Algunas mujeres aprendieron desde cómo sentarse en una silla para trabajar y no sufrir dolores de espalda, hasta cómo hacer ropa de baño y de cama, estando presas en el CNR, Unidad Nº 5. Adquirieron una rutina y se pusieron a enmarcar, cortar tela y coser con la gente del Sindicato Único de la Aguja (SUA). Al comienzo utilizaban la máquina de coser para dar puntadas en línea recta, después sobre cuadrados, después sobre círculos y espirales; ahora ya saben cómo hacer sábanas y fundas de almohadas de una y dos plazas, toallas, batas. En 2015, primer año del convenio ente la Unión Europea, la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) y el SUA, participaron 40 mujeres, de las que 32 recibieron un diploma del sindicato al finalizar la capacitación, y 20 “quedaron trabajando”. Este año comenzó, en agosto, el segundo curso, con 24 participantes. Está previsto que ingresen 24 más a partir de marzo de 2017, y que esta vez salgan con un certificado de la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU).

Ayer en el teatro Delaguja había varias personas vistiendo una campera roja polar con una máquina de coser y un ovillo atravesado por una aguja, símbolo del gremio, escuchando a Ricardo Moreira -dirigente del SUA y coordinador del taller de vestimenta industrial “Confeccionando dignidad”-, al director del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional, Eduardo Pereyra, al director del Instituto Nacional de Rehabilitación, Crisoldo Caraballo, y al representante de la Oficina Internacional del Trabajo, Fernando Casanova, que se reunieron tras una misma mesa en el marco de la actividad “Formación y trabajo en las estrategias de inclusión social de personas privadas de libertad”, organizada por la diaria en el marco del Día del Futuro.

Moreira aprovechó la ocasión y reclamó a las autoridades allí presentes que haya una mejor comunicación interinstitucional, presupuesto para llevar a cabo actividades como la que impulsa el SUA -que “seguro sale más barato que no hacer nada”-, y “voluntad” política para encontrar la forma de que las participantes del taller puedan cobrar un salario; Moreira quiere “que quede reglamentado” en la legislación. “Hay que encontrar la forma jurídica”, dijo, y contó que el año pasado lograron que algunas de las participantes formalizaran su trabajo a través del monotributo social, que gestiona el Ministerio de Desarrollo Social, para que pudieran comercializar lo producido, pero el problema es que aún no se ha resuelto cómo les llega el dinero de las ventas. Además, preguntó cómo consolidar los emprendimientos productivos, porque entiende que, en definitiva, los cursos que se dicten en las cárceles tienen que ser para aprender a “laburar” y poder trabajar una vez en libertad. Moreira considera que justamente por eso el taller de un año brindado por el SUA superó las expectativas: el “verdadero triunfo” es que las reclusas ahora “quieren laburar”. También aseguró que se debería contar con una acreditación de los saberes aprendidos.

Después de la exposición reprodujeron un video sobre el taller, en el que se veía y escuchaba a varias mujeres participantes contar su experiencia. Luz Perdomo, del SUA, reconoció que “nunca había entrado a un centro penitenciario” y que al principio le dio “mucho temor”, pero que después pasó a ser “una más” y “pudo demostrar” qué sabe. Paola, una de las reclusas que hicieron el curso, contó que también al principio pensaban que las “iban a tratar como bichos, pero no, son uno más de nosotros”. Viviana, también participante, acotó: “los integramos enseguida”. Lorena considera que ahora tiene “un futuro” y reconoce que, además de permitirle aprender el oficio, la capacitación sirve para despejar la cabeza: “tengo la ventaja de que, cuando estoy deprimida, vengo acá”. Mariana agregó que “ayuda a poder pensar positivamente, a poder salir de todo esto y darte un tiempo para pensar en vos misma”.