Los Cuatro Fantásticos fue la primera gran creación de la gran dupla del guionista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby, y la piedra fundamental del universo de Marvel Comics. Fue además para muchos (entre los que me cuento) la puerta de entrada a ese universo. Sin embargo, y dejando de lado algunos productos animados para televisión, el arribo de estos personajes clásicos al cine fue bastante tardío y siempre conflictivo. La primera película basada en ellos fue dirigida en 1994 por el señor del cine clase B, Roger Corman, pero los productores decidieron -ante lo endeble del resultado- no estrenar el film (que se conoció en copias piratas) y vender los derechos. Éstos fueron comprados por Fox, que lanzó dos películas más sobre Ben Grimm y compañía en 2005 y 2007, recordadas, más que nada, por lo inadecuado de Jessica Alba en el rol de Sue Storm y porque en el papel de su hermano se presentó a Chris Evans, quien luego conseguiría su gloria de superhéroe al encarnar al Capitán América en los films de Marvel.

Con semejantes precedentes, el desafío no era tan grande para el director Josh Trank, que había conseguido un gran éxito con la película de superhéroes alternativa Chronicle (2012), pero las cosas venían mal paridas desde un comienzo. En primer lugar, estaba el claro declive en la popularidad de los personajes; Marvel había seguido publicando hasta hacía poco las historietas en torno a la familia Richards ampliada, pero ya estaban lejos los días de gloria en los que representaban la imaginación cósmica de los jóvenes de los años 60 y 70, ilustradas por dibujantes del calibre de Jack Kirby y John Buscema. Al mismo tiempo, la leve disfuncionalidad emotiva de esa familia se había vuelto conservadora en comparación con las batallas de egos de Los Vengadores o la diversidad mutante de los X- Men. En segundo lugar, la compañía productora era la misma Fox que había producido las pésimas dos entregas anteriores de la saga y que ahora parecía más que nada nerviosa por poder explotar a los personajes un poco más, antes de que sus derechos volvieran a Marvel. Y en tercer lugar, cada decisión de casting que se conocía, incluida la de volver negro al blondo Johnny Storm para darle diversidad étnica al equipo, era para los fans de Marvel una sucesión de trompadas en el estómago similar a la que sintieron los seguidores de DC Comics al enterarse de que Ben Affleck sería el próximo Batman.

Pero ni siquiera estos oscuros augures hacían prever la magnitud del desastre que es esta Los Cuatro Fantásticos, que tal vez debería haber corrido el destino de la abortada (y mucho más simpática) versión de Corman (hasta ahora la película más pasable que se ha hecho sobre estos cuatro personajes). El mismo día del estreno, el director Trank escribió un tuit (que luego ampliaría) desligándose del resultado y de las críticas lapidarias que le llovieron de inmediato, y dando detalles de los mil y un cambios que Fox le obligó a realizar. Es evidente que ningún film puede sobrevivir a tanta animosidad por parte de su posible audiencia, la crítica y sus propios realizadores.

Hay películas que son un desastre anunciado, a las que los críticos y espectadores perezosos aniquilan sin darles la oportunidad de demostrar si hay algo de valor en ellas (pensemos en Showgirls o en el último Llanero solitario, obras problemáticas pero mucho más maltratadas de lo que merecían), pero en este caso no hay nada que salvar. Esta versión de Los Cuatro Fantásticos es, disculpando la terminología poco académica, una cagada irredimible. Una pesadilla teñida de filtros azules dignos de un videoclip de los años 80, que demora una hora de su poco más de hora y media en que los personajes adquieran sus poderes. Según Trank, en su versión original -que uno sospecha que podría haber sido peor, tan sólo porque era más larga- los personajes tenían mayor profundidad dramática (algo que, al parecer, es ahora esencial en las películas sobre superhéroes), mejor continuidad y mejores efectos especiales... Bullshit: sólo hace falta ver 20 minutos del film para darse cuenta de que la visión de Trank era tan atroz como hacer una comedia musical basada en La lista de Schindler, y que ya desde el casting -en el que se seleccionó un conjunto de actores de medio pelo, pasados de edad para sus roles y asombrosamente faltos de carisma en su conjunto- todo apuntaba a estar mal. Después de esos 20 minutos, el resto de Los Cuatro Fantásticos es como ver a alguien caerse en cámara lenta desde la torre de Antel: ni siquiera existe la piedad de lo breve. Pero si tal vez era muy complicado actualizar el carisma algo añejo de estos personajes heroicos de Stan Lee (sobre todo de esta forma horrible), lo que se hace difícil de perdonar es la demolición que el film hace de uno de los más colosales villanos de la historia del cómic: el Doctor Doom.

Es asombrosa la falta de respeto que aún le tiene Hollywood no sólo a la tradición de los cómics en los que basa sus películas (tradición celosamente defendida por los seguidores de esos cómics, cuya inteligencia se suele insultar a pesar de que constituyen buena parte del público ideal de esos films), sino a su propia tradición cinematográfica. ¿Sabrán Josh Trank y los productores que el Doctor Doom fue una de las más claras inspiraciones del inmortal Darth Vader? ¿Para qué convertir a ese magnífico personaje de inspiración romántica y oscura magnificencia en un petiso con capucha y dos lucecitas rutilantes donde tendría que haber una mirada furibunda? ¿Por qué quitarle el orgullo, compartido con Lex Luthor, de ser un personaje sin habilidades físicas extraordinarias pero capaz de enfrentarse con sobrehumanos usando tan sólo su inteligencia y su creatividad, para convertirlo en una criatura tan poderosa como ridícula? ¿Qué necesidad? Trunk se queja de que le cortaron varios minutos de este enano con toga al que denominó Doctor Doom. Algo de sensibilidad le queda a Fox, entonces.