¿Vos pensás en tu música como orientada principalmente hacia afuera del país?

-No, pero la respuesta la estoy teniendo afuera... Los festivales a los que estoy yendo... ¡las radios! Yo escucho las radios de Rocha y no suena Molina y los Cósmicos, y en las de Montevideo, mucho menos. Sin embargo, de pronto me etiqueta Radio Tres de España, que me está pasando en vivo. Siempre te arruinás pensando que alguien te está escuchando afuera y acá no. Pero no es que yo esté produciendo música para afuera. La estoy produciendo para mí, porque me gusta. Donde más me gustaría que me fuera bien es en Castillos, sería la satisfacción más grande.

Pero no es una música muy de Castillos o del este uruguayo... ¿Cómo terminaste haciéndola?

-No sé, creo que es todo un proceso. Hace diez años no habría hecho esta música, y capaz que dentro de diez años estoy haciendo otra. Cuando era chico me vine a estudiar sonido a Montevideo, y siempre fui de asociar la música con las bandas sonoras, ya fuera Yann Tiersen por Amélie *o Iggy Pop por *Trainspotting; eso te permite tener un extra, no sólo escuchar Bob Dylan, The Rolling Stones o lo que tus amigos escuchan contigo en el pueblo. En Montevideo conocí a dos personas que me hicieron escuchar música diferente; una fue Analía Fontán y el otro Felipe Reyes, con quien llegué a trabajar en Segundo intento. Yo tenía unos 18 años en aquel momento y pude conocer cosas que me hicieron la cabeza. No creo que de donde salgas sea tan importante en la música que hacés.

Sin embargo, en tu imaginería son muy importantes Castillos y la frontera.

-Es que la realidad es que hoy estoy acá porque vine a ver a Calexico y a hacer prensa, pero mañana estoy de nuevo en Castillos, ensayando con la banda, y seguramente el domingo tenga que ir a buscar un surtido al Chuy. Ese es mi cotidiano; no vivo tomando whisky en el centro de Montevideo, para mí esto está a cuatro horas.

Hay cierta idea de la frontera como un lugar no sólo intercultural, sino también peligroso, una zona franca del Estado de derecho...

-Bueno, nosotros cuando éramos chicos íbamos mucho al Chuy a bailar -porque había minas que estaban más buenas que las minas de Castillos- y estaba mucho más pesado. Había más droga, más opciones y vicios en todos los sentidos. Los lugares que tienen gente de paso siempre son más peligrosos, como las periferias de las grandes ciudades. Pero para mí el Chuy representa el escape que no tenía en Castillos, no sólo a nivel de vicios y todo eso, sino porque era el lugar donde te entraba otra cultura, donde ibas y te pasaban un disco de Legião Urbana, Cazuza o Ney Matogrosso, mientras que en Castillos te quedabas escuchando a Los Pericos. En ese sentido, también te abre la cabeza. Además, en nuestra infancia a la televisión uruguaya no le importaba llegar a Castillos con una buena señal, porque a los anunciantes les interesaban Montevideo, Canelones, Maldonado y hasta ahí; a Rocha, si llegaba, llegaba, y si no, no. Y llegaba tan mal la televisión en los 90 que no se podía ver. Un día vino un tipo del Chuy con una parabólica que apuntaba hacia el cielo y bajaba las señales de Brasil. Entonces durante todo un año vos ibas por Castillos y la gente estaba viendo televisión brasileña. En mi familia pasábamos el verano laburando y después nos íbamos a Florianópolis, porque era más barato que irnos a La Paloma. Es indudable que Brasil y la frontera fueron muy influyentes. Pero después también vino Robert Rodríguez con Del crepúsculo al amanecer y dije: “Esto me gusta; me gusta una mujer con una boa moviéndose por el cuerpo y me gusta la música que está sonando”. Buscabas y era Tito & Tarántulas, y eso te llevaba a Los Lobos, y una cosa a la otra.

*¿Vos encontrás algo brasileño en la música de Molina y los Cósmicos? *

-En el primer disco hay algunas referencias. “El camino del sol” tiene un acordeón y un solo de guitarra de sonido muy gaúcho. Hasta teníamos miedo de estar haciendo una terrajada enorme, pero al final dije: “Ta, me gusta así, y si es terraja, que lo sea”.

Pero a la hora de saltar fronteras no te quedaste corto; de hecho, terminaste grabando un especial en la legendaria radio KEXP, donde graba la elite de las bandas indie estadounidenses.

-Fue una locura. Nosotros habíamos hecho un videoclip de “El camino del sol” cuando todavía no habíamos sacado el primer disco, yo lo subí a internet desde la usina -ni siquiera tenía internet en mi casa- y de pronto me dijeron: “Bo, el video está en Remezcla”. Yo ni sabía qué era Remezcla, y resultó ser un portal de música muy conocido en Estados Unidos. Luego, googleando, me enteré de que nos habían pasado en KEXP, y como ellos ponen la fuente, decía que lo habían conocido por Remezcla, es decir que ligué que justo lo vieran ese día. Ahí empezó todo ese proceso de decir: “Pah, me pasan en esta radio y no me pasan en las uruguayas”. Les mandamos el disco, una cosa fue llevando a la otra, y en 2015, cuando la KEXP hizo una selección de las mejores 20 canciones latinas, pusieron una nuestra en el podcast. Luego vino la invitación de ir a tocar allá, y de ahí en más, todo, mucha locura.

¿Qué diferencia encontrás entre tu primer disco y El folk de la frontera?

-El primero hablaba sobre cosas muy personales, pero con cierta luminosidad en la música y en la producción. Este es un disco más oscuro, pero tiene más unidad, tiene un hilo conductor.

También compartiste mucho la voz principal con Emma Ralph. ¿Cómo fue eso de replegarte como vocalista?

-Cuando hago la producción de una canción, no me importa mucho si la canto yo o lo hace alguien más si la canción está bien representada. En realidad, no era la primera vez; en el primer disco está “Gallos de Kentucky”, cantada por dos chicas turistas de Dinamarca a las que conocí en Punta del Diablo y escuché en la casa de un amigo. Para decir la verdad, nos las queríamos coger con mi amigo -para qué andar con rodeos-, pero nos enteramos de que eran lesbianas y se amaban mucho. Se cantaban todo, escribí la canción a las apuradas y la cantaron ellas porque quería algo así. En este disco trabajamos distinto, fue mucho menos un collage; si bien las canciones son mías, veníamos de gira con la banda -con lo que son ahora Molina y los Cósmicos-, estaba participando mucho Emma, y me pareció bueno incluir los diálogos musicales en el disco.

Es un disco mucho más variado en los timbres; hay programaciones de baterías, vientos... Te diste el gusto de producir a lo grande.

-Sí, pero el próximo disco va a ser totalmente lo opuesto. Aquí colaboró mucha gente de onda, incluso Alex Ruiz, que toca con la banda de Robert Rodríguez y fue el que grabó las voces. Me contacté con él re de rostro y me dijo: “Buenísimo, hay algunos de los de la banda que quieren grabar”. Me hice la cabeza de que fuera Robert Rodríguez, pero al final fue Rick del Castillo, que es mil veces mejor tocando la viola. Gastón Ackermann, que metió trompetas, tampoco me cobró un peso. Fui mangueando a muchos amigos, aunque muchas cosas las terminé grabando yo solo. No sé tocar ningún instrumento, pero terminé grabando un montón. Me costó un poco; el próximo va a sonar un poco más crudo.

Ya estás pensando en el próximo...

-Es que el 18 de junio va a ser un poco el cierre de estos dos discos. Les tengo mucho aprecio, pero me gustaría pasar a una etapa nueva, más folk, acústico y reverberado. Me lo imagino con percusión pero sin batería clásica. Ahora voy a hibernar y grabar las cosas que estoy haciendo. Es un cierre; por ahora no voy a tocar más acá [en Montevideo]. ¿Salir de la panadería de Castillos y que te vayan a ver 20 personas al cine? Lo hice porque me di manija con que tenía que hacerlo, pero ahora me pregunto para qué me metí en este juego.

¿Algo más que quieras decir?

-Bueno, el que quiera Garotos, yo tengo una panadería en Castillos y...