El británico Terry Eagleton es, posiblemente junto al estadounidense Harold Bloom, el crítico literario de habla inglesa más importante de la actualidad; tal vez no en términos conceptuales, pero sí de público. De hecho, su libro Una introducción a la teoría literaria, de 1983, sigue siendo, más de tres décadas después de su publicación, un manual ineludible y lleva más de 750.000 copias vendidas. Estas cifras son acompañadas, como en pocos casos, por una trayectoria académica dilatada, con un trabajo intelectual continuo y una serie de obras de gran calidad teórica y literaria.

Famoso por su marxismo bienhumorado, por su crítica consistente al posmodernismo, por sus peleas mediáticas con el escritor Martin Amis y con los neoateos Christopher Hitchens y Richard Dawkins, por su odio al fútbol y por su camaradería ideológica con el filósofo y crítico cultural Slavoj Žižek, con Esperanza sin optimismo, libro de 2015 recientemente editado en nuestro idioma, se confirma como un pensador lúcido y atento sobre nuestro mundo.

No obstante, hasta ahí llegan las loas. Este delgado libro, basado en una serie de conferencias que Eagleton dio en 2014 en la universidad estadounidense de Virginia, está dividido en cuatro capítulos que abordan los conceptos del título desde distintos ángulos. Con la mezcla de erudición y coloquialismo que es su marca personal, el autor nos lleva a través del pensamiento de intelectuales y filósofos, poetas y políticos, acumulando citas con una vertiginosidad tal que a determinada altura parece difícil dirimir a quién estamos leyendo. Es imposible no abrir una página al azar sin encontrar al menos una referencia a otro autor, e incluso me atrevería a decir que no hay un párrafo donde no se cite a alguien, real o ficticio.

Esta sumatoria impresionante de fragmentos, que maravilla por su diversidad y aterroriza por su vaguedad, lamentablemente no está, en la mayoría de los casos, comentada más que por una frase o, en los mejores casos, por una serie de breves oraciones, y se parece mucho al pastiche, a una página ilustre de Wikiquote. De hecho, la idea que sostiene y defiende Eagleton a lo largo de 194 páginas (dejando afuera las notas, los índices y el breve prólogo) es sólo una, spoileada en el título: un alegato a favor de la esperanza y en contra del optimismo, entendida la primera como imaginar una posibilidad de cambio que puede ser positiva, y el segundo como la noción de que finalmente todo estará bien, típica de cierto espíritu del capitalismo tardío, cuya literatura consiste en una serie de libros paradójicamente llamados “de autoayuda”.

Con citas de fuentes tan distantes como los padres de la iglesia católica, Henrik Ibsen, Friedrich Nietzsche, los románticos ingleses, Karl Marx y Erich Fromm, Eagleton hace un paseo por el pensamiento (mayormente) occidental, buscando refutar a sus contrincantes y apoyarse en los otros para fortalecer su punto de vista. Esto causa que su discurso, sobre todo en los primeros capítulos (“La banalidad del optimismo” y “¿Qué es la esperanza?”), sea, salvo en algunos momentos (la crítica al libro El optimista racional -2010-,de Matt Ridley, cierta lectura del mesianismo de Walter Benjamin, una interesante versión de Søren Kierkegaard y una apasionada interpretación de Antonio y Cleopatra, de Shakespeare) una tediosa progresión, una colección de nombres, un mero catálogo en el que falta, justamente, el más agudo refutador del optimismo, quien además acuñó el término (y también “pesimismo”): Voltaire.

El tercer capítulo, titulado “El filósofo de la esperanza” y dedicado íntegramente a comentar el libro El principio esperanza, escrito de 1938 a 1947 por Ernst Bloch, señala una serie de falencias que Eagleton encuentra en esa obra del filósofo alemán (las numerosas digresiones -que a menudo resultan, sin embargo, enriquecedoras-, el exceso de imaginación, la espiritualidad), y que son precisamente las inversas a las que aquejan a este Optimismo sin esperanza: su falta de imaginación, su concentración por momentos simplista, su a veces obcecado racionalismo.

Es que en algunos pasajes ni siquiera el admirable sentido del humor de Eagleton, otro de sus recursos característicos, ayuda a aliviar el fastidio, sino que pone en evidencia cierto pragmatismo que lo hace sordo a la trascendencia. Así, cuando deja de lado sus muletas teóricas y toma la palabra, a menudo vuelve vulgares los conceptos que intenta defender.

Sin embargo, una vez superados los primeros capítulos, el cuarto, que se llama “Esperanza desesperada”, contiene alguno de los pasajes más conceptualmente densos del libro. Es que, cuando Eagleton deja la filosofía, abandona la retórica panfletaria y vuelve a sus raíces, a la literatura, puede ser realmente esclarecedor y profundo al presentar, por ejemplo, una lectura muy novedosa de un conjunto de obras de Shakespeare con centro en El rey Lear, y hacia el final, una del Doktor Faustus, de Thomas Mann, que ayudan a sostener una de las ideas más luminosas que ha dado la humanidad. Porque, al fin, no es que mientras haya vida hay esperanza, sino que el milagro sólo es posible por medio de la palabra, del arte.