La conocí como productora del Festival 4x4, una iniciativa independiente que con mucho esfuerzo ella y sus hermanos Shanti y Sendic organizaban en Xalapa, Veracruz. Llegué a la ciudad en un panorama crítico para el festival: a último momento le habían retirado casi todos los apoyos, señal del ambiente gubernamental hostil que rodeaba sus actividades. Dado que buena parte de la agenda había sido cancelada, decidimos realizar un espacio de intercambio y discusión.

El 15 de mayo escribí en Twitter: “Mientras cocoordino un taller sobre cuerpo, exposición y violencia, soy yo la que tiene todo para aprender”, y luego: “Todo tranqui, pero se ven francotiradores en las azoteas y el Ejército anda por la calle con la cara tapada”. Ya había estado en ciudades conocidas por sus altos niveles de violencia, como Morelia o San Luis Potosí, pero nunca había percibido tanto miedo y vigilancia encubierta como en Xalapa ni había visto a mis colegas tan consternados, tan precavidos, tan asustados.

Nadia era una de las más asustadas, y pese a su personalidad desinhibida, rebelde y explosiva, todo el tiempo nos advertía que no hiciéramos esto o aquello, que jamás prendiéramos un porro en la calle ni miráramos demasiado fijo a un policía. Puertas adentro, era la cara opuesta: lo daba todo y explotaba de rabia o de alegría.

Nacida en Chiapas pero residente de Xalapa durante años, nos contó que en el DF se sentía más segura, porque a fin de cuentas allí no ibas a aparecer tirado en una zanja. No sólo sus relatos sino documentos atestiguan que ya había sido agredida por la Policía en una manifestación de #Yosoy132.

A pesar de su preocupación extrema, Nadia subestimó el peligro. Quizá pensó que el allanamiento de su casa ya había saciado el deseo de asustarla, o que, aunque estaba fichada tras ser agredida y detenida en manifestaciones, algo así no podría pasarle en la segura colonia Narvarte, un barrio lleno de amigos.

Sobran conexiones entre el gobernador de Veracruz -que ya había detenido a Nadia por portar una pancarta que decía “Javier Duarte, te tenemos en la mira”- y la atrocidad cometida el 31 de julio. Se sabe que Rubén Espinosa había llegado lejos en la exposición mediática de Duarte cuando publicó su peor perfil en la tapa de la revista Proceso, con gorra de policía y expresión brutal en la mirada. Se sabe que la periodista Regina Martínez había sido asesinada y que sus compañeros acusaban al gobierno estadual, y también que en 2012 Espinosa denunció haber sido acosado por un representante oficial, que durante una protesta estudiantil le advirtió: “Deja de tomar fotos o acabarás como Regina”.

Nadia no era guerrillera, ni terrorista, ni criminal. Su delito fue no doblegarse ni callarse contra el poder opresor que gobierna México desde hace años. Movimientos sociales y estudiantiles la recuerdan con un gran “Presente” en decenas de manifestaciones y campañas, contra el alza del transporte, contra los fraudulentos comicios electorales, contra la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. En setiembre de 2012 sus compañeros contaron: “Fuimos golpeados y tres de nosotros torturados y amenazados por policías estatales, obligados a recitar las últimas palabras con una pistola en la nuca, para, después de sembrado el terror, ser abandonados en las cercanías de la central de abastos”.

En octubre de ese año, mientras manifestaba en conmemoración de la masacre estudiantil de 1968, allanaron su hogar. Cuentan que entonces dijo: “Tenía yo tanto desmadre en la casa, que para que yo me diera cuenta de que se habían metido, hasta tuvieron que limpiar y ordenar un poco… sólo por eso lo noté”. En noviembre, mujeres policía la arrastraron y golpearon por expresar su repudio a Duarte.

Además de un ser luminoso como he conocido pocos en este mundo, Nadia era antropóloga social, gestora cultural, activista, indignada siempre, rebelde siempre. Era hermana, hija, amiga, luchadora, amante, compañera. Pequeña pero gigante en generosidad, su muerte no es casual: es política, y necesita ser aclarada y juzgada. Por su persona y por las causas que defendía. Por luchar incluso por quienes hacen de cuenta que no pasa nada en México.

No sé, Nadia, cómo se festeja en tu país la muerte, pero desde acá tenemos que encontrar una forma de hacerle honor a tu fuerza de vida. Creo que un comienzo puede ser exigir, hasta que se nos acaben la voz y la tinta, justicia.