La poética de Alicia Preza es un desborde constante de imaginación, en el que se van sucediendo imágenes y escenas imposibles, cuya “lógica” no se puede -ni tiene sentido- desentrañar. El lector debe tomar una actitud de disfrutar y dejarse llevar por la corriente o se ahogará en ella, rechazando de plano la obra. Preza nunca fue una poeta para quienes carecen de entrenamiento en el género ni para los fundamentalistas del diccionario. Pero aquellos que tengan cierto “estado físico” poético disfrutarán del placer de surfear entre sus palabras.

En este libro se cuenta con la coartada de la fiebre. Hay cierta cadencia en la escritura que recuerda al delirio: “Una sandía gigante nos llama desde el centro para expulsar su jugo sobre nosotros. Tantas manos en rojo se resbalan de la mesa, ese apetito inconcebible. La mesa es un recoveco, un espiral que se reinventa en todos los rincones de la casa”. El encadenamiento es también onírico, no sólo por lo extraño de lo que se relata, sino también por cómo se pasa de una situación a otra y, cuando el primer escenario ya puede haber sido olvidado, vuelven a emerger algunos de sus elementos. Se plantea, a su vez, una aceptación de semejantes sucesos anómalos que sólo es natural durante las ensoñaciones.

Llaman la atención los nombres de los actuantes. No sólo porque suenan poco convencionales y un tanto anticuados (Merla, Salvatore, Elvira, Ernestina), sino también porque, más que personajes, parecen ser difusas siluetas sin psicología, que aparecen, realizan determinadas acciones y luego se esfuman al influjo de lo que va imaginando la voz poética. ¿Cómo es que se asocian esos nombres a cada una de las figuras? Eso se da por supuesto, de la misma manera en que, cuando soñamos, asumimos que tenemos recuerdos de una casa que es meramente producto de nuestra imaginación.

En otros casos, los nombres corresponden a otros escritores y artistas del círculo que frecuenta Alicia Preza, y el más conocido de ellos es posiblemente Horacio Cavallo. Pero, sin duda, quienes tengan sus lecturas de poesía uruguaya contemporánea podrán reconocer a más creadores. Esa fusión entre realidad y fantasía agrega otro plano a la lógica del delirio. De la misma manera en que, bajo el influjo de las fiebres más altas, alternamos momentos de lucidez con otros de ensoñación febril, en la escritura de Preza la mezcla de personajes ficticios con personas de carne y hueso juega a difuminar límites para los ojos del lector.

Como se dijo anteriormente, dentro de este poemario la fiebre es sinónimo de delirio, una explicación de la sucesión de escenas extrañas que se presentan en el libro. Pero al mismo tiempo es un leit motiv que le da unidad al conjunto de la obra, y uno de los recursos para lograr eso es el tejido de complejas redes entre un texto y el siguiente. Cada tanto, incluso, se presenta un informe acerca de la temperatura corporal, del mismo modo en que las emisoras de radio dan cuenta regularmente de la hora que es y del estado del tiempo. “Esta mañana subió la fiebre. Cuarenta grados. [...] Los termómetros cuelgan del techo a punto de estallar. Mercurio lloverá sobre nosotros”.

A su vez, la fiebre real es en sí misma un estado de percepción alterada, la noción de la temperatura es distinta y el cuerpo se siente extraño. El estado febril, por otra parte, se suele mencionar en alusión al deseo sexual, como lo han hecho varios poetas y músicos en sus creaciones. Dentro de la poesía de Preza hay, en esta dirección, una sensualidad que subyace entre los textos. “Los dientes de Ernestina no eran enormes, apenas un mordisco y se plegaban para ahuyentar orgasmos reiterados”.

Por su parte, el diseño gráfico parece esconder un significado que amplía las posibles interpretaciones del poemario. Los textos se presentan como ventanas blancas sobre un fondo rojo, dejando la sensación de que apenas podemos acceder a una porción de lo escrito. Ocultos quedan los delirios que no se recuerdan cuando regresa la lucidez, o la poesía que está más allá del lenguaje.