Siempre me interesó el tema de los sueños, debido a la florida imaginación y riqueza de contenidos simbólicos que suelen caracterizarlos. Me gusta incluso jugar a interpretarlos, aunque tengo claro que para eso hay que estudiar muchos años y salvar algunos exámenes. Supongo que el que les voy a contar a continuación puede tener alguna relación con las afirmaciones del inminente presidente de la Cámara de Diputados acerca de que respetará la Constitución y las leyes siempre que no contradigan la voluntad divina. Justamente, la misma noche en que oí (o leí, ya no me acuerdo) las palabras del legislador, se me apareció -en sueños, repito- el arcángel Gabriel, trayendo en su mano una carta, impresa en A4 pero firmada por el Mismísimo, que decía que por culpa nuestra se le estaba acabando el stock de guampas, y que por favor tuviéramos alguna actitud digna, mientras veía cómo solucionar ese problemilla. Parece que, encima, la corporación de almas vikingas se le puso de punta con que estábamos arrebatándoles lo que, para ellas, era un símbolo identitario, y por qué no, un emblema del márquetin turístico de sus descendientes.

Había una parte que no tenía texto (pero sí renglones, como en los fill in the blanks de las pruebas escritas de inglés), para que yo pusiera allí -según me explicó el arcángel- lo primero que se me ocurriera, que adquiriría automáticamente jerarquía de “Auténtico Designio del Señor con evidente prioridad frente a cualquier tipo de norma legal o moral de mera invención humana”. Pensé un rato, pero me dio cosita; me pareció que era tremenda responsabilidad. Al final la dejé por ésa; si el Mismísimo creyó que iba a aprovechar para decir algo interesante, se equivocó (si es que ello es posible). No sé, si tiene algo para decir, que lo diga él, qué más quisiera uno. Es como si Mick Jagger le hubiera dicho al Lobo Núñez: “Podés decir que yo dije que el candombe es la mejor música del mundo”. Pará, hermano -supongo que le habría contestado el Lobo-, decilo vos, porque si yo lo cuento no me va a creer ni Magoya. Además (ahora vuelvo a hablar yo), después iban a entrar a aparecer por todas partes personajes a los que Mick, o cualquiera de los Rolling, o de cualquier otra banda, les había dicho esto o aquello, casual y seguramente cosas que le convenían al hablante de turno, y bueno, ya sabemos que cuando entramos en ésa todo acaba sin el menor viso de seriedad.

Era una carta medio larga, que daba bastante laburo leer debido a lo pequeño de la letra; pero en una, el arcángel sacó de algún bolsillo de su túnica unos lentes medio culo ‘e botella, no muy elegantes pero poderosísimos, ya que me los probé y la verdá que andaban volando. Se ve que en el Cielo tienen buenos ópticos, y probablemente una amplia cobertura social de salud; aunque tratándose de un arcángel, esto último no es tan obvio. Gracias, Gabriel; lástima que justo cuando me iba a despertar te acordaste de pedírmelos, porque no sabés lo bien que me vendrían. Sigo: la carta también decía que los manicomios del mundo están llenos de gente que dice tener diversos grados de parentesco “con el abajo firmante”, o desviaciones similares, como actuar bajo sus designios o en función de sus expresos deseos. “¡Ja!”, agregaba aquí, misteriosamente, según creo recordar que es su estilo. Y seguía diciendo que, sin embargo, la mayoría de ellos (me refiero a sus parientes y afines) andan sueltos, y que incluso algunos ocupan posiciones de privilegio, tanto en poderosas empresas privadas como en los más diversos ámbitos de la administración pública, por no mencionar puestos estratégicos menos definidos a nivel de la cultura y la vida social en general. Que no me preocupara, decía, que si bien en ocasiones podían llegar a ser peligrosos, los peores -agregaba- “no son los locos, sino los que se hacen”.

Bueno, ya sé que no fue más que un sueño, pero lo percibí como algo notablemente real; tanto, que me pasé la mañana siguiente barriendo plumas. Calculé que mi gata había confundido al alado arcángel con algún tipo de ave suculenta, y había intentado comérsela, espero -ahora que pienso- que sin éxito. Anduve varios días con miedo de encontrar una pierna o una mano a medio masticar. Desconozco qué terribles consecuencias jurídico-celestiales podrían caer sobre mi persona, aunque habiendo sido por la noche -y en mi casa- seguramente podría alegar que fue en defensa propia, o alguna patraña similar.

Ah, antes, en alguna parte -disculpen que me vaya acordando en cualquier orden, pero no olvidemos que se trata de un sueño- decía que “no es necesario que pongan la estatua de Mamá en la rambla del Buceo” (se refería, seguramente, al monumento a la Virgen María que está en consideración de los ediles capitalinos); que con la de Iemanyá alcanzaba, y que por favor le avisara a Sturla que la pulseada por ver qué religión lleva adelante los planes divinos con más entusiasmo no debería dirimirse por cuestiones como quién tiene la estatua más grande. No sé, yo considero que ya avisé por acá, no tengo nada que ver, no quiero líos. También decía que, además, esta ciudad ya estaba demasiado llena de monumentos horripilantes, que si no le había alcanzado con la cruz de Tres Cruces, y que la gente iba a pensar que los del clero eran una manga de insaciables.