Un día tomó las valijas y se volvió. No porque le fuera mal, sino por todo lo contrario: era ídolo del Club Social y Deportivo Municipal de Guatemala, uno de los dos más ganadores del fútbol de ese país. Tenía la fama del ídolo: firmaba autógrafos y se sacaba fotos con hinchas por la calle, era puteado por los contrarios y, como buen fichaje extranjero, tenía la billetera bien cargada. No le faltaba nada y todo se lo merecía. Pero se cansó. Habló con su señora, Natalia, siempre con los ojos puestos en la pequeña Mariana, su niña, y tomaron la decisión: nos vamos. Chau a todo, incluso al fútbol. Parafraseando a Juan Carlos Onetti, ya no querían saber nada con esa absurda conducta de otorgarle más relevancia al dinero que a los sentimientos -al decir del maestro, darles más importancia a los instrumentos que a la música-. Hola, Uruguay, ya para siempre, en especial a su barrio, Villa Española.

“Me quedaba como un año de contrato, y me pudrió el fútbol, ese fútbol. Entonces dije ‘no juego más. Si no es en el Villa no juego más’. A nosotros nos pasó lo que les pasa a pocos jugadores de fútbol: vimos que la plata no es todo, perdíamos muchas más cosas estando afuera que acá. Había crecido la gurisa, mi viejo me la reclamaba, y ta... en un momento me sentí un mercenario. Nos fuimos a Cuba, de paseo, y nos partió la cabeza”, dice Santiago, de 34 años, que no se incomoda para responder el porqué, el qué había o qué vio en Cuba para decidir su vuelta. Entonces habla, todo ante la atenta mirada desde arriba de la estufa de un billete de tres pesos cubanos con la cara del Che: “Nos hicimos la cabeza. El sistema en el que vivimos está mal. Si no te cuestionás ciertas cosas, está de menos; vivís en otro país, en la burbuja de tu casa, con tu señora y tu nena, paseás un poco si sos aventurero, y listo. Lo único que hacés es juntar plata. No existe, ¿entendés? No pinta. En Cuba, por cómo viven, yo me quería quedar. Está soñado. No hay lujo pero hay seguridad, educación; era el mundo ideal. Las otras cosas, ¿las precisás? Si la realidad es que viven como en la prehistoria, entonces nosotros estamos en un futurismo de mierda, todo humo”.

Poco más de tres años después de esa decisión -que le implicó rescindir el contrato con el club guatemalteco-, estamos en uno de sus lugares en el mundo: su casa. Afuera, el barrio, y a la vuelta, la sede de Villa Española; adentro, el mate va de mano en mano dándole sentido a su existencia. El rostro del Bigote, sentado en la punta izquierda del sofá, frente a una estufa a leña apagada, tiene la expresión de quien encontró la felicidad.

La verdad sea dicha, concretamos la charla para hablar del reciente ascenso de Villa Española a Primera División. Por más que nos esforcemos, hay verdades que son más fáciles de encontrar cuando las habilita la pelota que pegó en el palo y entró. Pero además de eso, Santiago López, este año en particular, tuvo una decidida militancia en favor de los derechos de sus compañeros los futbolistas, y era un deber tomar nota incluso si la pelota pegaba en el palo y salía.

Génesis y vida de dos ascensos

“Vinimos y ya tenía esta casa. No precisábamos mucho para vivir y nos instalamos acá. Dio la casualidad de que cuando volví fui a una comida de cumpleaños del club y el presidente me dijo para volver a jugar. Yo no quería, pero después me llamó el Caña [Fernando Cañarte, su amigo y también delantero de Villa Española] y me agitó. Era para jugar en la C. Cuando me dijeron me quería matar”, confiesa Bigote. Pero como a la amistad no se le piden explicaciones, se embarcó en la aventura, sinuosa aventura: “Líber Vespa iba a ser el director técnico, pero se fue de ayudante técnico del Vasco [Rodolfo] Arruabarrena a Nacional. Entonces nos quedamos sin técnico, era un barco a la deriva: no había jugadores, no había nada. Con el Caña armamos el equipo. Lo que nos motivó más era que nuestra cancha estaba linda, era como una isla en la C. Nos propusimos cambiar al Villa desde adentro. Traje a Damián Santín, que venía de jugar en Atlético Nacional de Medellín, a Pablo Silva, sumamos pibes del barrio que jugaban en ligas amateurs pero sabía que eran buenos, y varios más. La mayoría vino a jugar al club por amistad, porque no había plata. ‘Dame una mano’, les decía yo”.

Redonditos de Ricota pegados en el pecho y en la bandera que cuelga del tejido. En el primer partido en la C, oficialmente llamada Segunda División Amateur -siempre amateur por donde se la mire-, Villa Española metió un gentío de visitante contra Uruguay Montevideo en el Parque Victoria. A Bigote le dio por pensar muchas cosas. La que le ganó la cabeza fue notar que el barrio seguía vivo, que el club seguía vivo, que la utopía que soñaban ayer tenía sentido, que era la hora de meter para adelante.

“Lo que a mí me ha pasado con Villa Española es que me calienta la mala imagen del club. Deportivamente le iba bien, cada vez que jugaba ascendía, pero cada vez que estaba en la A descendía, por no tener cancha, por no pagar los sueldos. Entonces pasaba que todo el mundo decía ‘¡pero qué club de mierda!’, y no es así. Tenemos tremendo club, con tremendo barrio atrás y con una movida social interesante. Había que cambiar eso, la cara del club. ¿Viste cuando decís ‘cambiar el sistema desde adentro’? Eso nos pasó. No era mandar un tuit desde Guatemala, era ‘vení y poné la cara, papá’”.

El Villa puso lo que había que poner, y con Bigote López y compañía subió esa temporada, la 2013-2014, de la C a la B habiendo ganado todo menos un partido con Oriental de La Paz. Ya en la Segunda División Profesional, la estrategia fue mantener el plantel como manera de premiar el logro y de crear un sentido de pertenencia que en ese momento era difícil. Lógicamente, fue durísimo remontar la historia en contra de no haber jugado en 2005, 2006 y 2007. Durante esos años el club no pudo competir por falta de plata, y más tarde sufrió un descenso administrativo en la mitad de la temporada 2008-2009, también por cuestiones económicas. Todo ese embrollo, sumado a la estigmatización de un barrio al que muchos tratan, como mínimo, de violento, pesaba.

En el primer año en la B los resultados no fueron del todo buenos, aunque el objetivo era el mismo: ascender. Ya sin Bigote y sin Cañarte como encargados de armar el equipo, la dirigencia del club decidió apostar fuerte. Mauricio Nanni, ex golero, cambió de puesto y pasó a ser el gerente deportivo, función para la que se venía preparando. “Te vas dando cuenta de que esas cosas son esenciales. Y que cuando las hacés bien, terminan bien”, asegura Santiago.

La buena gestión permite que los jugadores actualmente cobren los 20 de cada mes. Poco, mucho, lo que sea, pero cobran. Según Bigote, “sin trampitas”. “Me paré de mano y no pinta eso de ‘te pago el mínimo y el resto va por fuera’. Los dirigentes hacen lo correcto, y esas cosas suman. No es lo mismo estar con un pibe al lado y que uno gane 30 y el otro 5; está de menos eso, si él va a correr igual que vos... La diferencia existe, eso es cierto: no gana lo mismo un delantero que un defensa, pero negrear no. Eso sí que no”. De acuerdo con el universo mental del Bigote, la cancha es un buen sitio para defender a las personas y las doctrinas, para pelear contra la mezquindad y sus ambiciones individuales.

Nunca favoritos, siempre desde atrás

Uno de los tres ascensos a Primera que otorgaba la temporada 2015-2016 de la B era el objetivo. Si se salía campeón, mejor aun. Villa Española llegó con posibilidades de campeonato hasta la última fecha, pero fue Rampla Juniors, al que (casi) siempre corrió de atrás, el que logró el título por mejor promedio de puntos. El Villa subió como segundo del campeonato. Bigote López fue el goleador del equipo con siete tantos, y no fueron ocho porque erró un penal contra Central Español. Además, fue de los que más veces jugaron: 20 partidos, igual que Carlos Techera y Esteban Maga. A ocho años del descenso administrativo, a casi tres de la vuelta al pago de Santiago, la misión deportiva está cumplida.

“Se me viene todo a la mente. Mi familia es del barrio, nos criamos cerca de acá. Un suegro que tuve era fanático del Villa y yo le decía ‘tas loco, ¿qué onda con esto?’. Él me empezó a llevar y me enfermé, me enamoré del club. Después hice que mi familia también se enamorara, y ahora son todos hinchas. Mis hermanos, mi señora, mi nena, mis cuñados, mis amigos; todos son del Villa cuando juego yo”. Su cara es de satisfacción. Mira fijo, me mira fijo, y corta el silencio cebando el próximo mate.

Bigote casi que no hizo inferiores. Jugó hasta quinta división en Bella Vista y no siguió porque a los 14, 15 años prefirió callejear y rockear. A los 18 se fue a probar a la tercera de Villa Española con un amigo. Quedó, y a las pocas semanas estaba jugando en primera en la B. Ese año, 2001, Villa Española ascendió a Primera División y, al año siguiente, *Bigote *empezó un periplo que lo llevaría a defender unas cuantas camisetas. Después de Villa Española pasó por Rentistas, Tacuarembó, Villa Española nuevamente, Montevideo Wanderers, Defensa y Justicia de Argentina, Brasiliense de Brasil, Juventud de Las Piedras, Bella Vista, Suchitepéquez de Guatemala, Rentistas, Municipal de Guatemala, hasta la definitiva vuelta al Villa. Esa es la carrera de Santiago López, y nada como mirarla de atrás para adelante. ¿Cuántos goles? No recuerda la cantidad, pero según sus cuentas está arriba de los 100. Pero hay un delegado de Villa Española que anda atrás de los datos para dar la posta.

Las veces que el fútbol no divierte

Cuando la vida pega, se aprende. Esa sí que parece ser una inexorable ley. Porque una cosa son las baldosas y los tropezones, pero otra cosa es una buena cachetada en el vestuario de la vida, ese que toca por definición. Admítanme el juicio de valor: no importa la cachetada, importa lo que hagas con ella. Espabilar, dormir la siesta, tomar cartas en el asunto, dejar pasar la mano; todas las variables son admisibles, siempre y cuando el individuo se haga cargo de ellas.

Cuando uno da o no da todo lo que puede, siempre hay razones. Bigote López lo tiene claro porque no se la contaron. Vivió desde ir a cobrar en bicicleta un cheque de morondanga que, le decían, era su paga por jugar, hasta ganar de la dulce. Pero esa sería la historia contada a simple vista. En el medio abundan más razones y ejemplos.

Cuando un club no compite, el razonamiento rápido lleva a creer que, por lo tanto, no existe (o, dicen tan sueltamente, “está desaparecido”). ¿Desaparecido? Me tiemblan las manos, se me arrolla el cerebro y se me aguan los ojos si tengo que desarrollar el concepto desaparecido-. Para Bigote, no haber estado en la consideración pública porque el Villa no jugaba “está salado”.

“El parate fue eterno, parecía como que nunca más íbamos a arrancar. Seguíamos vivos dentro de nosotros, dentro de la sede, pero para afuera, nada. Las generaciones se iban. Hoy, luego de haber ascendido, vemos niños con camisetas del club nuevamente. Eso es tremendo logro social, mucho más que deportivo. Eso queríamos. Ganamos tremenda batalla. Si no jugás es como que no vivís, pero en realidad vivís porque alguien hace que vivas. Queremos al barrio y estamos de fiesta. No queremos mostrar lo peor del barrio, que sabemos existe. Queremos transformarlo”.

De punta

Escucho al Bigote y me dan ganas de saltar en el sillón festejando: “Hay que germinar para cuando no estemos”, afirma. Bigote no habla de muerte o extinción, habla de hacer las cosas bien, más inclusivas, de generar mucho más que un tiro a tres dedos para que el que viene, el que será el responsable de continuar la senda, lo aproveche, tome el ejemplo y lo haga mejor.

De ahí que Santiago se ponga de punta y hacha contra la actual estructura del fútbol uruguayo. Será cosa de uruguayos, pero hasta los 9 saben dónde pegar una patada que dé sus frutos.

“¿Qué fútbol nos plantean? Un sistema de fútbol bobeta. Y la culpa es de los futbolistas que compran que el fútbol es lo que les muestran, y en realidad el fútbol es mucho más que lo que se ve. Te muestran plata, minas, jodas, y no es eso, es otra cosa. Por ahí te va bien, hacés goles y encajás un ‘opa, esta teoría vale’. Claro que vale, pero no es la realidad. Hay que avanzar en otro sentido, en el sentido intelectual bien entendido. Como dice el *Indio *Solari: si el billete baila y la mierda corre. Tampoco juzgo a los pibes que se van y hacen plata. Pero es como venderle el alma al diablo; yo no la vendería, o me cuestionaría qué es la vida. ¿Es plata? La vida es vivirla. Esta es la vida: mate, amigos, mi casa. Si la vida es lo otro, yo no la quiero ni conocer. ¿Una heladera llena de comida? ¿Heladera llena y nos damos un abrazo cada seis meses? Nos pasan cosas en diez años y no las vivimos, ¿me estás jodiendo? Lo entiendo, pero no lo comparto. Es perversa esa parte del sistema, y sé que es difícil cuestionártelo. Cuando iba a cobrar los 1.200 pesos, mi primer sueldo, a la AUF [Asociación Uruguaya de Fútbol], iba en bicicleta. La dejaba abajo, en el estacionamiento, apoyada en un lugar que decía ‘Figueredo’. Venía el de seguridad y me la sacaba, y yo me la bancaba. Salíamos con el cheque, íbamos al banco, nos descontaban como 500, y con los 700 íbamos a un bar, porque si veníamos para el barrio nos agarrábamos una depresión increíble. Ahí me di cuenta de que nosotros generamos los millones de dólares que se llevan los demás. Yo apoyaba una bici y Figueredo tenía ahí su auto de lujo. Eso nos hacía cuestionarnos ciertas cosas, y después el tiempo nos terminó dando la razón. Pasa también con algunos periodistas. Andan en un BMW mientras que yo me tomo un bondi para jugar el partido. ¿Cómo es? Y cuando hacemos una manifestación algunos se hacen los giles y dicen ‘no entiendo lo que hacen’. Está bien, yo no discuto la parte de que ganás mucha plata: te la merecés, te la ganaste. ¿Y nosotros, los jugadores de los cuales vos comés? Porque vos vivís de algo que yo hago, ¿no?”.

Sí, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Vivimos en un fútbol al que le cuesta hacerse cargo de sus groserías. Un deporte, una profesión o un lugar en el mundo, como quieran llamarlo, en donde conviven los mejores pagos con los peores y hasta los no pagos. Como cuando le toca estar en el área para definir, Bigote apunta así: “Todo el mundo dice ‘jugá al fútbol que ganás platales’. Eso es mentira: sobrevivís, nomás. El gran problema es que todo el tiempo juegan con la ilusión. Vos debutás, ¿y el fútbol qué te dice? ‘Jugá que vas a hacer plata’. Te lo inculcan desde el baby fútbol, porque ‘vas a ser la salvación’. Y cuando empezás a jugar te das cuenta de que no hacés plata, entonces te lo cuestionás. Pero justo pasa que un compañero se fue a jugar, yo qué sé, al Ceará de Brasil y pasó a ganar 10.000 dólares, mientras que antes no ganaba plata. Esa es la ilusión: ‘En seis meses me voy a jugar a Groenlandia y hago la diferencia’. ¡Pero no pasa! ¡La realidad es que no pasa! Y el jugador sigue, y sigue, y sigue, y a la ilusión no se la mata nadie. Entonces, en vez de pararse de manos y decir: ‘Bo, vamos a respetar nuestros derechos, y si después hago plata, la hago’, ¡pero por lo menos pasarla bien!, tener un plato de fideos para comer en casa... Ese es el tema. El sistema, los representantes y la televisación, que se la lleva toda, juegan con esa ilusión”.

El deporte es una tribuna bien elegida para utilizar el doble discurso de la dignidad. Más temprano que tarde, todos hemos magnificado algún hecho deportivo desde la metáfora de David y Goliat. No es que no suceda ni que no haya casos en los que amerite narrar desde ese lugar. Digo que no debería ser justo -mucho menos festejable- hacer de las virtudes del pobre un discurso hegemónico del sí se puede. Dice Bigote: “Somos al revés. El uruguayo tiene eso de que no come, pero igual le ganás a Peñarol comiendo panchos. No discuto esa garra porque está adentro de nosotros, pero esos son los peores ejemplos, y cuando pasa eso es una cagada. No porque gane, pero ¿cómo va a salir campeón un cuadro que pasa mal? ¡Eso no pasa! La mayoría de las veces que no comés, no ganás; es más: no podés ni moverte. Lo que pasa es que se utiliza la dignidad para tapar lo malo. La gente compra y cree que se puede. Se festeja al pobre que llega. ¡No festejemos! Es lo peor que nos puede pasar. ¿Cómo la remás? Tiene que ganar el que hace más profesionalmente las cosas, ese debería ser el fútbol para que todo fuera mejor. ¿Engrandecer mediante la malaria? No es así, no te tiene que pasar”.

¿Cómo viene la mano?

Cuando la pelota se mueve, son varias las canchas en donde se juega. Eso no es nuevo. Bigote lo sabe, y hay un frente en el que está decidido a no detenerse: concientizar a sus iguales. En ese tren reconoce que uno de los lugares es Villa Española, porque están los suyos, y el otro es la Mutual de Futbolistas, por la sencilla razón de que juntos es (¿debería?, debería) ser mejor.

Para Santiago López, Bigote, revolucionario de lo que puede y quiere, la política para los jugadores de fútbol está al alcance de la mano, al menos en Uruguay. Reconoce que la Mutual “es democrática. Como gremio es re abierto en ese sentido. No me gusta dar palo porque siempre se malinterpreta. Nosotros fuimos con Agustín [Lucas, su amigo y jugador de Miramar Misiones] y en tres días metimos pancartas, hicimos lo que quisimos y ellos nos dieron para adelante. Es esa: hay que aportar ideas. Me caliento también, porque es un sistema que ya sabés que es difícil. Cuando critico a la Mutual no critico a Fabián Pumar ni a Enrique Saravia. Capaz que puedo tener mil formas de ver distintas de las de ellos, pero no es ahí ni es con ellos. Critico al sistema. A veces los jugadores dicen: ‘Ah, pero la Mutual no hace’. Amigo: usted es la Mutual, el jugador es la Mutual; vaya y haga”.

Hablando de hacer, a partir del campeonato que viene empieza a regir la bancarización para pagar los salarios de los futbolistas. El tema de los recibos de pago de los clubes siempre fue todo un problema, pero ahora el único aval que servirá ante la ventanilla de dudas y reclamos será el registro bancario. ¿No pagaste? Aval. ¿No cobraste? Aval. Si se quiere, será una tranquilidad mensual para los jugadores. Al menos, una.

Para Bigote López es necesario, hablando en grandes términos, generar una mesa de dialogo institucionalizada entre la Mutual, la AUF, Tenfield -dueños de los derechos televisivos de los campeonatos del fútbol uruguayo- y el gobierno. ¿Para qué? Para determinar, de acuerdo a eso, el fútbol que queremos. Es claro: “Si no es así, y es de a dos, la torta siempre va a estar despareja. Hay que repartirla de verdad. Nos levantamos todos a las 8.00 con las mismas exigencias de entrenamiento y pateamos las mismas pelotas. Está claro que siempre va a haber diferencias, ¡pero no pueden ser tan abismales!”, dice, casi al borde de la denuncia.

Tantos males se han resuelto en las arenas del área chica, que Bigote -que te mira con asco la red como si fuera el peor de los males que su balinazo está dispuesto a romper- se guarda para el final el mejor de sus tiros. ¿Acaso no han sido sobre la hora los goles que más se han gritado?

El centro le viene desde la derecha, pero él lo baja de zurda, decididamente de zurda. Bigote cree que “habría que tener, como gremio, más planes educativos o sociales. Si mirás el gremio de futbolistas argentinos, tienen pila de eso y están bien organizados. Hay que cuestionárselo. Acá no hay nada con respecto a la inserción social, por ejemplo. ¿Somos idiotas? Capaz que sí lo somos, pero entonces formemos a los idiotas así no lo somos tanto, y tal vez a la larga no seremos idiotas, ¿se entiende? Terminás un partido con las pulsaciones a mil por hora, no sabés si ganaste o perdiste y te enchufan un micrófono a mil por hora. Es fácil decir que no sabemos hablar, pero estaría bueno plantearse: ¿y si nos formamos para aprender a pararnos delante de una cámara?”.

Tanto se quita culpas como absorbe responsabilidades, tal como le pasa al 9 adentro del área. Lo último que confiesa, casi al límite de las posibilidades de un mate lavado, es que si tiene que elegir entre mandarla a guardar o educar a un pibe para que sepa que firmar un contrato por dos mangos está mal, prefiere lo segundo, porque hay que generar contenido para que el preso de la ilusión no siempre vaya a bailar (bailar, bailar), y porque presión, lo que se dice presión, la tiene el que sale a vender garrafas después de entrenar porque no le da el sueldo. Lo confiesa bajo secreto de sumario: “Salvo que sea el gol del campeonato de Villa Española”.

Ahí nada de ensayo general para la farsa actual.