El nombre de Arthur Hiller tal vez no vaya a pasar a la historia de los grandes cineastas de Hollywood, pero para una generación siempre será el director de uno de los dramas románticos más exitosos de todos los tiempos, la película que hizo llorar a millones de personas en el mundo entero: Love Story (1970).

Hiller, que falleció ayer a los 92 años, era un canadiense ex veterano de la Segunda Guerra Mundial y venía desarrollando desde los años 50 una carrera no demasiado notoria como director -con la excepción de la película bélica Tobruk (1967), popular en su momento- hasta que se le encargó llevar a la pantalla un guion de Erich Segal, que narraba una historia romántica y ya tenía aseguradas para los papeles protagónicos a dos jóvenes estrellas que en aquel momento estaban en ascenso, Ryan O’Neal y Ali McGraw. Love Story contaba una clásica historia de un amor difícil por las diferencias de clase entre Oliver, un estudiante de Harvard proveniente de la aristocracia de Boston, y Jenny, una chica de clase trabajadora interesada en la música. El giro distintivo de la trama era que, cuando la pareja decidía llevar adelante su amor a pesar de la oposición de la familia de Oliver -y cuando estaban teniendo éxito en ello-, Jenny enfermaba mortalmente de un nunca identificado mal (aparentemente leucemia, pero el crítico Roger Ebert la definió con humor como “la enfermedad de Ali McGraw, cuyo único síntoma es que la paciente se vuelve cada vez más hermosa hasta que muere”), y ese elemento trágico hizo que se vertieran ríos de lágrimas por los pasillos de centenares de cines.

La película fue un éxito con pocos precedentes, recaudó en taquilla una suma que multiplicó por 70 su presupuesto, y le valió a Hiller una nominación al premio Oscar como mejor director (que terminó ganando Franklin J Schaffner por Patton). El cineasta nunca consiguió, ni remotamente, repetir un suceso como el de Love Story, ni tampoco hacer otra película particularmente memorable, salvo un par de comedias protagonizadas por el tándem conformado por Gene Wilder y Richard Pryor, pero se volvió un personaje acaudalado e influyente en Hollywood, llegando a presidir tanto el gremio de directores como la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos (que es justamente la que otorga los Oscar).

En todo caso, las noticias que dieron cuenta de su muerte destacaban más que nada a Love Story, hoy en día algo olvidada pero que fue el equivalente de Titanic para los jóvenes románticos de principios de los 70 y, entre otras cosas, contiene una de las frases más famosas de la historia del cine estadounidense, cuya particularidad es que, cuando se la piensa un poco, casi nadie está realmente de acuerdo con ella: “Amar significa no tener que decir nunca ‘perdón’”.