Mejor pecar por ambición que por su ausencia; podría ser un pensamiento compartido por la mayoría. Hay excepciones, sin duda, pero en el caso de la muestra Experimentación sistemática, del Museo Zorrilla, curada por Roxana Fabius, el concepto funciona. La acumulación teórica es espesa, así como su desarrollo práctico; los jugadores llamados a la cancha son muchos, pero una vez que se levanta la pesada cortina especulativa, el resultado no defrauda.

Densidad, decía: para empezar, el fin es cuestionar “la prevalencia casi total de los procesos de sistematización de la información y el pensamiento humano”, nada menos, y -en obsequio al anfitrión “moral” de la exposición- el punto de partida para los siete artistas invitados es el Tabaré de Juan Zorrilla de San Martín (1888). Un poema fundacional, por cierto, con momentos literariamente destacables, pero que pone los pelos de punta a cualquier persona sensatamente anticolonialista, o anticolonialistamente sensata, aun considerando su época (en la que la actitud “civilizadora” era hegemónica, pero notorios intelectuales, como Rafael María de Labra, nadaban contra la corriente). En fin, material candente.

Fabius suma una hoja de sala en la que asocia a las descripciones de las piezas expuestas varias citas de Lógica viva, de Carlos Vaz Ferreira, invitando al espectador a generar reflexiones a partir de ese enésimo “encuentro”. Dicho de otra forma, se promueven fricciones entre cambios de siglo (XIX-XX y XX-XXI) y entre irracionalismos y racionalismos. Finalmente, una apología de la salida, aunque momentánea, de la tendencia a la sistematización (de la vida) cuando esta se vuelve praxis acrítica y rutinaria.

En la columna de Martín Craciun, colocada afuera del museo, se nos expone directamente al Tabaré, a sus ojos azules, a su lógica (que forma parte de una vertiente de la lógica colonial según la que, una vez quitadas unas cuantas capas “salvajes”, toda la humanidad es íntimamente blanca y occidental). Por un altoparlante oímos los versos de Zorrilla incesantemente, como un mantra: los lee una voz suave pero absorbente, que ocupa subrepticiamente el aire y por ende el espacio del ciudadano, así como lo hicieron (y tal vez lo hacen todavía) a nivel escolar los antiguos versos y cierta iconografía del personaje, “disparador de identidad híbrida”, como dice Fabius, pero también destinado a la muerte para dejar espacio a la “civilización”, con todas las comillas del caso.

El diálogo entre Alejandro Cesarco (La metáfora 2016) y Fernando López Lage (Amistad tiempo), enfrentados en paredes opuestas, dista en apariencia de Zorrilla, salvo por el uso del medio “libro”. Por un lado, con fotos de las portadas de volúmenes de Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño, Cesarco pone silenciosamente en escena una relación extraliteraria, el amor entre ambos, mediante los títulos de las obras: Los adioses, que él le dedicó a ella en 1954; y Poemas de amor, que ella le dedicó a él tres años después. Por el otro, López Lage agranda y pinta las carátulas de algunos hitos uruguayos (Los éxtasis de la montaña, de Julio Herrera y Reissig, en la edición de Elite; un número de Número; el Diálogo Cristo-Marx, de Alberto Zum Felde), además de El impresionismo en la pintura, de Julio Payró; y una edición montevideana de *Prometeo encadenado *(traducido por otro Tabaré, J Freire). El artista sigue los patrones de las portadas originales, borrando los datos, en una especie de lograda exaltación pictórica de la gráfica (cuyo aumento de tamaño, sin embargo, produce un efecto excesivo de ennoblecimiento del material de partida).

Irina Raffo lleva los versos a una dimensión familiar, la propia, en Ensayos visuales sobre Tabaré: *recupera viejas filmaciones de sus parientes, al aire libre en su mayoría, y las monta en un video del que, a su vez, hay fotogramas reproducidos en hojas sueltas puestas sobre una mesa junto a otras fotos y a páginas del *Tabaré. Todas ellas se pueden mover para armar narrativas. La obra, producida muy prolijamente -como lo es siempre el trabajo de Raffo- parece no lograr plenamente que aquel “canto de un pueblo” pierda épica en clave íntima, y hay cierta insalvable distancia entre lo ficcional de Zorrilla y lo memorial, vintage, de la artista.

Estola holoférnica después del arte contemporáneo, la pieza de Santiago Tavella, reproduce, con óleo y acrílico, una célebre foto de Zorrilla y Juana de Ibarbourou sacada el día de 1929 en que ella fue declarada “Juana de América”. Pone en juego una resemantización del planismo -atractiva, aunque no tan finamente ejecutada-, acá irradiado con colores nuevos y descaradamente artificiales, y una irónica transformación de la poeta en una Judith que tiene una réplica de la cabeza de Zorrilla/Holofernes al final de su estola de piel. Divierten el chiste lingüístico (la cabeza del zorro y de Zorrilla) y el marco bíblico (ambos escritores fueron católicos extremadamente devotos), pero lo que descuella es el montaje, con el cuadro final como flotando en el aire, separado de la pared de la que cuelgan los bocetos preparatorios, que permanecen físicamente en la sombra del resultado final.

Liliana Farber sigue, con Feed, su investigación en el ámbito informático, esta vez desarrollando un software que, aparentemente, simula el movimiento de los dedos sobre pantallas táctiles que involucran las redes sociales -especie de metáfora de la alienación actual, si aún se puede hablar de alienación-, produciendo interferencias en unos gifs. En una pantalla, los de un juego popular; en otra, escenas de derrumbe; seudoacuarios en la tercera. A la postre, realidad y virtualidad reducidas a ruido electrónico ininteligible. Aquí es claro el trabajo sobre la “sistematización” frustrada del flujo informativo, y borroso el vínculo con el Tabaré.

Quiero terminar con lo primero que se encuentra en la sala: Tabula rasa, de Paola Monzillo, consta de dos grupos de elementos. Una vitrina custodia con cierta pompa cuatro tomos de Recopilación de las Leyes de Indias, publicada por la corona española en 1680: se trata de cuadernos en blanco cuyas tapas, dibujadas con pericia diabólica por la autora, reproducen las portadas originales. Al costado, cinco dibujos en la pared, también de Monzillo, muestran los proyectos urbanísticos de algunas ciudades coloniales del continente, y frente a cada una el espectador puede escuchar con auriculares partes del texto en cuestión, con toda su carga problemática para nuestro mundo, que se quiere libre de colonialismo y no lo es. Aquel intento español de dar forma controlada y racional a un crimen masivo hace emerger otra contraposición, entre un sistema de integración coercitiva del indio mediante esclavitud y evangelización (sobre todo en áreas andinas y mesoamericanas), y el “tratamiento” uruguayo (y argentino) que, como recordaba Gustavo Verdesio en un artículo de 2013, fue de desplazamiento y exterminio.

Experimentación sistemática difícilmente logre todos sus propósitos, pero reúne varias piezas estimulantes y revive la tensión entre lo indómito y las estrategias (con su límites) para dominarlo. Entre tantas citas, y dado el tema, bien se podrían usar unas palabras que el mismo Zorrilla escribió tardíamente en su Autocrítica de Tabaré, muy -demasiado- románticamente: “También yo sentí, con mayor o menor intensidad o vaguedad, aquello que decía Schiller en su carta a Goethe, cuando le describió el proceso anímico de su inspiración: ‘Primero invade mi espíritu una especie de disposición musical, la idea concreta viene después’. [Esta idea] no es otra cosa que la intervención de la conciencia que, en compañía de la razón, elige las imágenes salidas de las células cerebrales, las ordena, las ilumina, y las hace servir de transmisoras de emoción entre un alma y otra”.