En el artículo “Apuntes sobre controversias que terminan por dañar a personas más vulnerables”, perteneciente al boletín de julio de la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría, el doctor Rafael Sibils busca exponer las diferentes posturas actuales en relación al tema salud mental.

El texto comienza ubicando a diferentes actores en el tema, medios de prensa y “grupos de opinión”. La caracterización de estos últimos se encuentra atravesada por el viejo dualismo opinión-saber; las distintas posturas en relación a la temática parten, desde un comienzo, de lugares asimétricos: por un lado tenemos a los que saben de salud mental y, por otro lado, a los que opinan. Lo cuestionable de esta diferenciación es el contexto en que es planteado el dualismo: estamos en las vísperas de una nueva Ley de Salud Mental. Ante esto, un ciudadano atento preguntaría: ¿cómo puede presentarse a las organizaciones de derechos humanos, usuarios y familiares del Programa Nacional de Salud Mental, que trabajan desde hace décadas en la temática, como opinólogos (o, si se prefiere el eufemismo, como “grupos de opinión”)?

Esta forma de no reconocer a los distintos actores sociales involucrados da cuenta de una postura omnipotente que deslegitima lo diferente como interlocutor válido, en un campo complejo y de necesarias tensiones como la salud mental.

Entre los argumentos mencionados en el artículo se dice que los “grupos de opinión” se basan en planteos “ideológicos”-en el sentido más peyorativo y reduccionista de la palabra- fundamentados en “prejuicios emocionales”.

El calificativo de ideológico afirma su ligazón con el saber

Por cuestiones que hacen a la honestidad intelectual, es imprescindible exponer algunos de los supuestos que hay detrás de estas afirmaciones.

Afirmar que lo ideológico es aquello fundamentado por opiniones o “prejuicios emocionales” es eliminar el campo de disputa donde se establecen los actores involucrados; para ser claros: el campo político en donde nos establecemos para pensar la salud mental.

Esas afirmaciones no sólo intentan invalidar todo posible saber a quienes difieren de la postura enjuiciadora, sino que esta se posiciona en un lugar de privilegio. El que establece el registro de lo que es opinología y de lo que pertenece al saber se instala como juez imparcial y, por otra parte, se cree con la autoridad exclusiva sobre el tema: “No somos dueños de la verdad; sólo somos expertos de una parte de ella”.

El término “ideología” es polisémico y depende del enfoque disciplinar en el que se utilice. Para darle crédito, el artículo de la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría sólo se remite a decir que se sostiene en “prejuicios emocionales”. Sin embargo, podemos decir que más allá de la diversidad de sentidos atribuidos a “lo ideológico” existe un elemento fundamental que necesariamente implica: la intencionalidad. Lo que lleva a plantearnos ciertas interrogantes: ¿qué intencionalidades estarían detrás de los “prejuicios emocionales” de las organizaciones de derechos humanos que quieren un cambio en el modelo de atención en salud mental?, ¿qué intenciones están detrás de los usuarios y familiares del Programa Nacional de Salud Mental?

Como integrante de un colectivo social que viene trabajando en el tema salud mental, reafirmo que sin lugar a dudas nuestros planteos son ideológicos, entendiendo la ideología como aquello que permite pensar desde un posicionamiento crítico los supuestos y prejuicios que toda práctica disciplinaria acarrea. Nuestras prácticas -¡obviamente!- tienen componentes emocionales. Gracias a estos podemos acercarnos al sufrimiento de los usuarios desde una ética del reconocimiento. En lo que no comulgamos con la afirmación del doctor es en tildarlos de “prejuicios”, dado que -como afirmamos anteriormente- creemos que en lo ideológico está la instancia reflexiva.

Ante posibles objeciones de que nuestros planteos sean algo desmesurados o vacíos de solidez académica, es necesario aclarar que estas sensibilidades no están arrojadas a modo de efímero vendaval romanticón. Por el contrario, habitan nuestras formaciones disciplinarias en forma conjunta con la experiencia de usuarios del Programa Nacional de Salud Mental. Algunas de las formaciones de nuestra heterogénea Asamblea Instituyente son Filosofía, Psicología, Derecho, Trabajo Social, Antropología, Ciencia Política.

Nuestros “prejuicios ideológicos” nos permitieron indignarnos por las negligencias que tiene la salud mental en nuestro país, al punto de pedir, mediante la normativa vigente de Acceso a la Información Pública (Ley N° 18.381), datos sobre el funcionamiento de nuestro sistema. En el documento “Aportes para la transformación del modelo de atención en salud mental en el Uruguay” se puede ver cómo estos “grupos de opinión”, a los que se refiere como aquellos que no dan “información seria”, tienen elementos para fundamentar sus críticas al sistema de atención de salud actual.

Es necesario no dejar de mencionar, ya que estamos ante un gran pescador de falacias (“se incurre en diversos tipos de falacias”) con la particularidad de no demostrar ninguna, que el artículo del que hablamos comienza con dos falacias.

Incursionando en algunas falacias

La falacia ad hominem: en todo momento se busca atacar al interlocutor, sin dar cuenta de los argumentos que este expone; lo único que se limita a decir es que poseemos “prejuicios emocionales”, y a hacer calificaciones sobre frases aisladas. En ningún momento discute sobre nuestra concepción de la salud mental ni, mucho menos, nuestros argumentos. Simplemente, intenta dejarle claro a la Sociedad de Psiquiatría del Uruguay que nuestras posturas son carentes de toda validez.

En algunos pasajes se psicologizan los motivos por los que diferimos de su postura, desde una retórica seudopsicoanalítica frente a la que Freud se indignaría con un revolcón en su tumba: “Por comprensibles que sean -debido a las profundas raíces emocionales signadas por el miedo y el rechazo ante lo desconocido- no son más que manifestaciones no del todo conscientes de intentar controlar aquello que no es sencillo entender y además genera sufrimiento”. Prosigue: “Muchas veces la forma de enfrentar la angustia que despierta la patología psíquica es buscar culpables. A veces se le asigna tal carga al propio paciente, agregando consternación a quien obviamente menos la merece”.

Igualmente tomaremos algunas de las expresiones aisladas para demostrar cómo, cuando deja de atacar a los demás interlocutores (cuestión que se da a cuentagotas en el texto y cuando, de alguna manera, deja de cometer la falacia ad hominem), incurre en otra falacia. La falacia de la bola de nieve o la pendiente deslizante: atribuir una serie de enunciados cada vez más inaceptables a un ficticio interlocutor.

Según el artículo “Apuntes sobre controversias que terminan por dañar a personas más vulnerables”, nuestros “planteos son vacíos”, “lleno de generalizaciones”, “discursos ininteligibles en su esencia” -¿a qué esencia se refiere?-, usamos neologismos como “despatologización”. Lamentamos decepcionarlo, pero referirnos a la despatologización no es un neologismo; neologismo es como denomina la psiquiatría a las palabras de “los usuarios” que no puede comprender, debido a que no se ajustarían al contexto de habla de la entrevista psiquiátrica.

La “despatologización” es un término teórico que nos permite dar cuenta de cómo la atribución de cierta patología a los usuarios termina produciendo una subjetividad que vulnera su autonomía, dejándolos inscriptos en una lógica cosificante y médica; la persona pasa a reconocerse como “el bipolar”, “el esquizofrénico”, “el depresivo”, y va perdiendo la posibilidad de reinventarse subjetivamente.

Sabemos que al quitar la idea de patologización a los usuarios ocurriría algo más que un cambio de palabras: se produciría un cambio en relación a quién posee la autoridad sobre un campo de saber en el que la psiquiatría ya no tendría la exclusividad -de la que hasta ahora ha gozado-, dado que otras disciplinas podrían aportar otras múltiples miradas que, en algunos casos, no tienen que ser necesariamente antagónicas y que crean, en consecuencia, el reconocimiento de las personas desde una perspectiva integral.

Por otro lado, se dice que debido a que son constructos sociales se niega la patología. Esto resulta de un realismo ingenuo pocas veces visto en alguien que debería haber realizado algún curso de epistemología en sus años de formación. Que se diga que es un constructo teórico no implica que no se refiera a algo del orden de lo real, o que se esté negando dicho orden.

Primero: sin duda que las categorías diagnósticas son un constructo hecho por una comunidad científica, y que presentan cierta exposición de lo que existe; el problema no reside en que sean términos teóricos, dado que estos son las únicas garantías para operar en la realidad. La cuestión es qué supuestos se tienen en cuenta en la producción de dichas categorías.

Segundo: problematizar términos teóricos como patologización no tiene nada que ver con negar la realidad, sino con el cuestionamiento de los criterios en la producción y utilización de los términos y de qué manera inciden en el sostenimiento de las prácticas que “dañan a personas más vulnerables”.

El daño que se menciona y se presenta en el título del artículo no se debe a la existencia de controversias -todo lo contrario-, sino a que ciertas denominaciones sustentadas en prácticas profesionales se naturalizan, y la naturalización quita toda potencialidad reflexiva a una práctica. Esto es lo que daña a las personas “más vulnerables”. También se mencionan metáforas bélicas sobre “enfrentar” a la patología. A lo que está enfrentando esta práctica profesional es a una persona que padece, cuyo modo de ser y estar en el mundo le produce sufrimiento. En este sufrimiento, cada persona expresa algo de su verdad.

Recurrir a la autoridad debido a la falta de argumentos

Podemos decir que hay otra falacia: el recurso a la autoridad, dado que se deja en claro que “no somos dueños de la verdad; sólo somos expertos de una parte de ella”. Toda la argumentación busca fundamentarse apelando a la psiquiatría como única profesión experta, sin necesidad de dar razones de esto. No va más allá del elogio -que, por momentos, suena a arenga-. Hasta cuando parece que se van a tomar algunos planteos críticos de la antipsiquiatría, se sigue afirmando el exclusivismo: “De hecho, somos la única profesión que tiene ‘anti’. Los psiquiatras tenemos ‘antipsiquiatras’, y que yo sepa es la única especialidad cuya nominación tiene antónimo”.

A estas expresiones grandilocuentes es bueno contextualizarlas. La corriente antipsi- quiátrica fue un movimiento surgido desde las entrañas de la misma psiquiatría; no fue un movimiento que la desconociera. A sus planteos adhirieron muchos movimientos sociales que se identificaron con sus críticas.

Por otra parte, el hecho de que sea la única especialidad que tenga antónimo da cuenta de un conflicto. Un espacio de disputas no meramente técnicas, pues lo “anti” se ubica en negar gran parte de los axiomas básicos de la psiquiatría como institución meramente productora de saber. En este punto, el terreno ideológico se hace presente en el choque de concepciones que genera. Ahora bien, el supuesto discurso neutro al que anhela parte de la psiquiatría queda salpicado de aquello que repele: lo ideológico. En este punto, permítase la imprudencia: ¿por qué a la psiquiatría que representa Sibils le incomoda lo ideológico?

La necesidad de un diálogo sustentado en el principio de honestidad intelectual

Esperemos que estos “discursos ininteligibles en su esencia” se vuelvan más inteligibles. Desde este momento está invitado a visitar el blog de la Asamblea Instituyente para informarse sobre nuestras ideas, con el fin de realizar un intercambio respetuoso que trascienda la politiquería panfletaria del agravio sin fundamento. Proponiendo un intercambio de ideas, no con “declaraciones efectistas políticamente correctas”, sino porque dicho proceso permitirá que toda la ciudadanía tome mayor conocimiento sobre la temática. Desde el ejercicio democrático de la participación política sobre un tema que nos involucra a todos, y que es necesario que salga más allá del reducido ámbito académico del país de “m’hijo, el doctor”.

Germán Dorta

Asamblea Instituyente por Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna.