mujeres. ¿No son ambos imprescindibles para el proyecto de izquierda? Estamos a tiempo. El FA tiene que dar señales que digan, claramente, que quiere construir junto a esas miles de personas de izquierda. Y la construcción implicará, en primer término, una disputa con la derecha -que nunca defendió ni defiende a la educación pública- y la ultraizquierda, que nunca propuso un camino posible para cambiar la realidad.

En ese marco, no sirve discutir quién empezó. No le sirve al país que queremos desde una concepción de izquierda. Lo que sirve, y es imprescindible, es un gesto de grandeza que tienda la mano y coloque al FA en la misma vereda que esos miles de manifestantes. Esto no implica, de ninguna manera, pretender que quienes marcharon se transformen en obsecuentes con el gobierno: éste también sería un error demasiado grave para una fuerza política que precisa la crítica y la autocrítica como elementos sustanciales para seguir transformando la realidad.

La pelota está en el medio de la cancha. No podemos esperar que otro la vaya a buscar. Es responsabilidad de la única izquierda política viable -y por tanto la única verdaderamente de izquierda- ir a buscarla y jugar el partido. La anulación del decreto de esencialidad es un primer paso imprescindible para que, en la misma vereda, vuelvan a estar las masas y el FA. Habrá que reconstruir lo que se haya roto entre la fuerza política y su base social, con más gestos y más pasos, porque el proceso de cambios, para que no se detenga, no se puede dar el lujo de prescindir de la gente de izquierda organizada.