“Voy a confiar en vos”, le dijo el subcomisario de Salinas, Canelones. “Andá a arreglar el tema de tu hijo, dejalo con alguien. Mañana a las 8.00 tenés que estar en el juzgado de Atlántida”. El oficial abrió la puerta de la celda de la Seccional 22 y lo dejó salir, sin custodia.

Era febrero de 2011. Mauricio Balitzki, padre a cargo de su hijo, artesano, herrero, tenía 40 años. Y volvió a la comisaria, porque no tenía nada que ocultar, lo suyo siempre fue el autoconsumo.

Lloró de impotencia cuando al otro día escuchó de la boca de la fiscal su sentencia. “Lo lamento. Vas a ir procesado a la cárcel de Canelones”. Lo condenaron a dos años por tres plantas hembra y dos aún sin sexo definido. De ahí en más empezó un período “muy gris”.

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Balitzki se mudó a Salinas cuando tenía 34 años. Fue la época cuando la pasta base ya estaba en todas las esquinas. Las bocas, que antes de 2000 sólo vendían marihuana paraguaya prensada y a veces cocían de postre, estaban llenas de fisurados de pasta que mangueaban guita, y si no les querías dar, podías terminar acuchillado, recuerda Balitzki.

No quería pasar por eso. Entonces las plantas crecieron un poco. Por “envidia, o vaya a saber qué”, todos los años en abril, cuando estaban en flor, llovían denuncias. Y allanamientos. En 2008 tenía muchas plantas, estaba probando, experimentando, y tras el desembarco policial terminó en el juzgado de la Ciudad de la Costa.

El ápice de las plantas salían por delante de la capota de la Mitsubishi blanca, las raíces por detrás. De los vecinos sólo recibió “buena onda”, saben quién es.

La jueza era Mariana Motta, le recomendó ir al psicólogo para “cambiar el hábito de consumir marihuana por calmantes, pastillas”. “Si no podés salir de eso, conseguí una alternativa, porque te va a traer problemas”, le dijo en una buena, pero lo procesó sin prisión.

Al año siguiente todavía tenía la causa abierta y no cultivó. Volvió a la tierra en 2010 y lo allanaron otra vez. Tenía tres plantas, no pasó nada. En 2011 plantó y cayó nuevamente. Por la denuncia de un vecino que había tenido problemas con su hijo pequeño.

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Gritó, pateó y golpeó las paredes de la celda hasta que lo dejaron salir por unas horas para “arreglar el tema”, es decir, conseguir una custodia de su niño. Se fue con la promesa de volver, pero también con la idea de que cuando estuviera frente a frente con la fiscal iba a conseguir “abrir su mente” y zafar. Pero ni lo uno ni lo otro.

Pensaba posible desterrar el cuco que vendió pescado podrido a muchas generaciones que antes y ahora relacionan llanamente plantas con drogas y drogas con delincuencia.

Le llegó “toda esa culpa” de “por qué no paré a tiempo, por qué no hice caso a mi amiga, que dos días antes recomendó sacar las plantas, que eran para quilombo, que pensara, que hacía menos de un mes habían procesado con prisión a Alicia Castilla por cultivo”. “Fue cosa de mandinga”, se encomienda al demonio.

Estaba preso en un lugar de mierda por plantar y no comprar al narcotráfico. La estaba pasando mal cuando el diputado frenteamplista Sebastián Sabini lo fue a ver. Él con cadenas en los pies y grilletes en las manos. Era lo peor. “Bo, loco, esto no puede pasar”, sentenció Sabini.

Al contar, Balitzki deja de lado ese pesar y rescata que preso y todo tenía a la prensa tras él. También “mucha conexión con el mundo exterior”, por la dinámica que tomaron los movimientos sociales y políticos que se generaron a partir del encarcelamiento de Castilla y el suyo. Había un reclamo generalizado, generacional. Y él estaba adentro, aportando su carne.

Estuvo preso tres meses.

Abrir el candado

Salió con un sentimiento “muy feo de ahí adentro”. Tan feo que le “pegó mal en la salud”. Por esa pasada, dice, anda rengo.

No fue fácil “volver a mí, retomar mi vida, reiniciar el trabajo. Estaba muy quemado, sobre todo con el sistema”. Había vivido situaciones muy injustas, asuntos fuera de su alcance que lo involucraban directamente. Sintió una infinita impotencia.

En cuanto salió, empezó a militar. A mostrarse en la calle y hasta abrió la puerta de su casa para enseñar en la tele quién es. Se manifestó en público por el autocultivo, que no hubiera más presos por plantar.

“Tanto juzgados como fiscalías se manejaban con más cuidado a la hora de dictar sentencia sobre el tema. […] Esto responde, más bien, a que el debate público dejó en evidencia la ignorancia reinante en la magistratura en materia de marihuana”, interpretaba Marcelo Jelen en agosto de 2013 en la diaria.

El caso de Mauricio fue uno de los puntapiés para el debate que desembocó en la aprobación de la ley No 19.172 de regulación y control del mercado de la marihuana.

La normativa trazó un antes y un después para la criminalización del usuario de marihuana y el derecho a la autodeterminación y a la no discriminación. “No sé si asociarlo con algo mágico, pero fue hermoso”, agradece Mauricio, que registró su cultivo.

Abrir la mente a los derechos

La ley está buena, pero falta lo más importante, que es su correcta implementación para hacer valer los derechos de las personas. Eso piensa Martín Collazo, de Proderechos. Señaló que persisten criterios de criminalización a los usuarios de drogas en el ámbito judicial y policial.

Martín Fernández, abogado del Instituto de Estudios Legales y Sociales del Uruguay, afirmó que a pesar de que la ley es clara en que se debe probar la intención de tráfico, y que aunque el usuario tenga más gramos de lo establecido no se lo puede juzgar, muchas veces se criminaliza porque la ley no ha permeado en todo el sistema.

Collazo aseguró que a eso se añaden varios casos de abuso policial, principalmente en la costa de Canelones. También destacó la lentitud de la implementación de los mecanismos de abastecimiento sigue fomentando el mercado clandestino y vulnerando los derechos de los usuarios que se deben vincular al narco.

Mejor saber que ignorar

El 10 de agosto se aprobó el protocolo de actuación policial sobre la ley de regulación del mercado de marihuana. El manual explica que el consumo y uso del cannabis continúa siendo legal, al igual que el uso de cualquier sustancia psicoactiva.

También que la existencia de plantas de cannabis no implica una actividad ilícita. Las únicas restricciones del uso de cannabis son las de la ley de tabaco.

El protocolo resalta que no existe un carnet que acredite ser usuario, y que además los datos que maneja el Instituto de Regulación y Control de Cannabis son de carácter sensible, por ende sólo el juez podrá solicitar la información, no la Policía.

Lo mismo sucede con el allanamiento de un hogar, la incautación y destrucción de plantas; sólo podrá realizarse por orden judicial y las plantas deberán ser cuidadas en caso que hubiere una incautación.

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