Homero Alsina Thevenet dedicó buena parte de su prédica periodística a recordarle al mundo que, por más importantes que fueran los méritos de los directores, el cine nunca era el resultado de una o dos visiones individuales geniales, sino de la suma del trabajo de decenas de personas que aportan sus conocimientos técnicos, su sensibilidad y, sobre todo, su capacidad para facilitar las cosas. En la música, el rol principal osciló históricamente entre el compositor y el intérprete, pero se ha decantado en los últimos tiempos alrededor de la figura del productor como figura suprema. George Martin fue el productor de todos los discos de The Beatles (incluyendo Let It Be, cuyo tratamiento final estuvo a cargo de Phil Spector pero con Martin presente durante toda la grabación), lo que lo hizo conocido como “el quinto beatle”, pero su papel fue muy distinto al que hoy en día se espera de un productor, ya que no oficiaba tanto como un creador o manipulador de las composiciones del cuarteto de Liverpool, sino como una especie de colosal factótum musical que, más que sugerir o intentar imponer una visión, se limitaba a traducir las ideas de The Beatles a un lenguaje musical maleable y comprensible.

Casi dos décadas mayor que sus legendarios “compañeros” de banda, Martin era un músico de formación clásica que se había convertido en el productor estrella de la discográfica EMI, dedicándose sobre todo a grabar discos de canciones humorísticas o de comedia (un género impreciso que los anglosajones llaman novelty) con la plana mayor de los comediantes ingleses de los 60 (Peter Sellers, Dudley Moore, Spike Milligan, Peter Cook), lo cual lo entrenó particularmente en el manejo de efectos auditivos y sonidos poco convencionales.

Aunque su contacto con la música pop o rock para entonces moderna era casi nulo (su especialidad era la música clásica barroca y compositores tan complejos como Serguéi Rajmáninov), Martin decidió presentarse en la primera grabación de un grupo pop que estaba llamando mucho la atención y cuyo mánager era el popular Brian Epstein. No se impresionó mucho al principio con la banda -obviamente The Beatles-, pero le gustaron las voces de John Lennon y Paul McCartney y, sobre todo, el sentido del humor que tenían y cómo se interrelacionaban de una forma que le hizo recordar a comediantes con los que había trabajado (llegó a proponerle a EMI que hiciera un disco de comedia con ellos dos). En los primeros tiempos, Martin se impuso en algunas decisiones a los inexpertos Beatles (como en la de usar un baterista más profesional para que sustituyera a Ringo en su primera grabación, “Love Me Do”), pero luego el flemático músico clásico decidió poner su nada despreciable conocimiento armónico y tímbrico al servicio de las ideas de la banda, sin pretender participar directamente en el proceso creativo.

Eso no quiere decir que su presencia pasara inadvertida, sobre todo a partir del momento en que el grupo comenzó a alejarse de su formato rockero en vivo -y de los escenarios- y a incorporar cada vez más elementos de música clásica, oriental y experimental en sus creaciones. Posiblemente el disco de The Beatles en el que la influencia de Martin es más fuerte (y que al mismo tiempo es la obra más orgánica y conceptual de la banda) sea el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, en el que no sólo se le escucha tocando el piano en “Lovely Rita”, sino que también condujo los arreglos orquestales, manipuló la velocidad de las cintas e incluso realizó un trabajo pionero en el arte del loop, recortando y pegando al azar algunos fragmentos de órgano de “Being for the Benefit of Mr. Kite!” para crear la anárquica atmósfera circense que distingue a esa canción. Si bien las iniciativas provenían sobre todo de un McCartney fascinado con la música culta contemporánea y los experimentos de compositores como Karlheinz Stockhausen y John Cage, y de un Lennon no menos interesado en las aristas más estridentes del rock psicodélico, fue la sapiencia técnica de Martin la que les permitió convertir el estudio de grabación entero en un instrumento capaz de generar música irreproducible en conciertos, mediante una tecnología de grabación que para los criterios actuales sería completamente primitiva. Pero sobre todo el aporte de Martin fue lo que Lennon definiría como “el lenguaje necesario para comunicarnos con otros músicos”.

En los discos posteriores, y a medida que The Beatles dejaba de ser una banda para empezar a parecerse más que nada a una suma de compositores independientes, la presencia de Martin se hizo más tenue y llegó a ser desplazado como productor nominal por el genial pero inflexible Phil Spector, cuyo tratamiento sonoro del disco Let It Be fue otro de los motivos de disolución del grupo. Su relación con The Beatles fue, no obstante, siempre afable y digna de su flema, y mantuvo una respetable distancia con quienes lo consideraban “un adulto”.

Su autobiografía All You Need Is Ears lo presenta como un hombre muy formal, familiero y conservador, al que difícilmente se le pudiera encontrar una gota de sangre rockera, y completamente ajeno a las experimentaciones químicas, religiosas o sexuales del cuarteto de Liverpool, pero con una chispa humorística que posiblemente haya sido el pegamento que lo mantuvo unido a The Beatles durante toda su carrera.

El trabajo de Martin como productor luego de la separación de la banda no tuvo grandes destaques en lo artístico, salvo el brillante disco de Jeff Beck Blow by Blow (1975), en el que el ex guitarrista de The Yardbirds se reinventó como virtuoso de la guitarra eléctrica de jazz rock. La obsesión de Beck con las interminables regrabaciones y overdubs llevó al productor a secuestrar las cintas y mandarlas imprimir en disco antes de que el músico llegara con más ideas nuevas. Pero si otros trabajos no fueron artísticamente notables, sí se siguió destacando su innegable olfato comercial. Luego de haber sido el aliado más conocido de la banda más famosa y exitosa del mundo, Martin se dio el gusto de conseguir otro éxito monumental al producir la versión de Cilla Black (una cantante apadrinada por Brian Epstein) del tema de Burt Bacharach “Anyone Who Had a Heart”, que se convirtió en el simple más vendido de una artista femenina en Gran Bretaña durante todos los años 60. Más tarde produjo al más rudimentario de los rockeros glam, Gary Glitter, y lo convirtió también en estrella, y en 1997 grabó y produjo la versión-homenaje a la princesa Diana del tema “Candle in the Wind”, de Elton John, que se convertiría en el tema más vendido de todos los tiempos en Inglaterra y demostraría que el hombre conservaba su toque de Rey Midas.

George Martin murió el martes mientras dormía junto con Judy Lockhart Smith, la esposa que lo acompañó durante 50 años muy serenos y luminosos, si se tiene en cuenta la magnitud que alcanzó su trabajo. La noticia fue comunicada por Ringo Starr -el baterista al que sustituyó en las primeras grabaciones pero al que luego calificaría como el mejor que conocía-. Paul McCartney lo calificó como “un segundo padre”, algo difícil de poner en duda si se ven aquellas fotos de los años 60 en las que un melenudo y posiblemente algo drogado McCartney observa trabajar a este hombre mayor y de apariencia siempre calma, el encargado de señalizar los caminos de la cultura popular del siglo XX.