La semana pasada, en la entrevista central del semanario Voces, Gustavo Bernini, integrante del Partido Socialista y presidente del Instituto Nacional del Cooperativismo, dialogó con los periodistas Alfredo García y Jorge Lauro acerca de si la izquierda está “perdiendo la batalla cultural”. Bernini dijo que en buena medida es así, porque “hay una hegemonía cultural que la única posibilidad de ganarla es a través de una formación diferente desde la edad escolar”. “Está todo armado para ganarte la cabeza -afirmó-. La cultura dominante es la que tiene el poder, y claro que está ganando, obvio”, al instalar, por ejemplo, en relación con las experiencias cooperativas, la idea de que “los trabajadores no sirven para gestionar y fracasan”. También sostuvo que la contienda “se va perdiendo como producto de lo que es la globalización”, y que “cada día se te hace más difícil ganar esa batalla ideológica o cultural, o construir una alternativa cultural”.
Es curioso que poco después, en un editorial del diario El País publicado el 31 de agosto, se haya sostenido que son los blancos y colorados quienes están perdiendo, porque “el sentido común del uruguayo sigue estando más alineado con lo que dicen los dirigentes frentistas que con lo que afirman los opositores”, y “la oposición, con escasas y honrosas excepciones, ha abandonado la batalla cultural”, ya que se concentra en “pegarle al Frente Amplio por sus errores más groseros”, y “hay tendencias a mimetizarse con su discurso socialdemócrata, tan al gusto de un país que en términos culturales sigue siendo esencialmente batllista”. Según el editorialista, se incurre en un “abandono masivo de las ideas liberales, que en todo caso se asumen con subterfugios y con vergüenza”, sin advertir que cuando la oposición “adopta un discurso de centroizquierda, desideologizado o socialdemócrata”, le da “la razón al Frente Amplio y le amplía su dominio cultural, lo que puede ser letal hacia 2019”.
Quizá, como en las profecías de las brujas de Macbeth, que la batalla esté “ganada y perdida” al mismo tiempo es una consecuencia del “alboroto”, de un tumulto en el que todos los sectores políticos tratan de captar la mayor cantidad posible de votantes, y se pierden de vista las diferencias entre una propuesta política y un conjunto de eslóganes publicitarios en el que no importa demasiado que haya elementos contradictorios entre sí, porque “todo suma”. De tal modo que, finalmente, quedan desconformes todos los que -desde un sector u otro- aún consideran necesario, además de ganar elecciones, ir logrando que cada vez más personas se acerquen a la identificación con un conjunto articulado de ideas, y asuman que no tiene sentido, por ejemplo, simpatizar a la vez con “el emprendedurismo” y las seguridades que brinda el Estado, o con el reclamo de que disminuya la carga fiscal y la demanda de que mejoren las jubilaciones. Quizá lo que estamos perdiendo todos no es “la batalla cultural” sino la cultura política.