El debate que se generó a partir de mi columna “¿A la izquierda del crecimiento económico?” ha tomado un nuevo impulso. En los últimos días se han sumado la intervención de Gabriel Delacoste en la diaria y una nueva intervención de Rodrigo Alonso en Brecha, que aportan ricos elementos a la discusión. A esta altura, una respuesta punto a punto a ambas intervenciones sería difícil de seguir para los lectores y particularmente, poco interesante; además de que sinceramente no tengo todas las respuestas. En este artículo intento retomar y desarrollar temas que han introducido en el debate estos autores y plantear algunos nuevos. Sin embargo, me voy a permitir apenas unos párrafos de aclaraciones, por aquello de que “el que calla otorga”.

Las aclaraciones

La intervención de Gabriel es provocadora desde el propio título “El partido que no estaba a la izquierda del capitalismo”. Imagino que él sabe que el Frente Amplio (FA) surgió como proyecto policlasista, integrado sí por algunos grupos de horizonte socialista; pero con la apertura mental suficiente para no acotar las alianzas a quienes reivindicaran el socialismo. Así, el FA nunca se proclamó socialista o anticapitalista, y esa ha sido una de las claves fundamentales de su éxito y su verdadera incidencia en la realidad, aún mucho antes de llegar al gobierno. No, Gabriel, el FA no está a la izquierda del capitalismo; nunca lo estuvo. Y esa “capitulación” que hicieron los partidos de horizonte socialista, lejos de ser tal, permitió amplificar enormemente la incidencia del FA, su posibilidad de resistencia a la dictadura; su lucha por los DDHH; su resistencia al neoliberalismo y sus posibilidades de acceder al gobierno, con los resultados que todos conocemos. Es que luchar codo a codo con democristianos, socialdemócratas, o batllistas no contamina; no resta, suma. La esencia última del socialismo no es el materialismo histórico, ni la teoría de la explotación, ni las XXI condiciones de Lenin; sino la indignación ante la injusticia y eso lo compartimos con muchos no socialistas. Sumarlos a la misma lucha no es debilidad ideológica; es la esencia de la buena política.

Otro elemento llamativo es cierto desprecio que Gabriel refleja sobre el debate que llevamos con Rodrigo. “…tomó rápidamente un formato estereotipado…” dice. En la izquierda nos pasamos la vida reclamando debates y cuando se dan, enseguida los desacreditamos. Pero lo más llamativo viene a continuación, luego de cuestionar nuestro debate como “estereotipado”, aplica los más trillados estereotipos para cuestionarlo: habla de “moderados” y “radicales”; donde el moderado pinta a las posturas radicales de “sesentistas” y “desactualizadas”. Incluso en un pasaje Gabriel cuestiona que algunos (imagino que se refiere a mí, aunque no descarto que sea un párrafo que se le coló de otro artículo) se planteen como “la renovación”. Ante tal sucesión de términos “estereotipados” me vi obligado a releer los artículos por si el calor veraniego me había jugado una mala pasada. Pero no; puedo asegurar que ninguno de estos términos figuran en los artículos de referencia. Así que creo que sus propios estereotipos le jugaron una mala pasada a Gabriel. También Rodrigo, en su última columna se queja: “si hablar de arriba- abajo o de clases es de trasnochado…”. Capaz que Rodrigo se sintió algo trasnochado en el devenir del debate, pero yo jamás lo acusé de tal cosa. Me gusta debatir con lealtad. Y si “arrinconé” la posición de Rodrigo como dice Gabriel (no creo que haya sido el caso) habrá sido a fuerza de argumentos, que así es como creo que se debate. De hecho, en su última columna, Rodrigo cuestiona mi “despliegue abrumador de citas y referencias de todo tipo”. Es que entiendo que una discusión productiva debe basarse en la realidad. Es raro que a tan avezados cientistas sociales les moleste la referencia a la realidad.

Las alianzas

Ahora sí, vamos a lo importante. Un tema que ha sido recogido por ambos “debatientes” es el que refiere a la composición de las alianzas necesarias para impulsar las transformaciones. Rodrigo descree de los datos que presenté, que provienen de la misma fuente que la información que, procesada por el Cuesta Duarte, él usa en su artículo. Ambas son reales y no son contradictorias. Mi referencia al 60% de la población con ingresos “aceptables” (por llamarle de alguna manera) no buscaba esconder los enormes déficits aún existentes. Sí mostrar una realidad central a la hora de pensar en los apoyos posibles de diferentes proyectos de transformación. La inmensa mayoría de la población en Uruguay, por suerte, no es pobre; tiene cubiertas sus necesidades más básicas y algo más. Esa “clase media”, tiene mucha más que perder que “sus cadenas” parafraseando a Marx. Y no se van a sumar a un proyecto “indefinido e inexplorado” como reconoce Rodrigo. En los países en los que no existe una izquierda con un proyecto amplio y definido esos sectores suelen apoyar a la derecha. El éxito en la disputa por ese electorado hace la diferencia entre una izquierda que accede a porciones relevantes de poder y cambia realmente las condiciones de vida de las mayorías, como ha sucedido aquí, o una izquierda que recita hermosas odas revolucionarias, pero que no cambia la vida de nadie. No busco desacreditar la labor de quienes, como Rodrigo, se aventuran a avanzar en “lo inexplorado”; “en la reflexión postcapitalista”, como él la llama. Lo respeto. Es simplemente que, como militante político y social y como me indigna la “fractura y el antagonismo” y no soy omiso a ellos (como él sugiere) es que pretendo que las urgencias tengan soluciones reales. Si fue posible sacar a más de 600.000 uruguayos de la pobreza, aumentar los salarios un 50% real y el salario mínimo un 230% real y revertir los históricos flujos migratorios del país, creo que eso señala un camino.

“¿Hasta qué percentil de ingresos llega el marco de alianzas necesario?” pregunta Rodrigo. “Hay que pensar con precisión quiénes forman parte de la alianza de clases frenteamplista. Parecería que todos…” se queja Gabriel. Creo que son reflexiones pertinentes; pero los gobiernos frenteamplistas han sido claros en ese sentido. La inmensa ampliación de derechos de los trabajadores urbanos y rurales en el marco de la reforma laboral (Uruguay es ejemplo mundial para la OIT) marcan límites clarísimos y los permanentes bramidos de las cámaras empresariales y rurales dan cuenta de ello. La reforma de la salud ha marcado otra línea roja donde las corporaciones de especialistas médico-quirúrgicos han intentado boicotearla todo lo posible. La reforma tributaria no dejó dudas en la voluntad de favorecer a los más vulnerables aunque eso implicara perjudicar a otros con mayores ingresos (muchos de ellos compañeros). El crecimiento de la masa salarial en relación al producto, lenta pero sostenida, también señala en el mismo sentido. No, las alianzas no son con todos. Y si bien, en virtud de condiciones internacionales y como parte de necesidades tácticas, otros sectores sin duda se han visto beneficiados también, éstos tienen bien claro a quiénes responde el FA y lo demuestran en sus declaraciones y en su voto. Es que mientras no haya otros agentes con capacidad de invertir y generar empleo, salarios e ingresos, es necesario que el capital productivo mantenga niveles de rentabilidad y estímulos adecuados. No hay que avergonzarse por eso, que siempre estuvo claro en el programa del FA. Y los éxitos en ese sentido también han sido enormes; uno de los cambios estructurales más fuertes que sí se han operado en la economía nacional en la última década es el impresionante crecimiento de la tasa de inversión. Este indicador es clave para interpretar el comportamiento futuro de la economía ya que expresa el esfuerzo que los sectores capitalistas (locales e internacionales) hacen para producir más y mejor en el futuro. No hay crecimiento económico mínimamente sostenible sin altas tasas de inversión y el último medio siglo de historia de nuestro país es la muestra más evidente. A pesar de toda la retórica proempresarial de los gobiernos colorados, blancos y militares, la burguesía no cumplía su rol histórico en el capitalismo de arriesgar e invertir (lumpemburguesía en términos clásicos). Eso resulta evidente en la tasa de inversión que osciló durante décadas en niveles tan insignificantes como el 12% o 14%, absolutamente insuficientes para dar pie a un proceso de crecimiento sostenido. Y eso se mantuvo aún en períodos de condiciones económicas internacionales excepcionalmente favorables. Ya al comienzo de mi artículo anterior señalé que entiendo que “buena parte del atraso en el desarrollo de la fuerzas productivas en Uruguay tiene que ver con incapacidades de los empresarios”; a pesar de lo que Gabriel me cuestiona que “señale como trabas a los trabajadores del Estado y no a los empresarios”; ¡otra vez el estereotipo! En los últimos años, ese indicador ha crecido de manera sistemática alcanzando niveles superiores al 20%, lo que da cuenta de un cambio trascendental en las posibilidades de crecimiento a mediano plazo y en el rol histórico jugado por el empresariado. Esto es también parte fundamental de la explicación del exuberante desempeño de la economía uruguaya en la última década. Y los datos aún preliminares de 2015, ya en un contexto económico internacional radicalmente diferente parecen señalar la continuidad de esta nueva realidad.

El camino

Es verdad, los impresionantes resultados económicos y sociales recientes se produjeron en el marco de un contexto internacional muy favorable. Pero no hay que perder de vista que en el pasado hemos atravesado por otros ciclos similares, como en los 90, y que los resultados en empleo, distribución y pobreza fueron diametralmente opuestos. A pesar de esta constatación es pertinente la pregunta de si en una fase internacional de baja será posible mantener buenos resultados. Rodrigo opina que no, que la única manera de mantener el crecimiento es con rebaja salarial y llama a la toma del Palacio del Invierno; aquello de “avanzar sobre el metabolismo del capital”, cosa que aún no sabemos qué quiere decir y que Rodrigo ha aclarado que él tampoco: “lo indefindo e inexplorado” de la reflexión poscapitalista. Sin embargo, algunas transformaciones estructurales operadas (pocas, insuficientes), como la ya mencionada respecto a la inversión señalan un camino posible. Y ese camino está en la transformación de la matriz productiva, que modifique la forma dependiente de inserción del país en la economía mundial; incrementando sostenidamente la baja productividad local, esa que para Rodrigo es un “rasgo estático”, aunque la historia se empeña en mostrar grupos de países que en diferentes coyunturas han logrado modificar ese rasgo convergiendo a los niveles de los países centrales. Es que la especialización en sectores con baja capacidad de diferenciar productos, y menores oportunidades de generación de innovaciones tecnológicas, junto a mercados internacionales altamente imperfectos, ha sido reiteradamente señalado como una vulnerabilidad central del país y la región. Y una línea central de reflexión debería ir en el sentido de los pasos necesarios para avanzar en su transformación. Aquí hay otro tema, aún no del todo dilucidado, y de importancia central para el país. ¿Esa transformación debe darse corriéndose de la producción primaria hacia otros eslabones de la producción o es posible hacerla por la vía de incorporación de conocimiento a la propia producción primaria? Aunque en realidad no son excluyentes, algunos éxitos en lo que refiere a la producción y exportación de carne (1), señalarían que este último camino es factible, aunque yo me inclino por una estrategia mixta. Aún hay mucho para avanzar aquí y la posibilidad de mantener el crecimiento en los próximos años no es para nada segura.

Gabriel formula una interrogante central: “¿Hay un umbral de PBI a partir del cual se pueda empezar a construir el socialismo?”. Creo que otra vez, la idea de la Toma del Palacio de Invierno; un instante en que se proclame el fin del capitalismo y el comienzo del socialismo, ronda la discusión. Tengo una buena noticia. El socialismo se viene construyendo en Uruguay hace muchos años; ¿qué hacemos cuando establecemos instituciones y pautas que hacen que la fijación del salario y las condiciones laborales se den en virtud de nociones ligadas al costo de vida, a la seguridad laboral, a la equidad de género y no puramente en base a criterios de mercado, sino construir socialismo? Cuando el Estado utiliza su poder para modificar las relaciones de fuerza en la negociación capital- trabajo; la más importante en el capitalismo, núcleo central de la generación de desigualdad; ¿no avanzamos en el socialismo? ¿Qué estamos haciendo cuando como sociedad decidimos que el acceso a servicios de salud de calidad homogénea no debe depender de la capacidad de pago de cada uno, sino de las necesidades de atención? ¿Y cuando decidimos que los impuestos no sólo deben recaudar sino que deben servir para alterar en términos progresivos la distribución de ingresos que resulta del mercado? ¿O cuando creamos un fondo millonario para apoyar proyectos autogestionarios? Estamos, ni más ni menos que construyendo una sociedad en que las decisiones democráticas se expanden, lenta pero progresivamente, desde la política a los ámbitos económicos y sociales de la producción y el consumo. ¿Qué otra cosa es el socialismo?

Estos párrafos no buscan transmitir la idea de que está todo bien; de que el camino es el correcto y no hay mucho más para hacer. Todo lo contrario. El hecho de que casi todas las reformas estructurales que utilizo para argumentar mi posición hayan sido mayormente diseñadas y ejecutadas en el primer período de gobierno del FA, es un dato preocupante. Lo que sí buscan es señalar la idea de que el camino que entiendo más prolífico para la reflexión transformadora es la de las reformas estructurales, profundas, pero posibles política y económicamente en cada contexto. ¿Reformismo? Los estereotipos se los dejo a los analistas.

(1) D'Albora, A; Durán, V(2013), en anuario OPYPA 2013, concluyen que las exportaciones de carne uruguayas se han “descomoditizado”; no sucediendo lo mismo en otros productos agropecuarios estudiados.