Mañana comienza el tradicional festival de cine que se realiza en Gramado (Rio Grande do Sul, Brasil), en el que competirán dos producciones nacionales: junto a varias proyecciones, el sábado Guzmán García presentará su documental Mirando al cielo en la sede oficial del festival, y al día siguiente participará en un debate abierto.

En Mirando al cielo, García (director de Todavía el amor –2013–, editor y coguionista de Cachila –2008–, Mundialito –2010– y Maracaná –2014–) registra las vivencias de algunos miembros del grupo comunitario Ateneos, que funciona en el teatro La Máscara bajo la batuta de Quique Permuy. Mientras la cámara sigue el proceso de construcción de una puesta, varios de los participantes en la representación desnudan sus historias frente a una cámara, cuentan sus sueños y pesadillas, su realidad y sus fantasías. En definitiva, eso que les da fuerzas para vivir, y aquello que de a ratos se las quita.

Como se comentó poco antes del estreno, García confirma las dotes que había mostrado en su anterior documental para lograr que los entrevistados se sinceren, y construye una obra “sin golpes bajos ni sensacionalismos”, que “se acerca a la verdad cotidiana, y traza un recorrido contundente entre el escenario, los personajes y el conflicto, o la posibilidad de construir sentido”.

Otra de las seleccionadas para Gramado fue la coproducción uruguayo-argentina El sereno, primera película como directores de Oscar Estévez (guionista de La casa muda –Gustavo Hernández, 2010–) y Joaquín Mauad. En la primera escena del film, a Fernando (interpretado por Gastón Pauls) le llora un ojo, y su gesto indiferente no alcanza a ocultar su mirada perdida. Entre tonos sepias, luces brumosas y cajas de cartón, el que despeja ese trance es Pedro (César Troncoso, que esta vez se presenta de bigote y gomina). Los dos comienzan a recorrer el depósito que Fernando deberá custodiar, mientras la cámara acompaña el zigzag entre el baño con ducha, el patio con parrillero, los laberintos confusos y las escaleras encubiertas de ese monstruo en ruinas.

En el oscuro marco de esa realidad de pallets, hormigón, polvo y cartón, el personaje de Pauls comienza a vagabundear, atormentado por una serie de situaciones extrañas. Y así, desde el comienzo, esta es una apuesta climática anclada en el atormentado mundo del protagonista, que ofrece pura vigilia y sensorialidad de un tiempo detenido, un lapso signado por la inminencia de la muerte, de la locura o, simplemente, de un limbo cada vez más acorralado por sus propios demonios.

Perú, Chile, Argentina

Entre las demás producciones latinoamericanas se encuentran la peruana La última tarde, de Joel Calero, sobre dos ex guerrilleros de Sendero Luminoso que se reúnen, casi 20 años después de haberse separado cuando ella se alejó sin dar explicaciones, para concretar formalmente su divorcio; y Los niños, de la documentalista chilena Maite Alberdi, todavía en cartel en Montevideo –Cinemateca 18 y sala Pocitos–. En esta película, Alberdi se embarca en una historia sobre un grupo de amigos con síndrome de Down que llevan 40 años asistiendo al mismo colegio, y que se cansaron de que los demás los traten como niños, cuando en verdad son adultos y quieren vivir como tales.

Además, se exhibirán dos films argentinos que son los primeros trabajos de sus directores: uno de ellos es Pinamar, de Federico Godfrid, sobre dos hermanos jóvenes que viajan al balneario que le da título a la película con dos objetivos: esparcir allí las cenizas de su madre y vender el apartamento familiar; el otro es Sinfonía para Ana, dirigido por Virna Molina y Ernesto Ardito, y basada en una novela de Gaby Meik. Es una historia de amor y amistad entre alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, en el marco de la militancia estudiantil durante la más reciente dictadura militar argentina, y viene de ganar, el mes pasado, el premio de la crítica en el Festival Internacional de Cine de Moscú.