Si repasáramos sus tiempos de locutor, sus fatales años de exilio y su esperado regreso, volvería a sorprendernos la impronta con la que cimentó su obra, en la que abarcó distintas temáticas, desde lo social y su entorno a lo sentimental. Cada uno de sus temas fue imponiéndose y acercándose a eso que algunos conocen como sublime perfección. Como recuerdo de época, en 1968 la revista Cine Radio Actualidad publicaba el índice de popularidad de los ídolos de la juventud. En el primer puesto, con 317 votos, lo encabezaba don Alfredo; después le seguían Roberto Carlos (con 283 votos) y Raphael (con 276). Pasaban los años, y seguía pisando firme, registrando su nostalgia (“Dónde estarán los zapatos aquellos / que tuve y que anduve con ellos, / dónde estarán mi cuchillo y mi honda; / el muchacho que fui, que responda”), sus aflicciones (“En mi país, qué tristeza / la pobreza y el rencor [...] En mi país, qué tibieza / cuando empieza a amanecer”), sus melancólicos amores (“Qué pena que no me duela / tu nombre ahora; / qué pena que no me duela / el dolor). Tal vez hoy, al cumplir 80 años, esté en alguna parte recordando una de sus obras monumentales, y con una mueca feliz e incómoda curiosee este intento del recuerdo, mientras a nosotros sólo nos quedan los homenajes, y ese privilegio incansable de poder escuchar sus canciones.

Hoy, decenas de músicos nacionales y extranjeros participarán en un homenaje a Zitarrosa (ver http://ladiaria.com.uy/UJl), entre los que se encontrarán artistas como Joan Manuel Serrat, Liliana Herrero, Lisandro Aristimuño, Jorge Drexler, Cristina Fernández, Washington Carrasco y Julio Cobelli.

Eduardo Toto Méndez, compositor y legendario guitarrista que también estará presente, acompañó a Zitarrosa desde 1984 hasta su muerte, y participó en la grabación de cuatro discos (Guitarra negra, Melodía larga, Melodía larga II y Sobre pájaros y almas). Toto Méndez tenía ocho años cuando a su casa de Tacuarembó llegó el guitarrero Marenco Mieres. Fue la primera vez que el niño se animó a tocar la guitarra frente a su padre -aunque la venía gastando a escondidas desde mucho tiempo antes-, y nunca más se detuvo. A los 13 años dio su primer paso en público cuando, con permiso de sus padres, empezó a tocar en orquestas de baile. Un día el guitarrista andaba distraído por su casa y unos sonidos lo dominaron: era la primera vez que escuchaba a Zitarrosa y su “Milonga para una niña”. “Fijate el fenómeno: la escuché en la radio Zorrilla, cuando estaba en casa, y de repente me pregunté: ‘¿Esto qué es, muchacho?’. Y me di cuenta de que ese hombre era algo imponente. En aquel entonces yo escuchaba a Amalia de la Vega, Julio Sosa, pero no podía creer cómo sonaba Zitarrosa. Tal vez muchos no lo sepan, pero vos fijate que en aquella época, cuando se grabó ‘Milonga para una niña’ en un disco chico, se vendía a la par de los discos de los Beatles. Es una locura, pero eso sucedió en este país”, recuerda el músico, décadas después.

Aunque reconoce que tiene una actitud reaccionaria al pensar que hay determinados temas que grabó Alfredo que otros no deberían grabar, y si bien no sabe si está de acuerdo con aceptar otras propuestas, porque le parece que lo que hizo Zitarrosa fue perfecto (“como dijo Woody Allen: ‘No sé lo que dice ese hombre, pero con el sentimiento y la voz que tiene, y esas guitarras sonando atrás, se vuelve impresionante’”), cree que la situación es muy distinta cuando se trata de un homenaje. Desde el año pasado se encuentra preparando los siete temas que tocará, y explica que para él es un honor enorme que lo hayan invitado a hacer eso con sus Compadres. “Manejo cuatro guitarras, y eso es lo que sé hacer. [Fernando] Cabrera lo tenía claro, y pidió que estén las cuatro guitarras con el contrabajo del Checo Anselmi. Y sé que no va a haber ningún problema, porque estoy haciendo algo que ya hice con el tipo ahí. No me tienen que decir absolutamente nada, simplemente es mi responsabilidad. Va a ser algo muy emotivo, y creo que vale la pena”, afirma.

El músico advierte que su sonoridad y sus guitarras criollas estarán al servicio de la columna vertebral del repertorio, que incluirá los temas más importantes de Alfredo. Y cuenta que esta semana han estado ensayando las distintas composiciones: “Hay una que es fundamental, y que todo el mundo lo sabe, ya que es el sello de la obra de Zitarrosa, ‘Guitarra negra’. Esa canción la vamos a reproducir en vivo, todos juntos en el escenario. Es un tema que va a redondear y cerrar el espectáculo”, adelanta. Pero no se trata de cualquier composición, sino de una que él mismo grabó con su autor hace muchos años. “Para mí es muy pesado y me complica un poco, porque plantea situaciones de una época muy reciente. Creo que para la gente es muy emotiva, y no se debe olvidar que cumple una función sobre una realidad de este país y del Cono Sur. Por eso tiene que estar ahí, aunque nos pese”, comenta.

“También se va a incluir un paquete de guitarras con cuerdas de acero, ofreciendo otra propuesta, y el conjunto será muy bueno, porque son diferentes corrientes y diferentes generaciones. Me da una satisfacción enorme que el Lobo [Núñez] esté con su cuerda de tambores para apoyar. Y que vengan artistas como Serrat, Tania Libertad, Herrero. Va a pasar lo que tiene que pasar. Es un espectáculo y una propuesta ambiciosa, pero no puede ser de otra manera, porque se trata del cantautor del siglo XX, el cantautor popular de mayor estatura de nuestro país. Pasan los años y al menos a mí me sigue tocando las fibras interiores, motivando el interior”, asegura Méndez.

Si algo soy, soy oriental

“La primera vez que lo escuché casi me pego un tiro -dice riendo, pero convencido de su juicio-, y cuando lo vi en vivo no lo podía creer. Su estatura, al lado de los guitarristas, era imposible... En ese entonces cantó todo el disco que había grabado -Canta Zitarrosa, un extended play con cuatro canciones-. Y yo me mantenía alerta a todo lo que hiciera”. En aquella época un amigo cercano había comenzado a trabajar en la radio y, para felicidad del guitarrista, todas las semanas lo invitaba a escuchar las novedades que llegaban.

Cada tanto, Méndez se interrumpe y dice, como para confirmar que no se trata de un sueño, “me tocó estar con el máximo exponente de nuestra música popular”. Y enseguida aclara que no sólo era conocido en Uruguay, sino que también en Argentina “era un dios”. Un día Toto decidió viajar al festival de Cosquín para verlo. De repente, en medio del recital, quedó junto a dos porteños: “Dios mío, cómo canta el oriental, che. Es una barbaridad”, dijo uno. El otro le contestó: “El que canta muy bien es Jorge Cafrune”, a lo que el primero retrucó “¡Qué vas a comparar con Cafrune, si éste es Gardel!”. “Muchos años después, cuando pasábamos a tocar en Argentina, seguía siendo algo impresionante”, rememora, todavía emocionado.

Después de reírse recordando ese tipo de anécdotas, no puede evitar hablar sobre lo que implicó el regreso de Alfredo al país. Reconoce que el exilio le hizo mucho mal, más que nada por todo lo que sufrió. “Durante los años de exilio no compuso, y los discos que grabó fueron, sobre todo, versiones de otros autores, más allá de que el tipo ya lo había hecho en la década del 70”.

Cuando no había pasado el tiempo necesario para que el asco cesara y para que el desconcierto de los menos se hubiera vuelto certeza, Zitarrosa volvía de su exilio casi vencido. Pero la caravana interminable que fue a recibirlo seguramente le confirmó que su rigurosa estampa no había sido olvidada. Ese 31 de marzo fue a recibirlo, entre tantos, una delegación de la Asociación de la Música Popular Uruguaya, flanqueada por un Toto Méndez emocionado. “A los dos días me dijeron que afinara la guitarra porque iba a tocar con él -cuenta-. Cuando me enteré casi me caí de espalda, porque se daba eso que venía esperando desde hacía tanto. Era gracioso, porque fuimos a ensayar a su casa y nos dijo si primero queríamos escuchar los temas. Y le tuve que decir: ‘Alfredo, lo que pasa es que hace 20 años que te estoy escuchando...’. Estábamos sentados en el living, y cuando empezó a cantar... ¡Muchacho! Pero ahí no te podía temblar el pulso, porque para él eras su orquesta. A los días tocamos en el [estadio] Franzini, frente a 30.000 personas. Y después vino todo lo demás. Fue muy emotivo. Antes de tocar, Alfredo andaba con un grabador enorme y un casete, por si queríamos escuchar los temas antes. Era muy generoso y cuidaba a los músicos. Eso lo demostró siempre”.

Méndez decide ir más allá y retratarlo en su intimidad, en su disposición a la risa y los relatos: “En general se conoce su postura de artista serio y riguroso, pero yo puedo decir que era un hombre muy sensible, delicado y culto en su conversación, era imposible que te fuera a agredir. Y tenía una faceta divertida, le gustaba reírse, hacer cuentos y que le hicieran otros a él. Se reía y se divertía mucho”. Pero, claro, esto sólo sucedía cuando terminaban los estrictos ensayos. “Todos los días empezábamos el ensayo a las 20.00, y nunca se sabía a qué hora terminábamos. Un día estábamos haciendo un arreglo para uno de los últimos temas, que era impresionante y sonaba bárbaro. Ya serían como las dos de la mañana, estábamos cansados, y el tipo -generoso- siempre tenía una botellita de whisky guardada para cuando terminábamos. De repente, me dijo: ‘Eduardo, ese arreglo no puede ser’. Y yo me enojé y le dije algunas cosas. Y el tipo, para que veas su habilidad y conocimiento de la gente, dijo que paráramos, me sirvió un whisky, y dijo: ‘Totito, el arreglo es sensacional. ¿Pero sabes cuál es el tema? Nunca canté bien y ahora estoy cantando peor. Por eso necesito que me saques un poco el arreglo y me acompañes más la voz con las guitarras’. ¿Y qué le iba responder?: ‘Lo que vos quieras, Alfredo’”. Cuenta que esos ensayos le hicieron aprender y madurar, valorarse como persona y saber qué tipo de gente debía ser, defendiendo a la comunidad y a determinados valores.

A lo largo de la charla, Méndez se pasea entre los recuerdos y las anécdotas impensadas, pintando la intimidad del homenajeado. Parece que un día Zitarrosa le pidió que escuchara un disco. Él no se acuerda de qué se trataba, porque nunca había escuchado esa música “mal llamada culta”, pero Alfredo le señaló que se trataba del número uno: Ludwig van Beethoven. Lo que suma a la anécdota es que Méndez conocía algunas de sus cosas por los dibujitos animados -el Correcaminos-: “Y él, que era tan culto, me explicaba que se trataba del movimiento X. El tema es que cuando estábamos ensayando ‘Milonga por Beethoven’, ya serían las dos o las tres de la mañana. No me acuerdo si sería el movimiento de la ‘Patética’, pero la cuestión es que para todo y avisa que va a llamar por teléfono. ¿Podrás creer que fue a llamar a Federico García Vigil, para que le dijera en qué tono estaba ese movimiento? Te podrás imaginar que el tipo lo quería matar. Y nosotros escuchábamos que le respondía: ‘Sí, sí, Federico. Es muy urgente, porque estoy ensayando con los muchachos’. ¡Y lo hizo ir a fijarse en la partitura en qué tono estaba!”.

Pensando el contexto en el que se enmarcó la obra de Zitarrosa, Méndez plantea que el fenómeno que se conoció como Canto Popular cumplió una función en una época determinada. “Dio la posibilidad de que pudiéramos soñar con un mundo un poco mejor. Alfredo Zitarrosa, y su música, y su canción, cumplieron su función, pero trascendieron las fronteras, las barreras, porque sigue arrastrando a la música popular, y a esta altura se convirtió en el sello del cancionero popular uruguayo. Me acuerdo cuando a [Astor] Piazzolla le preguntaron si se sentía popular y él respondió: ‘No, yo soy famoso, no soy popular’. Pero Alfredo Zitarrosa es el cantor de mayor estatura popular”. Para reafirmarlo recuerda distintas presentaciones en las que la gente se aproximaba y lo quería tocar, porque “generaba esa mística que obligaba al acercamiento”.

Más que flor quiero ser yuyo

Méndez cuenta que recién cuando otros le dijeron que tenía la sonoridad zitarrosiana en su guitarra se dio cuenta de eso. Está convencido de que esa particularidad comenzó a darse desde el momento en que se planteó tocar con él (cuando lo vio por primera vez, en el cine Rex). “Algunos no tienen por qué saberlo, pero es importante esa cuestión: que nuestra milonga -la que cultivaba Alfredo y por la que también yo me siento responsable- puede parecer una milonga de otro lado. Pero en el transcurso de los años te das cuenta de que no. Lo he dicho y lo sigo sosteniendo: esas milongas, en estas guitarras, tienen un poder impresionante. Pero el poder que tienen dos por tres se hunde, porque esas guitarras cumplían una función. Hay que retroceder y llegar a las guitarras que acompañaron a Gardel y después siguieron, porque esas guitarras provienen de tiendas tangueras. Y en este país de aluvión, se entremezclaron salpicadas de otros aires”, expresa.

Ese sonido con historia de las guitarras de Zitarrosa también se

convertía en su obra, a partir de criterios inconfundibles para los arreglos. En cuanto a los antecedentes rioplatenses que pueden rastrearse en músicos como el tanguero porteño Roberto Grela, Méndez explica que hay algunos muy precisos, como cuando Grela acompañaba a Aníbal Troilo, a Edmundo Rivero o a Jorge Vidal, dado que las formaciones de guitarras vienen de esa época. “Hay un gran compositor de este país al que mucha gente no conoce, Alberto Mastra. La obra de ese hombre fue grabada del otro lado del río, y ahí ya se había llevado a la guitarra. Así, la formación de guitarras viene desde la época de Gardel y pasa por los años 50, con guitarreros populares tocando y acompañando. Sobre todo, del tango y de la canción criolla. Eso fue lo que cantó el dúo de Gardel y [José] Razzano, por ejemplo. Pero más adelante surge Alfredo, y él planta su milonga, aunque también del otro lado estuviera Atahualpa Yupanqui haciendo la suya. De todos modos, Yupanqui dijo: ‘La milonga sureña es una milonguita. La milonga oriental es más osada, ella cambia de paso cada cinco leguas’. El poder de esa milonga es de esta tierra. Y esta sonoridad se traza desde acá y de esta manera”.

“Entonces viene Zitarrosa y pide guitarreros populares para acompañarlo, y había muchos que ya contaban con una experiencia impresionante. Algunos tenían un poco más de conocimiento académico, un poco de estudio, pero eran populares. Y eran esos guitarreros populares los que hacían la diferencia: usaban púa, no los dedos. Para Alfredo, las guitarras se tenían que tocar con púa, por el poder y la brillantez que eso produce. Entonces, se da ese otro fenómeno, que cuando grabé mi primer disco, en el 75, alguien salió a decir que esa sonoridad y esos arreglos eran muy zitarrosianos. Pero yo no le tenía miedo, porque me había propuesto tocar con él, era mi objetivo”, aclara.

Más allá de la herencia, ¿cómo alcanzó Zitarrosa una sonoridad tan propia? Toto Méndez no duda, y asegura que fue uniendo distintas sonoridades, “porque cada guitarrero tiene su propio sonido, su propio pulso. Lo increíble fue cómo logró ensamblar diferentes sonoridades para que se reconocieran como un sello único a nivel nacional. Esas guitarras son parte del patrimonio sonoro del país. Ése es el tema. Y, sin embargo, sabía que, independientemente, cada uno seguía tocando e iba a seguir haciéndolo. Ahí está la cuestión y el contenido del tema”.

Lamenta que uno de los problemas de Uruguay sea haberse convertido en un país que “abandona” a sus músicos. “No tenemos protección ninguna”, advierte, remarcando que hay un gran debe con la cultura. Y aporta un ejemplo, “Con los Compadres estoy haciendo ‘El quebrao’, que es un gato de un gran guitarrero y compositor, Carlos López Terra, y acá nadie sabe quién es”.

Con respecto a la formación de guitarras de Zitarrosa, el cantante, compositor y también guitarrista Daniel Viglietti asegura que había oído mucho ese acompañamiento con ese tipo de grupo en el trabajo de su admirado Antonio Tormo, cantor argentino de enorme popularidad en ambas orillas. “Alfredo, en su estilo, era una continuidad de las guitarras de Gardel, de [Agustín] Magaldi, de [Ignacio] Corsini, de toda esa época, y una sonoridad muy propia de nuestra cultura regional. Se sucedieron muchas conformaciones de acompañantes en la carrera de Alfredo, acá, en Argentina, en México, entre otros mapas. En el exilio, en uno de mis viajes a México, lo encontré viviendo allí y le escuché un concierto en el que tuvo una comunicación muy intensa con un público en el que se mezclaban exiliados del sur con mexicanos. Siempre con sus guitarristas. Se sabe que a él le gustaba intervenir en los arreglos, sugerir ideas a sus músicos acompañantes. Prefiero no destacar a unos sobre otros, para respetar ese espíritu de conjunto en que vivían y trabajaban”, sostiene.

Del pueblo, sólo un latido

El multiinstrumentista y arreglador Hugo Fattoruso recuerda que cuando escuchó por primera vez a Zitarrosa vivió un estallido “como persona” y “como oriental”. “Sus letras, temática, guitarras, su voz... es algo que llega al alma”. Para Fattoruso, su obra “es para siempre y cada vez mejor”, y asevera: “Entre los orientales que nos dan orgullo, para mí es Alfredo el que ocupa el lugar más alto”.

Viglietti cree que escuchó por primera vez a Zitarrosa en unos discos tempranos, con la canción “Mire amigo”, “que por su texto ingresaba a esa corriente de canciones, digamos, ‘de opinión’, que venía surgiendo desde hacía algún tiempo. ‘Mire, amigo, no venga con esas cosas de las custiones [...] pero eso sí le digo, no me interesan las elesiones, los que no tienen plata van de alpargatas, todo sigue igual’. Si se quiere, es de un tono bastante anárquico. En vivo, recuerdo haberlo oído en alguno de sus primeros recitales, creo que en el teatro Odeón. Y en algún acto militante, donde nos encontrábamos a veces, dentro de las izquierdas cruzadas de la época. Fui conociendo su creación por medio de sus discos, y como intérprete me llegó mucho su versión de ‘Décimas a Jacinto Luna’, de Osiris Rodríguez Castillos. Después seguiríamos compartiendo escenarios en el exilio, en México, y en nuestro regreso al sur, y ahí siempre podíamos oírnos mutuamente e ir conociendo la evolución de los repertorios”.

El compositor define su impronta como la de un montevideano que buscó interiorizarse en la cultura campesina, enfrentando el centralismo, pero sin olvidar la vertiente urbana, además de contar con una intensa preocupación por lo social: “Su voz profunda e inconfundible, de impostación particular, con cierta influencia de su etapa de locutor, era una suerte de mezcla entre Gardel y Tormo, con un perfil de cantor de pie, acompañado por diferentes conjuntos de guitarras. En eso se acercó también a cantores como los argentinos Magaldi y Corsini, o Néstor Feria, Amalia de la Vega y Roberto Rodríguez Luna en nuestro país. Lo recuerdo con su traje oscuro, su gesto grave, también con cierta impronta tanguera”, indica.

Sobre su convivencia, mientras ambos eran los solistas fuertes de la época y consolidaban el cancionero popular uruguayo, Viglietti explica que ellos participaron, más que en la formación, en el desarrollo del cancionero.

“Teníamos caminos paralelos. Ambos sentíamos un compromiso con la lucha por el cambio social. Cada uno a su manera, con diferencias de opinión dentro de la izquierda política. Algunos se imaginaban antagonismos entre nosotros, pero en realidad nunca los hubo como tales. Siempre subrayo que nos teníamos un respeto mutuo, cada uno en su campo. Como compañeros de camino no llegamos a profundizar la amistad, pero hubo momentos, particularmente en el exilio, en que nos sentimos más cerca. Había una diversidad muy grande en el campo de la música popular uruguaya. Cantando y pensando cada uno lo suyo, quizá no nos dábamos cuenta de que éramos un coro”.

Desde el otro lado del río, la cantante entrerriana Liliana Herrero cree que escuchó por primera vez a Zitarrosa cuando llegó a Rosario, en 1966, pero más que nada recuerda su presencia “tan poderosa” en las luchas del movimiento estudiantil. Y si bien nunca se vinculó con él personalmente, sí mantuvo una relación muy fuerte con Viglietti. “Cuando sonaba Zitarrosa se trataba de una música y unos textos que hablaban de nosotros. Él, en su música y su poesía, capturaba todos los dilemas, las angustias y las situaciones de la época. Zitarrosa fue alguien que capturó, comprendió y encabezó un estado de ánimo general de lucha, de combate, de celebración de un período. Nosotros tenemos un recuerdo muy particular y muy emocionado hacia él, y hacia su canto generoso, que nunca se guardó nada, mientras cantaba como los dioses acompañado por ese grupo de guitarras. Él inauguró un nuevo modo de tocar con los guitarristas, que se ubicaban detrás de él y sonaban perfecto”, valora.

Considera que la suya fue una música comprometida, luchadora, clarificadora en muchos aspectos pero “sin ceder un ápice en la excelencia musical”. A la folclorista eso fue lo que más le llamó la atención, porque Zitarrosa, dentro de ese “tono antiguo” que tenía -entre sus trajes y su gomina-, se plantaba en el escenario de una “manera bellísima, afinadísima, con esas guitarras tan poderosas. Él inauguró un sonido. Y lo señalo porque para mí es muy importante, muchas veces estamos acostumbrados a decir ‘es una canción testimonial’, pero la de él, además, contó con un altísimo nivel musical. Cuando pasaba lo contrario, a mí me molestaba un poco”, reconoce.

Desde el hall del hotel, y antes de volver al ensayo, Herrero reflexiona sobre la impronta de Zitarrosa y considera que sus acordes, sus sonidos, lo ajustado que se mantenía el trío de guitarras con su voz y el modo de su fraseo eran algo muy poco frecuente, “muy raro”. “Estoy estudiando los dos temas que voy a cantar [“El violín de Becho” y “La desvelada”] y es muy difícil seguirle el tren a su fraseo. Acorde a mi pensamiento, desistí de hacer un cover, porque no puedo cantar como él y tampoco debo hacerlo. Ahora veremos en el ensayo lo que se me ocurrió, y cómo sale. Pero no va a sonar como Zitarrosa, y eso es muy importante, porque el tema de la herencia es muy complejo. Es como si yo quisiera cantar igual que Mercedes [Sosa]... Hay una situación paradójica muy interesante: yo no debo cantar como Mercedes, pero tampoco debo cantar como si ella no hubiera cantado. De algún modo, Zitarrosa señaló y marcó esto”, explica, definiendo un punto de partida fundamental para pensar la herencia y la intervención.

Hace dos años, cuando visitaba el festival Música de la tierra, Herrero se preguntaba: “¿Qué necesitan Zitarrosa o Yupanqui? Tengo la sensación de que son compositores que están en el futuro esperándonos a nosotros” (ver http://ladiaria.com.uy/UJm). En 1989 el semanario Brecha publicó una entrevista que Viglietti había mantenido con Zitarrosa años atrás. En esa oportunidad, el autor de “Adagio en mi país” decía: “Yo soy un tipo con vocación de futuro, estoy a favor de la vida”. Herrero comenta: “Y lo logró”, porque “no se puede cantar para la inmediatez. Eso no tiene vuelo, sólo patas cortas. El vuelo de su música resiste los tiempos. Y por lo tanto, resiste muchas visitas. Estoy segura de que Fernando [Cabrera] pensó un arreglo totalmente distinto de lo que hizo Zitarrosa. Eso quiere decir algo bueno sobre Fernando, sin duda, porque tiene ideas, pero también sobre Zitarrosa, porque quiere decir que su música resiste, como la de Yupanqui, muchas formas de interpretarla. Eso habla bien de la obra de un autor. También hay otros que admiro, como [Aníbal] Sampayo, Osiris Rodríguez Castillo y un montonazo de contemporáneos. Pero Zitarrosa siempre está ahí, en esa grieta necesaria, en ese pliegue de la historia que hace que siempre volvamos a cierto lugar”. Está convencida de que como su obra es buena, perdura. Y por eso mismo, es “un error pensarlo como algo que ocurrió allá lejos y hace tiempo. Efectivamente ocurrió hace muchos años, pero ese diseño auditivo nos está esperando para que lo podamos volver a tomar. Son canciones que hoy en día nos hablan a nosotros, y tienen algo que decirnos. En este mundo tan altamente tecnificado y globalizado, creo que se debe ir hacia otro camino: hay que territorializar la música, y para eso hay que mirar a donde nos están esperando los autores”, subraya. Cree que es una gran idea la de homenajear a Zitarrosa como si estuviera vivo, ya que en el sentido musical lo está.

De su andar, sólo el murmullo

Consultada sobre la recepción de la obra de Zitarrosa, Herrero dice que en este mundo globalizado no la observa, y acota: “Tampoco veo la música de [Luis Alberto] Spinetta. Existe cierta condena de un mundo pensado de una manera muy tilinga, que promueve las músicas que se entienden rápidamente, sin demasiado esfuerzo, y Zitarrosa siempre está fuera de lugar en ese sentido”.

Para Toto Méndez, la obra de Zitarrosa no está lo suficientemente difundida. Y en ese sentido señala que los argentinos lograron, por lo menos, que exista la obligación de incluir un porcentaje alto de música nacional en los medios, lo que contribuye a una mínima difusión. Cuenta que, en sus últimos años, Zitarrosa “tenía la idea de abrir un sello de grabación que fuera de los músicos -se iba a llamar Mandinga-, dado que las editoras no estaban muy convencidas para editar este tipo de música porque la época había cambiado. ¿Te das cuenta de la generosidad del tipo?”.

Viglietti coincide con Herrero y Méndez, y plantea que la difusión del trabajo de Zitarrosa sufrió las limitaciones que los medios de comunicación le impusieron -en diferentes niveles y épocas- a la canción popular uruguaya. En cuanto a la recepción de esa obra, evalúa que fue muy fuerte por el carisma de sus interpretaciones, porque su repertorio contó con un amplio abanico de géneros, y por la calidad y variedad de sus composiciones. “Alfredo emocionó y sigue emocionando a amplias audiencias, siendo siempre un cantor situado en un horizonte de izquierda, en el sentido más amplio”, afirma. Hoy, muchos marcharán al Centenario, pensando que tal vez, si le piden un recuerdo, el candombe del olvido les devuelva lo perdido.