Julia Holter, que se presentó el domingo en La Trastienda, es el exponente más diáfano del género conocido como “pop de cámara” que haya aparecido en los últimos años. La cantante y tecladista estadounidense compone desde hace más de diez años, con un estilo que partió del lado de la música de conservatorio y se fue reformulando en un sonido cada vez más cercano al pop (pero sin perder un ápice de complejidad). Con discos cuasi conceptuales centrados en obras de Eurípides (su debut Tragedy, 2011), Virginia Woolf (Ekstasis, 2012), o el musical Gigi (en el que se basa -muy libremente- su disco Loud City Song, 2013), en una primera instancia uno no pensaría en Holter como una artista del todo accesible (y, mucho menos, pop). Sin embargo, a pesar de los arreglos puntillistas, de los inesperados virajes emocionales, de las letras elusivas y las referencias literarias, hay algo directamente sensorial en su música que, independientemente de la formación de uno, resulta, en el más digno y justificado uso que se le haya dado al término, hipnótico.

En la música de Holter se da un extraordinario maridaje entre la materialidad más orgánica de los instrumentos y la implementación de efectos digitales, algo en lo que ya había ahondado en la producción de su disco anterior (para el que Julia compuso en estudio por primera vez, por fuera de la habitación donde había grabado sus anteriores trabajos), pero que llegó a su punto más alto de sutileza en Have You In My Wilderness (2015).

El domingo en La Trastienda, Holter sorprendió al mostrar que toda la riqueza sonora de sus últimos trabajos podía resumirse en sólo cuatro ejecutantes. Dina Maccabee, de gruesos lentes y cerquillo pelirrojo, tiene el perfecto physique du rôle de una bibliotecaria, y todos los arreglos que hace con su viola tienen una naturalidad orgánica y desprovista de emociones, aun en momentos en los que su arco pareciera estar a punto de deshilacharse o de romperse las cuerdas. Devin Hoff, uñas pintadas de negro en dedos firmes y largos, permanece tranquilo, con una forma de acomodar su cuerpo sobre el contrabajo que fluye en un balanceo constante, intercalando en un mismo tema la pulsación de las cuerdas y el uso del arco. El barbudo Corey Fogel comparte con el resto de la banda esta sensación relajada, aun cuando los compases marcan un ritmo sincopado. Más que nada, haciendo una rápida revisión -aun a riesgo de que resulte una apreciación medio infantil-, lo primero que viene a la cabeza cuando uno ve en el escenario a la banda acompañante de Julia Holter es cómo parecerían tocar en toda la superficie de sus instrumentos, sin limitarse a sus regiones más comúnmente empleadas, lanzándose a todos los recovecos del objeto.

Prácticamente lo mismo puede decirse de Julia. No sólo su teclado alterna en un mismo tema entre el clavicémbalo barroco y un efecto imitación de cuerdas que puede encontrarse en cualquier órgano de vecino, sino que su propia forma de tocar a veces se siente como una caricia y a veces como un aporreo (aun cuando ella permanece perfecta, con el cuello erguido en ángulo recto entre los dos fuertes hombros). Pero más que nada, el verdadero y fascinante instrumento de Julia Holter es su voz. Hay artistas que pueden resultar más deslumbrantes en sus gimnásticas aptitudes vocales, pero hay algo extrañísimo en la forma de cantar de Julia, algo que no tiene -sólo- que ver con el aire que pasa por su laringe, sino con el lenguaje mismo. Cuando Julia canta, ya no el ritmo y la prosodia, sino las palabras o los fonemas en sí mismos pasan a abrirse en un abanico de distintas tonalidades. Es algo que va más allá de las vocales -siempre tan dúctiles para la operística-, extendiéndose incluso a las consonantes, porque uno escucha a Julia y de golpe descubre 15 formas distintas de pronunciar la letra “t”.

En los primeros cuatro temas del setlist se pudo notar la herencia de Laurie Anderson en varios recursos vocales, particularmente por el estilo casi narrativo de Holter en todos sus temas. “So Lillies”, tema con el que abrió el show, juega en una burbujeante melodía articulada alrededor del ping pong de la voz de Julia reverberando en un efecto de delay, que a veces se parece a ese filtro robótico que se daba en la famosa “O Superman”. Prácticamente en el lado opuesto de lo inorgánico, en “In the Green Wild” la principal hélice helicoidal sobre la que se estructura toda la canción es la densa línea de contrabajo de Devin. Esta idea de un sonido circular de base también se da en “Horns Surrounding Me”, en la que el teclado repetitivo de Julia al entremezclarse con la batería galopante de Fogel llena todo el tema de un aire ominoso.

“Feel You”, además de ser la canción más famosa de Holter hasta la fecha, es quizá el tema más representativo de su estilo. Aunque la tocó ligeramente más rápido que en la versión original, se pudo percibir la sincopada manera en que la voz caía en los compases, con versos que se enganchan con la primera palabra del siguiente, lo que genera una sensación similar a la que producen los dibujos de MC Escher.

Luego de “Feel You” vino “Lucette Stranded On The Island”, posiblemente el más teatral y complejo de los temas de Have You In My Wilderness. La canción crea una atmósfera onírica y plácida que al momento de embarcarse en los soliloquios finales va adquiriendo cada vez más cuerpo y volumen hasta llegar a un nivel de estridencia impensado. Es inevitable pensar en los momentos más prístinos de Cocteau Twins, pero este recurso de aumentar progresivamente la dinámica de la banda hasta llegar a puntos paroxísticos lo coloca en otro lado.

Julia Holter terminaría despachándose con otros temas de Have You In My Wilderness, como “Betsy on the Roof” y “Sea Calls Me Home”, pero el momento más intenso del domingo se dio con un cover de la canción de Barbara Lewis “Hello Stranger”. La canción, originalmente compuesta en 1963, es un clásico rhythm & blues en el que la sencilla felicidad de toparse por casualidad con un antiguo amor se monta en una plácida nube comandada por un juguetón órgano y un coro doo wop. Sin embargo, Holter agarra este tema y convierte la sencillez y el tenor cotidiano del encuentro en algo trascendental, casi místico. La voz de Holter diciendo “seems like a very long time” parece salir de un hueco entre las nubes, con una sección de cuerdas celestial compuesta entre el órgano, la viola y el contrabajo tocado con arco que parecería dejarla suspendida en el aire. El lento pero poderoso crescendo daría esta sensación de un amor más allá del humano, de ese convencimiento sublime del amor cuando te explota en la cara y te envuelve.

Mientras sonaba “Hello Stranger” de golpe descubrí que nunca, ni siquiera en obras teatrales o en presentaciones de música clásica, percibí a un público tan silencioso. Aun con la música volviéndose lentamente atronadora, el mismo sonido del roce de la ropa de uno parecía una falta de respeto. Alrededor de Julia era como si hubiese una luz encandilando todo lo que no era ella, lo que dejaba La Trastienda en un extraño estado de suspensión en el que sólo existían ella y ese vestido con mangas en cuyo estampado, si lo mirabas fijamente, podías ver un montón de calaveras; ella, su mentón en alto y ese pelo que no sabés si se lo aclaró (mucho más negro en los videos de Youtube), si son canas, o si es sólo la luz. Ella y su forma de pronunciar las vocales ocultando los dientes, y esa forma extraña de ser joven y vieja al mismo tiempo. Ella, que sólo tiene un año más que yo, pero parece de otro planeta.

Rasgando ese manto epifánico, encuentro a un encargado de seguridad acodado contra el escenario. Mientras Julia sigue repitiendo “it seems like a very long time” el tipo la mira sin sacarle los ojos de encima, pero sin prestarle particular atención. Trato de pensar en lo que el patovica está imaginándose mientras pasa todo eso delante de sus ojos, cómo quizá todo esto es volver a casa y comentar “hoy estuvo tranquilo, cantó una mina”, y pienso en cómo llegué al toque sintiéndome desdichado por algo que no tiene nada que ver con esto, y cómo ahí, en esos metros cúbicos de aire que separan la mirada del patovica de Julia cantando con los ojos cerrados, existe algo muy parecido a la felicidad.