Los datos fríos dicen que Blue & Lonesome (“triste y solitario”) es el primer disco de estudio de The Rolling Stones en 11 años -luego de A Bigger Bang-, un intervalo largo en su trayectoria. Sin embargo, en ese lapso los británicos estuvieron muy activos: realizaron seis giras por casi todos lados (como la mayoría recordará, en febrero visitaron Montevideo) y pusieron a la venta cerca de 15 discos (sí, 15), que van desde valiosas reediciones de álbumes clásicos (Exile on Main Street, Some Girls y Sticky Fingers), que agregan material antes no lanzado oficialmente, pasando por viejos -algunos, legendarios- recitales en todos los formatos vendibles (Live in Texas ‘78, LA Friday 1975, Marquee Club 1971, etcétera), hasta llegar a registros en vivo de giras realizadas en esos 11 años (Sweet Summer Sun, Havana Moon), que no le aportan absolutamente nada nuevo al escucha, pero sí a los bolsillos de Mick Jagger y compañía.

Así las cosas, si bien Blue & Lonesome no es de composiciones originales sino de versiones de blues, por lo menos es un disco diferente en el contexto de la última década. Pero, por supuesto, viendo los 54 años de la banda en perspectiva, es una vuelta al principio, a aquellas obsesiones por la música negra estadounidense que Brian Jones le contagió a todo el grupo. De todos modos -y aunque la vejez plantea argumentos cada vez más convincentes-, sería bastante inocente ver este álbum como el trazo que cierra el círculo y anuncia la despedida -como pasó este año con un par de discos-, ya que hace más de tres décadas que todo lo que hacen los Stones parece ser lo último (en la conferencia de prensa previa a la gira del disco Bridges to Babylon, en 1997, Jagger fue hasta donde estaban los periodistas y les preguntó a sus compañeros de banda: “¿Esta será la última gira?”. “Sí, esta y las cinco siguientes”, contestó Keith Richards).

El blues es un género que a los Stones les sale de taquito y sin pensarlo demasiado; por eso grabaron Blue & Lonesome en un par de días, todos juntos y sin agregados posteriores. En ese sentido, es un disco fácil, pero hay una acertada selección del repertorio, ya que elude casi por completo los temas archiconocidos y versionados por todo el mundo (los llamados blues standards), como “Hoochie Coochie Man”, “Sweet Home Chicago”, “Rock Me Baby”, “Got My Mojo Working” y un negrísimo etcétera.

Por la mayoría de las canciones, es un homenaje al blues de Chicago, empezando por las cuatro compuestas o popularizadas -la diferencia a veces es fangosa en este género- por Little Walter (vocalista y capo de la armónica, que en sus primeras grabaciones para el sello Chess supo tener como guitarrista a un tal Muddy Waters): “Just Your Fool”, que abre el disco, un blues rápido de ocho compases (no tan común como los míticos de 12), “Blue and Lonesome”, “I Gotta Go” y “Hate to See You Go”.

Lejos de lo que otrora hicieron con temas como “Love in Vain”, de Robert Johnson, al que Richards le agregó arpegios de guitarra que no estaban en el original, aquí respetan las estructuras y los arreglos básicos de todas las canciones, pero les pasan el clásico barniz Stone. Es una impronta, una forma pornográficamente característica de interpretar el blues: agresiva, densa, sobrecargada, con guitarras saturadas y la lascivia inherente al género que Jagger siempre dominó como ninguno. En definitiva, la estética sonora que tiene como manifiesto aquella soberbia versión de “Stop Breaking Down” incluida en Exile on Main Street, que hizo parecer un juego de niños lo que al inicio de su carrera hicieron con “Little Red Rooster”. Obviamente, la producción del disco (de Jagger y Richards con Don Was, como sucede desde hace más de dos décadas) ayuda a potenciar esa estética: un paneo de instrumentos bastante centrado, que da una atmósfera cargada y de espacio reducido, y un sutil filtro de rotura en la voz de Jagger, al que se le suma una pizca de pantanosa reverberación en algunos temas, como el seudo rockabilly “I Gotta Go”, el lento y lastimero que le da nombre al disco y “Little Rain”.

Jagger es el que más resalta, por sus aptitudes con la armónica y su voz, a la que nunca parece afectarle el paso del tiempo (hace más de 30 años que eso también es un cliché; pero, vamos, ahora tiene 73). Al inicio de “I Can’t Quit You Baby” -el único estándar del disco- se manda un berreo gutural que no tiene nada que envidiarle al que hizo Robert Plant cuando grabó esa canción en el primer disco de Led Zeppelin. Otro que se destaca es Charlie Watts, sobre todo por el aporreo de batería final de “Commit a Crime” (temazo de Howllin’ Wolf), que aumenta la densidad. Por otro lado, sobresale la ausencia de Keith Richards en el micrófono, ya que es el primer álbum de estudio en 42 años en el que el guitarrista no canta ni media canción.

El sonido grueso de la guitarra eléctrica solista en “Everybody Knows About My Good Thing” denota, desde el primer compás, que es uno de los temas en los que toca Eric Clapton, quien estaba grabando su último disco (I Still Do) en el mismo estudio que los Stones, vio luz y entró a tocar un par de canciones (fue básicamente así, fuera de toda broma). El tema, en el que el narrador describe de forma graciosa que el cartero, el lechero y el carnicero andan atrás -o algo más- de su mujer, le debe gustar bastante a Jagger, porque ya lo había grabado como solista en 1992, con nada más y nada menos que Gary Moore en guitarra. “Estaba hablando con el carnicero, / dice que siempre te ves bien. / Supongo que por eso mi heladera / siempre está llena de carne”.

Blue & Lonesome no es sólo un homenaje al blues, sino también al amor de estos viejos ingleses por el género. Las versiones originales suelen ser siempre mejores, pero la fuerza con la que los Stones las tocan no tiene grado de comparación. En los dos golpes iniciales de “I Gotta Go” se palpa la pulsión de vida de unos señores grandes que no se quieren ir, por más que las arrugas y la canción digan lo contrario.

Blue & Lonesome

De The Rolling Stones. Polydor/Universal Music, 2016.