El año pasado fue doloroso para la música, con la partida de muchos artistas insignes, como David Bowie, Prince, George Michael y Leonard Cohen, pero también puso sobre el tapete, desde un lugar en el que el pop pocas veces se había colocado, varios conflictos sociales y especialmente étnicos, que marcaron la agenda estadounidense. Esta lista (obviamente atravesada por elementos subjetivos de quien la armó) parece rebosar una sensación de final de la fiesta, con músicos que nos alertan sobre los peligros de lo que se viene, otros que nos hacen un reporte del costado deprimente de lo actual, otros que se refugian en un espacio casi religioso y otros que preparan el terreno para su propia muerte. Quizá la sensación general, tomando todo eso en cuenta, es que 2016 fue un año de mierda, pero eso no impidió que en su terreno cenagoso florecieran trabajos como los mencionados a continuación.

10) Leonard Cohen - You Want It Darker. En una entrevista realizada por la revista The New Yorker en 2016, Leonard Cohen confesó, con toda tranquilidad: “El gran cambio que se viene es la muerte. Soy un tipo de hombre ordenado. Me gusta dejar todo preparado. Si no puedo, está bien. Pero mi instinto natural es terminar las cosas que empecé”. You Want It Darker está completamente atravesado por esa intención de desempolvar viejos estantes, reorganizar los papeles y hacer algunas llamadas de reconciliación pendientes. Sin embargo, en ningún momento parece, como Blackstar, de David Bowie, una suerte de inmenso testamento, o una resplandeciente obra con anhelos de inmortalidad. Es el sonido de los pasos de un hombre que camina serenamente hacia la oscuridad, sin que se le desacomode el sombrero.

9) Run the Jewels - RTJ3. “Quizá es por eso que Mike y yo nos llevamos bien. / No somos del mismo barrio, pero los dos oímos que viene un mismo sonido / y suena a guerra”. Los raperos Killer Mike y El-P siguen, disco a disco, inyectándole anabólicos y anfetaminas al gigantesco pitbull que forman sus rimas, y aun así nunca sueltan la gruesa cadena con que lo pasean, ni dejan de sonar lúcidos, inteligentísimos y elegantes. Si Kendrick Lamar se convirtió, con el estilo crítico y autorreflexivo de To Pimp a Butterfly, en el Martin Luther King del hip hop reciente, Run The Jewels vendrían a ser los Malcolm X del movimiento. Este es, como se ha dicho, un disco que más que llamar a la rebelión parece ser la banda sonora del amotinamiento, el sonido de cuando todo ya está en llamas.

8) Jenny Hval - Blood Bitch. Un disco sobre capitalismo, Virginia Woolf, cuentos de hadas vueltos hacia su costado más grotesco, disolución de géneros, vampiros y menstruación (bastante de esto último). Fácilmente se podría encasillar al trabajo de la noruega Jenny Hval dentro de todos nuestros prejuicios sobre el mundo de lo avant-garde, pero Blood Bitch es a veces tan melifluo, a veces tan plácido y a veces tan aterrador que parece algo más que un ejercicio académico o un trabajo meramente logrado desde su valor de shock. Con composiciones electrónicas que parecen cabalgar con un pie en el estribo del caballo de Kate Bush y otro en el del black metal, el mundo de Hval es a primera vista extrañísimo, pero una vez allí, y aun con sus raptos más pesadillescos, uno empieza a encontrarle un extraño sentido interno. Este álbum nos muestra que lo que consideramos más aterrador suele venir del rechazo a lo más natural de nosotros.

7) Angel Olsen - My Woman. Entre los nuevos y estilizadísimos videoclips que pueblan Youtube y Vimeo (ya liberados del encorsetamiento de formato que representaba MTV), uno de los más icónicos del año fue, curiosamente, bastante sencillo y directo. Veíamos a la cantante Angel Olsen patinar por estacionamientos, vestuarios y bares desiertos, rogándole a un antiguo amor que se callara, la besara y la abrazara fuerte. Ella, su locura y esa peluca de cotillón; su apariencia de concursante fallida en un torneo de patinaje que no pudo soportar el puntaje del jurado y se quedó deambulando en un delirio, dieron forma definitiva a esa querible desesperación que compone todo My Woman, un disco concienzudamente dedicado a la locura ante la indiferencia del amado.

6) Car Seat Headrest - Teens in Denial. “Estuve esperando toda mi vida, / estuve esperando por un porno realmente bueno, / algo con significado, algo que me colme. / Me gustaría que mi culpa sirviera para algo”. El cantautor indie Will Toledo sube unos centímetros más la barra para un género asiduo al humor cáustico y autolesivo. Aquí hay una graciosísima serie de consideraciones sobre el vacío existencial (“No tenés derecho a estar deprimido, / no te esforzaste lo suficiente para que te guste”, canta en “Fill in the Blank”), pero el cinismo nunca se lleva la ternura. Más allá de su perspicaz pluma, Teens in Denial es, pese a su tono derrotista, un disco lleno de canciones con arcos dramáticos, subidas y bajadas, partes coreables y momentos que generan una auténtica empatía catártica, como “Drunk Drivers / Killer Waves”, la banda sonora definitiva de quienes llegan tristes y borrachos a su casa después de una fiesta.

5) Kate Tempest - Let Them Eat Chaos. Más cerca del recitado que del hip hop, la rubia Kate Tempest tiene más pinta de académica o de bibliotecaria que de rapera, pero este disco no sólo es una ametralladora de imágenes poéticas y apocalípticas, sino también una sorprendente muestra del flow de su autora (de esas cadencias que no se preocupan sólo por el ritmo y el encastre de las rimas, sino por el peso único de cada palabra). Articulado sobre la base de las vidas de varios personajes que se despiertan ante una bíblica tormenta a las 4.18, es una poderosa disección de cierta cotidianidad londinense, una especie de realismo kitchen sink, sazonado por la volcánica ira de quien ve al mundo derrumbarse.

4) Childish Gambino - Awaken, My Love. 2016 fue un año crucial para Donald Glover, que una semana atrás se llevó el Globo de Oro a mejor serie cómica por Atlanta, el más fascinante, autocrítico -y, por momentos, surreal- programa que se haya realizado sobre el estado actual del hip hop (o, quizá sobre el hip hop en general). Pese a haber colocado este reciente hito en la historia de la televisión (con un tratamiento de la situación de los afroestadounidenses que, más que aleccionadora, parece posracial), Glover siempre había sido recibido en la comunidad musical con cierta frialdad o con abierta hostilidad (quizá por su procedencia socioeconómica distinta, quizá porque pertenece más a la televisión). Sin embargo, Glover -con su alias de Childish Gambino- siempre demostró que no sólo es un escritor habilidoso, sino también un músico todoterreno, que puede bailar y cantar con la misma destreza con la que actuaba y se manejaba con las rimas, y Awaken My Love es la muestra definitiva de todas sus habilidades. Sorprende la fineza de producción de un disco que parece sacado de los estudios que dieron forma a Funkadelic, con un armado sólido que pone en evidencia todo lo que nos perdimos cuando se dejó de grabar en analógico.

3) Anohni - Hopelessness. “Dejame ser la primera, / no soy tan inocente. / Dejame ser la elegida, / la que elegiste desde arriba. / Después de todo, en parte tengo la culpa”. Deben de haberse escrito en los últimos años pocos temas tan devastadores y poderosos como “Drone Bomb Me”, una canción en la que Anohni (antes conocida como Antony Hegarty) encarna a una niña afgana que mira al cielo y pide a los invisibles drones teledirigidos que la hagan a estallar como al resto de su familia. La canción no sólo es un evidente alegato contra la forma en que Estados Unidos ha venido actuando en Medio Oriente, sino que todo su dolor se despliega en múltiples referencias a entregarse por completo a una fuerza superior. Así, uno puede hacer de “Drone Bomb Me” un modelo para armar, aplicable a la íntima relación de uno con Dios, o a la total entrega amorosa a alguien, en esos momentos en que es tan radical el sentimiento que uno siente la tentación de entregarse para ser devorado. Con Hopelessness, Anohni se ofrece en sacrificio y trasciende lo musical, o lo meramente político: por 41 minutos, es la médula espinal de todo el dolor del mundo.

2) Frank Ocean - Blonde. En un escenario afroestadounidense particularmente activo, con movimientos como Black Lives Matter (Las vidas afroestadounidenses importan), Frank Ocean había sido un caso extraño, un músico que decidió recluirse (casi desaparecer, literalmente) en el pico de su fama, luego del exitoso disco Channel Orange, en el que se había desligado de la etiqueta del rap para abarcar terrenos más cercanos al neo soul y al rhythm & blues alternativo. En Blonde, más que una reaparición con fuegos artificiales, hay una voz bajo el agua, captada en una emisora de onda corta, que dice “todavía estoy acá”. Sólo la voz, no la persona. Parece un trabajo más modesto, pero es todo lo contrario: un disco con anhe- los de totalidad, que combina lo expansivo de la libertad de formatos y estructuras con lo introspectivo del tono. Uno podría buscarle la vuelta para venderlo, imaginarse una definición como “el Kid A del R&B”, pero toda aproximación se desfleca ante lo extraño y paradójicamente empático que es Blonde, un álbum que se vuelve más intenso cuando las canciones se desintegran y se parecen más a borradores. Hay allí una extraña capacidad de lograr que algo nos conmueva sin que podamos explicar exactamente por qué.

1) David Bowie - Blackstar. Es difícil imaginar un final más poético para la vida de David Bowie que el lanzamiento de Blackstar un par de días antes de su muerte. Quizá gobernado por un efecto de resignificación, el réquiem de Blackstar parece un dispositivo perfectamente engranado con toda la metaobra de la vida del Duque Blanco, un objeto que, más que poner en orden la casa, abre un campo lleno de acertijos y reinterpretaciones (mucho de eso hay en las imágenes del librillo del álbum, en las que muchos buscan mensajes escondidos), para que sus fans lo mantengan con vida. El sonido, impecable, parece una extraña mixtura entre los arreglos orquestales de Bisch Bosch, de Scott Walker, y el saxo liberado de Kamasi Washington en To Pimp a Butterfly, de Kendrick Lamar (el impecable trabajo en vientos de Blackstar está a cargo de Donny McCaslin), y redondea un trabajo comparable con lo mejor de la carrera de Bowie. Más que un canto del cisne, la hermosa y final luminosidad de una gigantesca supernova.