Diez motivos para estar satisfechos

Primero, lo obvio: han sido diez años. ¿Cuántos de nosotros (y de ustedes) pensábamos en marzo de 2006 que llegaría este momento? Es difícil responder a esa pregunta sin ingresar en la ucronía, pero la certeza no la tenía nadie.

Llegamos consolidados, con una carta de presentación construida en más de 2.500 ediciones. En las primeras entrevistas y reuniones (y tal vez durante algunos años) teníamos que explicar quiénes éramos y de qué iba a la cosa; hoy eso ya no es tan necesario. Y completamos la década con proyectos y ganas de redoblar la apuesta.

Administramos una empresa que funciona en régimen cooperativo y que, en un sector con grandes dificultades económicas, no genera pérdidas. Actualmente somos 130 trabajadores estables (37 en redacción), más colaboradores y columnistas. La gestión cooperativa nunca es sencilla y quedan cosas por mejorar, pero hemos superado sucesivas dificultades colectivamente, con una madurez grupal que tampoco imaginábamos diez años atrás.

Hemos afianzado el vínculo con nuestros lectores por medio de la comunidad la diaria, que existió en potencia desde el comienzo pero se formalizó hace unos meses, y facilita el acceso de los suscriptores a espectáculos, productos de consumo, objetos de diseño y distintas opciones de formación. Esa relación es clave para cualquier proyecto periodístico que persiga la independencia editorial. Nos llena de orgullo cada vez que lo decimos: 80% de nuestros ingresos proviene de las suscripciones.

Confirmamos que la mayor garantía para la continuidad de este tipo de proyectos es la calidad de lo que hacemos. Una marca se construye desde muchas tareas: la producción periodística, la edición y corrección de los textos, el fotoperiodismo, el diseño gráfico, la relación con anunciantes y lectores, la gestión comercial, la administración, la distribución... y seguramente nos olvidamos de varias. A veces alcanzamos los niveles de calidad deseables y quedamos satisfechos; otras veces nos equivocamos y tratamos de hacerlo mejor al día siguiente. También hemos aprendido que la calidad sólo se logra con dedicación y horas de trabajo, y que decae si no se cultiva y se recrea. En esto no hay recetas mágicas ni definitivas.

Seguimos siendo un diario con un promedio de edad joven, al menos para Uruguay. Hemos apostado a la renovación y queremos seguir por ese camino, porque tenemos claro que no solamente la publicación acumula años.

En el difícil equilibrio entre cubrir lo que todos saben que importa y llamar la atención sobre cuestiones menos obvias, pero que no nos parecen menos relevantes, contribuimos -junto a muchas fuerzas de cambio que operan en la sociedad- a modificar la agenda de los medios en una medida que no consideramos despreciable. Algunas de las temáticas para las que nos propusimos abrir espacio hace diez años hoy no lucen tan raras, y algo hemos tenido que ver con eso.

Algunas prácticas de respeto al trabajo y a la creatividad de quienes hacen este diario no lograron que otras formas de proceder desaparezcan de los medios, pero sí han mostrado que apostar a la cooperación responsable entre gente libre es viable y deseable.

Los lectores, desde la gente de a pie hasta los más poderosos, saben que entre nuestros muchos errores no ha estado el de hacer mandados, olvidando de qué se trata el periodismo: no el independiente, sino el periodismo a secas.

No sólo trabajamos en lo que nos gusta, sino que hacemos lo que sentimos que tenemos que hacer. Por eso, no somos infalibles y hay mucho que cambiar; pero hemos construido un espacio en el que podemos cometer nuestros propios errores y superarlos. Además, cada vez que superamos un momento difícil aprendemos algo. Ese acumulado colectivo es un capital que también nos enorgullece.

Diez motivos para ser optimistas

El primero de ellos está relacionado con el punto anterior: cada vez nos paralizan menos los problemas y hemos logrado, en varias oportunidades, vencer nuestros propios miedos. Nos hemos adaptado a diferentes circunstancias -incluso tomando decisiones difíciles- sin que eso implique claudicaciones en nuestra forma de ver el mundo y sus problemas. Hoy los medios a nivel mundial están en una etapa de transición y nadie tiene claro cuáles son las mejores fórmulas para superar la crisis. Pero no nos asusta el acertijo.

Pensamos que los cambios tecnológicos, más que una amenaza, son una oportunidad inédita. El avance de las nuevas tecnologías pone en peligro, sin duda, el futuro de los periódicos de papel, pero no debería ser un problema para el periodismo: por el contrario, abren la posibilidad de llegar a muchos más lectores. Eso siempre es una buena noticia, si una de las principales premisas en este asunto se mantiene intacta: los ciudadanos mejor informados y con mayor comprensión de lo que ocurre tienden a tomar mejores decisiones. En el escenario actual, podemos llegarles a más personas y, ayudándolas a informarse y a entender lo que pasa, contribuir a que sean mejores ciudadanos. Es un momento interesante y deberíamos estar más entusiasmados.

Cuando la pintura dejó de ser el único procedimiento para reproducir una imagen, se abrió más espacio para gente con habilidades y talentos que iban más allá de la capacidad de producir una copia fiel. Procesos similares se han desarrollado, a lo largo de la historia de la humanidad, en numerosas disciplinas, que no han desaparecido sino que se han concentrado en lo más interesante que pueden aportar a la sociedad, y es probable que algo similar ocurra con el periodismo. Como decía Frank Zappa, “información no es conocimiento”. Tenemos ante nosotros la posibilidad de que los periodistas, en vez de dedicarse a lo que cualquiera puede hacer, prioricen los aspectos más fecundos del oficio.

Hay otro aspecto en el que el periodismo tiene algo de arte: no se trata -o no debería tratarse- sólo de producir lo que tiene demanda verificada, sino también de proponer algo más y apostar a la consolidación de un público que lo desee. En el riesgo está la esperanza.

Un cambio asociado con el uso de nuevas tecnologías es que tiende a desvanecerse el modelo del periódico, que implica ocuparse de lo que ocurrió en determinado lapso, y por lo tanto otorga tiempo para producir más que información en estado básico. Gana terreno un ideal de información continua e inmediata, que en realidad siempre será una ilusión (como cuando nos parece que vemos estrellas que desaparecieron hace añares). Contra las apariencias, confiamos en que la capacidad de agregar valor a la información será cada vez más necesaria.

No parece que esté en crisis el periodismo, sino los modelos de negocios que lo sustentan. Eso sí está en transición y en permanente revisión. También en este punto tenemos razones para el optimismo: hace poco lanzamos la suscripción digital, que se le obsequia al suscriptor de la edición impresa y también se comercializa mediante las redes sociales. La respuesta ha sido muy buena y todo indica que seguirá en aumento. En los próximos meses presentaremos una aplicación que le agregará valor a la experiencia del usuario digital; los suscriptores de las ediciones impresas de la diaria y Lento podrán descargarla sin costo mediante Google Play y iTunes Store. Además, queremos implementar un sistema de alertas que mantenga informados a nuestros suscriptores a lo largo del día.

Hoy existen los periódicos y los diarios de circulación nacional. Habrá que ver, y será interesante, qué pasa con esos términos en el futuro cercano. En estos años hemos conocido a muchos colegas extranjeros; muchos de ellos coinciden con nuestra forma de trabajar y de encarar la profesión. Es imposible no pensar en la posibilidad de encarar proyectos juntos. En paralelo, nos preocupa la situación política de la región y nos preocupa lo que pasa con los medios de comunicación en países vecinos como Argentina o Brasil. De la combinación de esos dos factores es probable que surja algo.

Los ataques a la actividad periodística que hemos visto en las últimas semanas en Uruguay no están a la altura de una tradición de izquierda que haga honor a términos como libertad o autocrítica. Pero los periodistas no deberíamos caer en una defensa cerrada que nos impida revisar nuestras prácticas de forma permanente, con sentido crítico y con la mirada puesta en qué estamos ofreciendo a nuestros lectores. Un diálogo de sordos entre poder político y periodistas, en el que cada uno ataque al otro desde su trinchera, no es bueno para nadie. En esa guerra sólo puede haber derrotados. Sin embargo, en este terreno también hay motivos para ser optimistas: en Uruguay no parece haber amenazas reales a la libertad de expresión y tampoco medios de comunicación con voluntad de desestabilizar la democracia. Entre ambos extremos hay mucho espacio para abrir caminos y recorrerlos.

En los últimos meses hemos incursionado también en la producción de libros y en la venta de servicios editoriales. Es una línea de trabajo que queremos profundizar, básicamente por tres razones: nos interesa ampliar los canales de difusión; creemos que podemos hacerlo bien y necesitamos generar nuevos (y genuinos) ingresos para los trabajadores de la diaria.

Durante estos diez años no sólo acumulamos canas, kilos y otros desgastes. Aparecieron muchos hijos y hasta algún nieto. O sea que mirar el futuro con optimismo es, en cierta medida, casi una obligación. Pero es también la esencia de este oficio que tanto queremos: seguimos pensando, como el primer día, que el periodismo, si está bien hecho, puede ser útil para mejorar la realidad y la calidad de vida de los ciudadanos. No somos indiferentes; nos interesa vivir en un mejor Uruguay, en una mejor región y en un mejor mundo. Hoy festejamos apenas nuestros primeros diez años de este proyecto y lo hacemos con una ventaja: ahora sí podemos afirmar, con mayor certeza, que esta historia recién comienza.