Para empezar, ¿qué tipo de controles biométricos se aplican actualmente en las fronteras?

-La Unión Europea [UE] está impulsando un programa, que aspira a implementar en 2020, con distintos registros biométricos mediante la llamada multibiométrica o biometría multimodal. En la fase piloto, por ejemplo, se integraron huellas dactilares de ocho dedos, reconocimiento biométrico del rostro y escaneo de iris. El registro de huellas dactilares es crucial también para la identificación de peticionantes de asilo, debido a la regulación que establece que debe solicitarse en el primer país de la UE al que se arriba, que suelen ser España, Italia y Grecia. Si las huellas digitales fueron tomadas en alguno de esos países las personas no pueden solicitar el asilo, por ejemplo, en Francia o Alemania. Esto es problemático y es parte de lo que se percibe como una “crisis” migratoria, aunque en realidad no son los refugiados los que están en “crisis”, sino las políticas que aspiran a controlar la movilidad de las personas.

¿Cuál es el debate ético que se está dando en torno a los controles biométricos en las fronteras?

-Lamentablemente el debate es muy limitado. Esto ocurre por varias razones. A una apatía o desinterés por los asuntos públicos bastante extendida se suma la extrema opacidad de estos procesos. Hay poca discusión pública y la sociedad civil apenas alcanza a monitorear los desarrollos en este campo, con la excepción de algunos parlamentarios o grupos de activistas.

¿Qué debate se podría dar?

-Un tema fundamental es el del derecho a la privacidad: que el ciudadano tenga un conocimiento informado y pueda dar su consentimiento para el registro de sus datos biométricos. El problema principal, a mi entender, es la tendencia a centralizar los diversos bancos de datos y hacerlos “interoperables”, que es a lo que aspira la mayoría de los gobiernos. Esto significa que información capturada en un contexto (por ejemplo, el cruce de fronteras) podría integrarse a bancos de datos centralizados y ser recuperada o procesada para un fin distinto a aquel para el que fue tomada (por ejemplo, una investigación policial). Esto se llama en la jerga function creep e implicaría un avance importante sobre los derechos fundamentales.

¿Es demasiado poder de los estados con respecto a los ciudadanos?

-Si se produce esta centralización de la información, y no se garantizan instancias públicas de contralor y transparencia en los controles, creo que sí, que sería demasiado poder, tanto para los estados como para las empresas que desarrollan estas tecnologías.

¿Las empresas de este sector incentivan estos controles?

-Este es un mundo que recién he comenzado a explorar y es sumamente interesante, porque se maneja con sus propios supuestos y su propia jerga especializada, ajena al ciudadano común pero también bastante lejana al lenguaje que solemos usar los cientistas sociales para pensar la cuestión de las fronteras y la migración. En este mundo, por ejemplo, los productos se llaman “soluciones”. Al ofrecer a las autoridades “soluciones”, de algún modo las empresas están definiendo también los “problemas”. Es una visión netamente tecnocrática de los asuntos de gobierno que tiende a ignorar el contexto histórico y político en que se implementan sus productos y los conflictos que atraviesan inherentemente la vida social.

¿Los ciudadanos pierden libertades al someterse a este tipo de controles?

-Posiblemente sí, pero de formas que todavía no sabemos calibrar. Básicamente los controles biométricos producen una intimidad entre nuestros cuerpos y la tecnología de la que tenemos poca conciencia y poco conocimiento en términos de sus consecuencias. Además, esas tecnologías dan por sentado cierto tipo de cuerpo individual (adulto, sano, sin discapacidades, “normalizado”) que además es inmutable en el tiempo. Hay autores que hablan de una “racialización” digital, por ejemplo, porque los controles biométricos definen a cierto tipo de ciudadano y excluyen a otro: escáneres de reconocimiento facial que no distinguen rostros de piel muy oscura, o sensores de iris que no leen iris de ojos muy oscuros, o ha habido también casos en que las huellas digitales presentan una rugosidad borrosa por el desgaste, en casos de ancianos o de obreros que realizan tareas manuales. Todo esto parece definir cierto individuo “normal” y crea así “anomalías” que en verdad no son tales, sino que están producidas por la programación del dispositivo de reconocimiento biométrico.

¿Falta conciencia ciudadana?

-Sí. Igual hay que evitar una impresión excesivamente oscura o “apocalíptica”. Cada modo de control y vigilancia abre también resquicios de burla, desobediencia civil o resistencia. Hay hackers y artistas desarrollando modos de impugnar o sortear estos controles a modo de denuncia o activismo (por ejemplo, creando bandas adhesivas para simular huellas digitales; o máscaras para confundir a los sistemas de reconocimiento facial) y también para mostrar el grado de vulnerabilidad que presentan las tecnologías, no importa cuán sofisticadas sean. Un hacker alemán, por ejemplo, logró ampliar una imagen de un dedo de la ministra alemana de Defensa (en base a una foto tomada durante una conferencia de prensa) y reproducir en forma bastante fidedigna sus huellas dactilares. Su intención era precisamente mostrar el flanco débil de estas tecnologías.

En un texto reciente usted decía que distintas tecnologías “construyen a quien cruza la frontera, respectivamente, como nuda vida o como sujeto individualizado anclado a alguna inscripción de ciudadanía”. ¿A qué se refería?

-Básicamente parto de la base de que las tecnologías no son neutrales, sino que traen consigo y a la vez reproducen determinadas definiciones y valores, en este caso, acerca de la situación de cruce de frontera y de la persona que la cruza. Esa frase alude a la diferencia entre el control fronterizo que tiene lugar en los puestos de chequeo establecidos y la vigilancia en las grandes superficies fronterizas. Los primeros son crecientemente digitalizados y se centran en un individuo, un sujeto a identificar. Las segundas, en cambio, tienden a captar la presencia de vida orgánica pero en forma de masa indiferenciada, de existencia biológica más allá de su adscripción a individuos concretos. Por ejemplo, las cámaras térmicas que perciben la diferencia de temperatura o los radares o drones que captan imágenes de seres en movimiento. Estos dos modos de definir el escenario de la frontera se corresponden con la distinción que el filósofo italiano Giorgio Agamben hace a partir de los dos términos usados en griego antiguo para designar la vida: bios, la vida cualificada del ciudadano, y zoe, el mero hecho de existir, el soplo de vida animal de cualquier ser. Sin embargo, esto no debe ser visto en términos definitivos y dicotómicos.

¿Hacia dónde avanzan los controles biométricos?

-La tendencia apunta a fusionar tecnologías e integrar los controles “individualizantes” de los sujetos identificables con el monitoreo de los grandes espacios. La dirección en la que se está trabajando, por ejemplo en Estados Unidos y Australia, tiende a que los pasajeros que arriban a un aeropuerto serán “monitoreados” y escaneados mientras caminan por la terminal de llegadas de modo que sean identificados y registrados sin tener que pasar por puestos de control como los que conocemos hoy. La opinión de los especialistas del rubro, de hecho, es que los pasaportes y documentos en papel tenderán a desaparecer y serán reemplazados por los registros, pasaportes y visas electrónicos. Todo esto puede parecer muy lejano, pero son tecnologías que también están comenzando a aplicarse en países como Argentina y Uruguay, donde se emplean productos de las mismas empresas que proveen a gobiernos de Europa o a Estados Unidos. Es preciso, desde nuestros países -aunque no sean productores de estas tecnologías o precisamente por eso mismo-, informarnos y reflexionar acerca de las implicaciones de estos controles y las definiciones y valores que traen consigo.