Todo termina aquí, de Gustavo Espinosa (Hum). Uno puede no saber nada de los planes de Espinosa e igualmente (o por eso) quedar atrapado por esta road novel blusera y criolla. Después, uno puede creer o no que la mujer más hermosa del mundo vivió en Treinta y Tres y que su muerte dejó un vacío de voracidad cósmica. Ahora, aunque nadie conozca del todo bien el plan, lo que queda claro es que a esa hambre posmoderna -en el mejor sentido: el literario-, que engulle géneros y universos, ya le queda chico el alambrado uruguayo: Espinosa debe salir.

Tesoro, de Carlos Rehermann (Banda Oriental). Primero, el libro sorprende en la carrera de Rehermann: un autor más bien dado a lo geométrico, lo estructurado (su anterior novela, El auto, podría insinuar una transición), se embarca en una rememoración de su infancia y juventud. Segundo, lo hace con éxito, si lo entendemos, para este subgénero, como la capacidad de transmitir una sensibilidad propia y de, simultáneamente, dar testimonio de una época. Tercero, la suma de autoficción y semblanza paterna no conocía por estos lados un pico tan alto desde 1993, cuando apareció Íntima, la novela fundacional de Roberto Appratto.

El hermano mayor, de Daniel Mella (Hum). Cuánto de catártico, cuánto de autobiográfico, cuánto de ficcional. ¿Importa? Lo seguro es que Mella le impone a esta historia del duelo por un hermano/doble un dominio soberbio sobre el ritmo y la temporalidad narrativa. Dicho eso, nada garantiza que los lectores, prevenidos o desprevenidos, queden libres de nudos en la garganta.

Peces mudos, de Rosario Lázaro (Criatura). Cierta tristeza, lo acuoso, lo rural (no urbano, en todo caso), lo final. Una colección de cuentos-cuentos: en ellos pasan dos o tres cosas simultáneamente, saben terminar, y, sobre todo, tienen un punto de vista atento, curioso, sufrido, que los arracima. Además, una colección de sutiles desplazamientos lingüísticos desde el español montevideano.

El punto ciego, de Javier Cercas (Random House). La incomodidad -el profesor Cercas se pregunta qué hace de su libro Anatomía de un instante (2009) una tremenda novela, y a uno le dan ganas de contestarle que no, que es un ensayo histórico- da paso al agradecimiento, porque desde un lugar poco convencional nos obliga a repensar lo relativamente reciente, lo profundamente transgénero, lo potencialmente abarcador, lo saludablemente amorfo y lo históricamente hispano que es ese formato que llamamos “novela”, por más que desde la industria vengan queriendo encorsetarlo en 200 páginas de entretenimiento anestésico.

■ José Gabriel Lagos

Taxi, de Sergio Altesor (Estuario). En claro diálogo con su novela anterior, Río escondido (2000), Altesor retoma al artista conceptual Pedro Fontana (su notable álter ego) en un retorno a Estocolmo que es una larga y audaz meditación sobre el exilio, el lugar del arte y el paso del tiempo y de la memoria, que certifica con creces la habilidad narrativa del autor y el poder conciso de su prosa.

Mientras espero, de Roberto Appratto (Criatura). En un año también marcado por la edición del segundo tomo de sus poesías completas (por Yaugurú), Appratto continúa el proyecto narrativo que inició en 1993 Íntima con esta novela breve y contundente, que significa a la vez la apertura y profundización de una nueva línea de investigación, y aúna con resultados notables las influencias dispares de Thomas Bernhard y Georges Perec.

La vacilación de Hamlet y la decisión de Shakespeare, de Yves Bonnefoy (El Cuenco de Plata). En el Año del Bardo y a pocos meses de la muerte de Bonnefoy, El Cuenco de Plata editó uno de sus más impactantes libros de ensayos. El libro reúne, además de la pieza que le da título, una “Carta a Shakespeare” y dos entrevistas con el autor; así se conforma un conjunto imperdible para pensar a una de las mayores fuerzas creativas de la literatura, bajo la guía inteligentísima de quien quizá sea el mayor poeta francés de la segunda mitad del siglo XX.

Las chicas, de Emma Cline (Anagrama). Esta novela -cuyo argumento está inspirado libremente en el clan Manson y el infausto verano de 1969- es el debut de la promesa literaria más impactante de los últimos tiempos. Cline la escribió a los 25 años y muestra una prosa brillante, madura y personalísima, que hace de su lectura un siniestramente bello camino de hallazgos.

Febrero 30, de Amir Hamed (Hum). En 2001, refiriéndose a Semidiós, Sandino Núñez sostenía que la escritura “religiosa” de Hamed “se deja arrasar por un legítimo furor de ángeles”. Esa misma fuerza mueve las páginas de su última novela, que lleva ese estado a un nuevo espacio de experimentación, y logra una obra que por momentos alcanza las alturas celestes de una nueva Revelación.

Ante todo, no hagas daño, de Henry Marsh (Salamandra). Sorprendente libro de memorias de un neurocirujano retirado, que presenta una serie de casos clínicos con un estilo magnífico y una profunda conciencia de lo humano. En su manejo experto entre literatura y ciencia, en su empatía y en su honestidad por momentos desgarradora, Marsh logra un libro que se lee apasionadamente y del que no es fácil salir.

OuLiPo. Ejercicios de literatura potencial, de varios autores (Caja Negra). Antología pionera en nuestro idioma que reúne, en cuidadosas traducciones de Ezequiel Alemian, obras del Taller de Literatura Potencial, fundado en 1960 y aún en actividad. Con textos de figuras tan centrales como sus fundadores Raymond Queneau y François Le Lionnais, o los continuadores Georges Perec e Italo Calvino, es un libro fundamental que aúna teoría y práctica, al tiempo que marca la absoluta vigencia del grupo literario más longevo de la historia.

Mención aparte merecen los casos de dos mujeres: el de la cuentista estadounidense Lucia Berlin (fallecida en 2013) y su descubrimiento tardío en la antología Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara), que significó una de las revelaciones más deslumbrantes del año; y el de Elena Ferrante, que alcanzó una acaso no deseada fama con su poderosa saga napolitana Dos amigas (Lumen), fama que le costó el descubrimiento de su identidad, cuidadosamente oculta tras su seudónimo por más de 20 años.

■ Francisco Álvez Francese

Los ojos de una ciudad china, Gabriel Peveroni (Hum). Pocas novelas uruguayas del siglo XXI deslumbran tanto como este asalto de Peveroni a la novela total. Ambiciosa, heterogénea, populosa, proliferante, esconde maravillas en todas sus páginas. Las mil facetas de Shanghái, el posthumanismo, la clonación, la retirada de las aguas previa al tsunami de la singularidad tecnológica: todo esto y mucho más. Imperdible.

Las cosas que perdimos en el fuego, Mariana Enríquez (Anagrama). En su más reciente libro de relatos, Enríquez reformula, reformatea y reinventa el horror rioplatense. Los cuentos fueron escritos en distintas ocasiones pero, en el contexto del libro, se ensamblan en un todo aun más perturbador.

El mar aéreo, Pablo Dobrinin (Fin de Siglo). Dobrinin lleva más de dos décadas publicando para las mejores revistas de fantasía, ciencia ficción y terror a nivel internacional, pero recién en 2016 su presencia en la escena de la narrativa uruguaya llegó a consolidarse. El mar aéreo es un libro sólido, coherente como un láser, y ofrece lo mejor de un autor atípico y brillante.

Bailando en la oscuridad, Karl Ove Knausgård (Anagrama). Cuarto y último (hasta la fecha) de los tomos de Mi lucha traducidos al español. Descubrimos el desolado extremo septentrional de Noruega y el final de la adolescencia de su autor, todo narrado hasta el más mínimo detalle, con una prosa despojada e intensísima.

El miserere de los cocodrilos, Mercedes Rosende (Estuario). Una brillante y divertida novela policial. Rosende tensa las reglas y deslumbra con su virtuosismo, pero la base de género permanece. Agregado de lujo a la colección Cosecha Roja.

Nuestro mundo muerto, Liliana Colanzi (El Cuervo). Colanzi sería la merecedora del premio a la mejor cuentista de su generación si la literatura fuese un certamen. Dado que no lo es, o que es también otras cosas, es mejor pensar en este libro como la mejor puerta de entrada al universo narrativo de su autora. A destacar el cuento “La ola”, clásico instantáneo.

Hay que mencionar además Urquiza, de Carolina Bello (Fin de Siglo); Pichis, de Martin Lasalt (Fin de Siglo); #RGB, de Juan Manuel Candal (Décima), y La invasión de los marcianitos, de Martin Amis, publicado originalmente en 1982 pero recién traducido al español este año por Malpaso.

■ Ramiro Sanchiz.