El 17 de agosto, un conjunto importante de organizaciones sociales pidió públicamente a las encuestadoras que publiquen los datos crudos (microdatos) del ciclo electoral 2014.

Hasta hoy, la respuesta es el silencio más absoluto: ni a favor, ni en contra, ni neutro: nada de nada. Pero si hay algo de lo que no tenemos dudas es de que están al tanto de lo que les piden, y que aún no está echada la carta final.

El pedido de información tiene como eje el derecho de los ciudadanos a conocer los datos de la encuesta tal como surgen de las respuestas de los encuestados, y no solamente la interpretación de la encuestadora. “La principal razón por la que realizamos este pedido es porque entendemos que el valor intrínseco de esos datos para la salud de la democracia es demasiado alto como para no estar al alcance de investigadores, cientistas de datos y la población en general”, afirma el comunicado de las organizaciones.

En un anexo de antecedentes se incluyen los argumentos en los que se sostiene el pedido, repartido en dos pilares: un estudio de los datos, complementado con una simulación por computadora que muestra que el sesgo del sistema de encuestas en Uruguay es grave, inapelable y de larga data; y una resolución de la Comisión de Promoción y Defensa de la Competencia en la que las propias encuestadoras reconocen que sus procesos de ponderación no son ni independientes ni probabilísticos.

Se trata de un paquete contundente, que no deja mucho espacio para dudas: primero, porque se basa en datos; y segundo, porque la única opinión que contiene –la de que la ponderación de la encuesta no es un proceso ni probabilístico ni independiente– es de las propias encuestadoras. Y a confesión de parte…

La posición de los medios de comunicación que mantienen contratos con las encuestadoras continúa siendo de apoyo incondicional. El tema de las encuestas se sigue tratando como una columna editorial: la encuestadora decide los temas, publica los datos, analiza los aciertos y pide perdón por los errores, sin que se filtre un átomo de luz u opinión que no esté perfectamente alineado con el discurso.

¿Por qué ante datos tan contundentes no generan un espacio de duda o de investigación sobre el tema? ¿Por qué jamás abren la puerta a opiniones divergentes? Y la pregunta del millón: ¿por qué no les piden los famosos microdatos a las encuestadoras para saber dónde están parados?

Ahora las encuestadoras tienen dos opciones: contestar o no contestar. Si contestan, también se abren dos opciones: que los microdatos nieguen las afirmaciones o que las confirmen. La primera opción tiene muy baja probabilidad, porque si fuera así ya los habrían publicado hace rato, desactivando toda la discusión y el cuestionamiento. Pero no hay modelo o simulación que no muestre de forma tozuda que el principal insumo para ponderar una encuesta es otra encuesta, confirmando, por ejemplo, que las encuestas de las internas tienen que haber dado a Luis Lacalle Pou ganándole a Jorge Larrañaga o que en octubre 2014 las encuestas daban que el Frente Amplio estaba muy cerca del 50%. El problema al que los directores de las encuestadoras se enfrentan cuando apoyan la cabeza en la almohada es que mostrar los datos no haría más que confirmar los argumentos que esgrime el pedido. Pero mantener el silencio es aun peor que romperlo, porque mantener el silencio significaría reconocer que en la cocina de las encuestas hay cosas que no se animan a contarnos.