“Windows 8 fue tan malo que Microsoft decidió saltearse el 9”, era el título de la revista digital Slate para una nota sobre el anuncio de este nuevo sistema operativo. Es que Windows 7 fue un éxito: según StatCounte, un sitio que recoge datos sobre cómo y con qué se conectan los internautas, casi la mitad usaba esa versión, mientras que 21% había optado por el 8. La mayoría de las críticas hacía foco en la interfaz molesta, basada en íconos cuadrados grandes -similares a los de Windows en los teléfonos Nokia-, que sustituía al clásico sistema de escritorio, al cual sólo se podía acceder mediante un proceso laberíntico de menúes y opciones. El fracaso de la versión 8 golpeó tanto a la enorme compañía de Bill Gates que se consideró cambiar el nombre Windows por otro para dejar atrás aquel legado desastroso; esta gente siempre piensa en el futuro. O, mejor, nunca habla del presente.

Pero Windows siguió siendo Windows y, cambio de logo mediante, se puso a trabajar en una nueva versión más ambiciosa. “Representa el primer paso para una generación entera”, dijo Terry Myerson, vicepresidente ejecutivo de la multinacional. Windows 10, según se anunció, condensaría todo lo bueno de la versión 7 y lo poco que es rescatable de la 8, con una idea ambiciosa: crear, más que un sistema, un “ecosistema” operativo capaz de interactuar con tablets, celulares, laptops, televisores inteligentes, la consola de videojuegos Xbox -un claro intento de competir con Apple- y el universo aterradoramente futurista de lo que llaman internet of things (“internet de las cosas”), que implica integrar en una misma red electrodomésticos como las heladeras.

Durante todo el día de hoy, cualquier versión previa de Windows se puede actualizar gratis a la 10; sólo hay que ingresar al portal microsoft.com, descargar el programa e instalarlo. Eso puede demorar mucho, dependiendo del procesador, y la instalación no es definitiva: quien se arrepienta puede volver a su sistema operativo anterior y reintentarlo con Windows 10 en cualquier momento, así que probar no cuesta nada más que tiempo.

Conejillos de Silicon Valley

Hay que aclararlo: esta experiencia se llevó a cabo en una laptop Toshiba con un procesador Intel Celeron 900 de 2,2 gigahercios y con una memoria RAM de 3 gigas -no precisamente una nave espacial-, en manos de un usuario con conocimientos por encima del operador Windows promedio, pero no demasiado. De todos modos, a Microsoft le sirve la variedad, porque su nuevo sistema se está actualizando todo el tiempo en base a las quejas de los usuarios y a los reportes que la firma recibe cuando hay errores, frecuentes en Windows 10. En otras palabras, quienes lo descarguen gratis y lo usen estarán ayudando a los programadores a corregir detalles e inestabilidades, para ofrecer a los futuros compradores un producto mejor, que costará más de 100 dólares. Es inevitable sentirse un poco conejillo de Indias.

Por influencia de los celulares, los programas de este sistema nuevo son llamados apps. El menú de inicio ofrece menos acceso a programas (perdón, apps) que las versiones anteriores: figuran sólo los seis más usados, más una selección mínima personalizable. La novedad de la barra -lo que aparece cuando se aprieta la tecla con el logo de Windows- es un menú lateral al que se pueden agregar apps para rápido acceso, alertas e informaciones varias, y un calendario. Como en los celulares Nokia, los cuadraditos se pueden cambiar de lugar y de tamaño.

Es en ese nuevo espacio donde aparecen las primeras rarezas: un ícono para descargar el exitoso juego Minecraft, una sección de noticias financieras y una de generales, donde aparecen artículos de la BBC, El País de Madrid y la agencia AFP. Al indagar en los “términos de uso”, no aparecen, bajo la excusa de que “hubo un error”. También se instalan -y se activan solos- Twitter -como app, no como sitio de internet-, Skype y el navegador Edge, sucesor del fallido Internet Explorer. Windows 10 se convierte, sin aviso, en un sistema “curador” -en el sentido que se aplica a las artes- a cargo de seleccionar juegos, información y apps. Además, aparecen todo el tiempo notificaciones para vincular con Windows las cuentas de correo electrónico de Outlook o de Hotmail, que dependen también de Microsoft. Para un usuario promedio, desactivar esas intromisiones puede ser problemático o imposible sin ayuda.

Todo eso obliga a prestar atención a las opciones de privacidad, como desactivar la localización por GPS, el permiso para que “las apps envíen y reciban correo” o la generación de algoritmos de gustos personales del usuario, de acuerdo con las funciones que use, lo que implica hacer un clic tras otro. Conscientes de que están pasados, medio en joda y medio en serio agregaron una opción que dice “Dejen de intentar conocerme”. Conviene también chequear el Panel de control y la configuración de sistema (apretar la tecla de Windows + la letra R y escribir “msconfig” en la ventanita que aparece) para saber qué programas se activan solos cada vez que se enciende la computadora, y anular los no deseados.

Las actualizaciones irán apareciendo de a poco, con opciones nuevas y cambios. Por ejemplo, las notificaciones y menús sólo se pueden configurar en inglés. Los íconos de los archivos cambiaron, y uno de audio, por costumbre, se puede confundir con uno de texto.

Ahora, la parte buena. La interfaz es más cómoda y sencilla. Hay un “modo tablet” para laptops con pantalla táctil. Si tiene micrófono, se pueden dar órdenes sencillas hablando. Con Edge se pueden hacer anotaciones sobre páginas web. En el modo táctil, también se puede escribir a mano sobre la pantalla y, con dificultades, esa inscripción virtual se traduce a caracteres. Además, se puede usar más de un escritorio a la vez, una opción “inspirada” en el sistema Ubuntu de Linux.

En definitiva, Windows 10 ofrece una mayor personalización a nivel visual y superficial, con el costo de posibilidades más limitadas de configuración estructural y el peligro potencial de estar regalando, involuntariamente, demasiada información. Dos defectos sobre los que, ya que somos conejillos de Indias, podemos sugerir cambios. Además, es gratis y legal: para los piratas es una oportunidad poco habitual de acceder a contenido sin la culpa, severa o leve, que se descarga en nuestros espíritus cada vez que bajamos una película sin pagar una entrada al cine o el precio de un DVD, salteándonos los derechos de autor que hoy se discuten en el Parlamento uruguayo, una práctica sin la cual los tercermundistas seríamos mucho más incultos.