Belerofonte es un héroe de la mitología griega. Recibió como regalo del Olimpo a Pegaso, un caballo alado con el que realizó varias proezas: la más conocida de ellas fue matar al monstruo Quimera. Considerando que sus méritos lo igualaban a los dioses, decidió elevarse con la ayuda de Pegaso al monte Olimpo. Zeus, que hasta entonces lo había favorecido, castigó su insolencia haciéndolo caer de su caballo. En algunas versiones del mito, murió al impactar contra el suelo; en otras quedó herido de tal gravedad que se volvió una sombra de lo que una vez fue.

El ascenso y caída de un héroe es el pilar que estructura El libro de los Baltimore, del escritor suizo Jöel Dicker, y por la forma en que se organiza la trama el lector se entera rápidamente que habrá una caída. Por diversas circunstancias, el personaje narrador, Marcus Goldman, comienza a recordar la relación que tenía en la infancia con sus familiares de Baltimore, y en especial con su tío, Saul Goldman, cuyo nivel de vida estaba muy por encima del de la familia nuclear de Marcus. Esas memorias alternan con escenas ocurridas un par de años antes del presente de la novela, en las que Saul pasa sus últimos meses llevando una vida mucho más modesta y trabajando en un supermercado. El contraste entre aquel padre de familia feliz y adinerado y el hombre solitario y pobre que sólo tiene a su sobrino como vínculo con su vida anterior se hace bastante evidente, y hay una aparente contradicción que inquieta resolver. No se plantea suspenso acerca del destino de los personajes, sino de cómo llegaron a él.

Dicker logra enganchar al lector desde las primeras páginas, con una prosa ágil y amena y un buen manejo del suspenso, pese a que algunos españolismos de la traducción le quitan naturalidad -para el lector uruguayo- a diálogos que deberían ser más intensos. El desarrollo en tres tiempos de la historia está organizado de una manera clara y a un ritmo preciso; en ningún momento nos confundimos. Incluso cuando, sobre el final del libro, aparece un cuarto tiempo previo, en el que Saul Goldman formó su familia y formó su fortuna, no queda la sensación de que súbitamente la narración se vuelva más compleja.

Los protagonistas están bien delineados, de tal forma que el lector genera vínculos emocionales con ellos. Cuando llegan a su trágico final, resulta difícil no conmoverse, ya que se han compartido varias andanzas con ellos. En ese sentido, Dicker da buen uso a la enseñanza homérica de hacer vivir a los personajes antes de matarlos.

Otro tema importante es la envidia; muchos de quienes aparecen en esta novela la sienten hacia alguien, aun en el seno de una familia funcional. Cuando ese sentimiento se une a un fuerte orgullo que impide tolerarlo, adoptan las decisiones que desencadenarán su perdición.

En líneas generales, podríamos dividir el libro en dos actos. El primero es de comedia, en un tono jovial y alegre, donde incluso hay lugar para la picardía y el humor, con pasajes de loable ingenio. El segundo es trágico: lentamente se va cerrando el círculo en torno a los personajes que desde el principio sabemos que van a morir, hasta que finalmente encuentran su destino.

Más allá de que es una novela que se disfruta mucho, y de que plantea mayores complejidades que la mayoría de los thrillers, resulta inevitable imaginar el libro que podría haber sido y no fue. Una de sus premisas parece ser la crítica al sueño americano y a cómo se ha vuelto más un mito que una realidad. Sin embargo, el narrador escribe desde la seguridad de saberse un escritor exitoso, dirigiéndose hacia un final feliz y totalmente predecible. Salvo en un caso, la caída de los personajes no es vista como consecuencia de un sistema intrínsecamente injusto, sino de las decisiones erróneas que toman, arrastrados por su propio orgullo. Los crímenes cometidos aparecen en su mayoría como moralmente justificables, o al menos comprensibles para alguien en semejantes circunstancias. Las vueltas de tuerca que se van revelando sobre el final develan que los personajes son mejores personas y más leales a su familia de lo que aparentaron. Aquellos errores y traiciones quedan redimidos o perdonados. No hay oscuros secretos familiares por descubrir ni conflicto moral al saberse que ese pariente-personaje, con el que narrador y lector tanto se han encariñado, basó su bienestar en algún acto éticamente reprobable.

A fin de cuentas, lo que podría haber sido -y posiblemente quiso ser- una fuerte crítica a la sociedad estadounidense termina siendo una celebración, con notas agridulces, de esta. Sin embargo, nada impide que el lector disfrute de esta historia inteligente y bien contada.