En 1949, Friedrich Hayek, economista y filósofo austríaco, publicó un oscuro ensayo titulado “Los Intelectuales y el Socialismo” en la revista de leyes de la Universidad de Chicago. Allí Hayek teorizaba sobre el rol de los intelectuales en las sociedades modernas, definiéndolos como “órganos” especializados en la producción y difusión de las ideas, conocimientos y creencias dominantes. Intelectuales, para Hayek, no son necesariamente los que llegan a dominar un campo o disciplina específica. Intelectuales son aquellos que por ocupar posiciones sociales prestigiosas en el campo académico y cultural interpretan saberes y creencias y las traducen para las grandes masas. Intelectuales son los “traficantes de ideas de segunda mano”. Casi un gramsciano, pero con un diagnóstico opuesto al de Antonio Gramsci, Hayek observaba que durante las primeras cinco décadas del siglo XX sólo los profesionales y académicos socialistas habían asumido, militantemente, su rol activo de intelectuales “orgánicos”. Sólo los socialistas, decía Hayek, “han ofrecido algo parecido a un programa explícito de desarrollo social, una imagen de la Sociedad futura a la que apuntaban, y un conjunto de principios generales para orientar decisiones sobre cuestiones particulares”.

Hayek cerraba su artículo con una arenga, un llamado a disputar la hegemonía en el campo de la cultura y las ideas: “Debemos ser capaces de ofrecer un nuevo programa liberal que apele a la imaginación. Debemos hacer que la construcción de una sociedad libre, sea una vez más una aventura intelectual, un acto de coraje. Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no parezca ni una mera defensa de las cosas como son, ni una especie diluida de Socialismo, sino un verdadero radicalismo liberal que no perdone a las susceptibilidades de los poderosos (incluido los sindicatos), que no sea muy severamente práctica, y que no se limite a lo que aparece hoy en día como políticamente posible. Necesitamos líderes intelectuales que estén dispuestos a trabajar por un ideal, por pequeñas que puedan ser las perspectivas de su pronta realización. Ellos deben ser hombres que estén dispuestos a adherirse a los principios y luchar por su plena realización, por remota que sea. Los compromisos prácticos los deben dejar a los políticos”.

Hombre de palabra, Hayek dedicó su vida a la construcción de un movimiento mundial de intelectuales (neo)liberales. La organización madre fue la Mont Pèlerin Society. Por ahí pasaron prestigiosos economistas, abogados, filósofos, periodistas, historiadores, filántropos y hombres de negocios. Varios de ellos ganaron premios Nobel de Economía (el mismo Hayek, pero también Milton Friedman, James M Buchanan, Ronald Coase, Gary S Becker, y otros). Todos o casi todos, durante décadas, militaron activamente para ganar la batalla cultural a lo largo y ancho del planeta: organizaron cientos de think tanks, abrieron institutos de investigación y revistas académicas, fundaron periódicos, crearon escuelas de negocios, publicaron libros y artículos de consumo masivo. Con el tiempo, los neoliberales crearon un nuevo sentido común sobre lo que puede y debe hacer el Estado, convirtieron a la economía en la ciencia social dominante, transformaron al mercado en un conjunto de principios abstractos mediante los cuales es posible interpretar (y modelar) el comportamiento humano en todas las esferas de la vida, y forjaron una nueva ética basada en la responsabilidad individual y la competencia. Sus ideas, creencias y repertorios de acción hicieron carne en los organismos internacionales, e inspiraron las reformas sociales y económicas necesarias para gobiernos acorralados por el estancamiento económico, la movilización social y la puja distributiva.

Este fin de semana falleció el economista Ramón Díaz. No es este el lugar para repasar su obra y juzgar su producción científica. Tampoco es el momento de evaluar su profusa contribución a las políticas económicas del Uruguay de fin de siglo. Pero sí es necesario inscribir su biografía en la historia de uno de los movimientos intelectuales más exitosos del siglo XX. Ramón Díaz fue el único sudamericano que llegó a presidir la Mont Pèlerin Society. Ramón Díaz fue uno de ellos: un neoliberal orgánico. Su legado es también el de una praxis militante coherente y decidida. Para recordarlo a él es también necesario recordar a todos los suyos.

Gabriel Chouhy.