“Volveremos, volveremos para continuar (...) No digo adiós, digo hasta pronto”. Lo dijo hace minutos, entre lágrimas, Dilma Roussef, tras la votación en el Senado que determinó, por mayoría de votos (61 votos a favor y 20 en contra), su destitución de la presidencia, una decisión que calificó como “un golpe de estado parlamentario”.

Rousseff criticó a los senadores que decidieron la “interrupción del mandato de una presidenta que no cometió crimen”. “Condenaron a una inocente”, reiteró. “Es el segundo golpe de Estado que enfrento en la vida. Primero fue el militar (1964), que me afectó cuando era una joven militante; el segundo fue el parlamentario, que me derriba del cargo para el que fui elegida”, agregó.

Mientras eso sucedía, Temer juraba ante el Congreso Nacional como nuevo presidente de Brasil. “Prometo mantener, defender y cumplir la Constitución de la República, observar sus leyes, promover el bien general del pueblo brasileño y sustentarle la unión, la integridad y la independencia de Brasil”, dijo el ex vicepresidente.

A nivel internacional, las reacciones de repudio contra el Senado brasileño no se hicieron esperar. Por ejemplo, la Bancada Progresista del Parlamento del Mercosur (Parlasur) expresó su “total repudio al Golpe de Estado” perpetrado por “de los sectores oligárquicos, conservadores y reaccionarios de Brasil. No hay más democracia en Brasil. La misma fue sustraída por un grupo de parlamentarios corruptos y de jueces que no están del lado de la justicia”.