Algunos atribuyen la baja boletería que está teniendo esta película a una publicidad desubicada: si bien es cierto que tiene muchos rasgos de cine de terror, considerada en su conjunto no corresponde en absoluto a las expectativas del público de ese género. Se trata más bien de “cine autoral”, muy poco convencional, y ver una obra así distribuida por Paramount y con un reparto de eminencias hollywoodenses retrotrae a los últimos lanzamientos cinematográficos de David Lynch (dicho esto sin intención de equiparar valores). Es un film que polariza opiniones: hay quienes ven en él una obra muy rica, compleja y original, y se disponen a examinar sus simbolismos; y hay quienes, estupefactos, vienen difundiendo la idea de que es “la peor película del siglo”. Es un film demente, histérico, radical, y da bastante que hablar.

Las dos primeras imágenes se explicarán recién al final: el rostro de una mujer quemándose en una llamarada, y el personaje masculino principal que deposita una piedra traslúcida en un soporte, acción que parece producir la conversión mágica de una casa arruinada en una flamante, en la que nos encontraremos con el personaje principal femenino. Estaremos junto a ella por casi todo el resto del metraje.

Lo que sigue, en términos generales, parece ser un drama íntimo. La pareja vive en un caserón aislado en el campo. Él es escritor y parece haber buscado ese lugar recóndito para lograr la concentración que necesita para escribir. Ella parece tenerle total dedicación, vive para él. La llegada de un visitante viene a perturbar esa paz: el marido conecta con el visitante y lo invita a alojarse allí, para consternación de la esposa, en la que pronto observaremos una especie de obsesión posesiva por vivir su amor de pareja en forma totalmente aislada, sin nadie que perturbe su afán de exclusividad. Poco a poco se agregan más y más personajes, cada vez más molestos, y la película parece ser una especie de potenciación de esa pesadilla de invasión de la privacidad. Esto continúa así hasta unos dos tercios del metraje.

Mientras tanto, hay algunas señales de extrañeza que se suman a los intrigantes planos iniciales. Por un lado son alertas de “terror”: pequeños sustos al estilo de Roman Polanski (ella se creía sola, se da vuelta y se topa con alguien a medio metro de distancia; ídem en el sótano, escucha de pronto un ruido ominoso, pero resulta que no era nada importante, sólo la estufa que se prendió), además del tratamiento sonoro lleno de crujidos y otros ruiditos inquietantes. El estilo visual peculiar también genera un clima de desacomodo: un patrón de colores desaturados tendiendo a lo azulado, amarillento, beige y marrón, las muchas imágenes en que los rostros están sombreados, la tendencia a acompañar a los personajes desde primerísimos planos (a tal punto que a veces sus rostros quedan ligeramente deformados), la tendencia a poner el objeto de interés justo en el centro del encuadre, la alternancia entre planos quietos cuidadosamente compuestos con otros momentos de cámara en mano medio caótica, y otros en los que la misma cámara en mano está rebuscadamente coreografiada (ella se desplaza para mirar algo y la cámara, en vez de seguirla con un simple paneo, realiza un giro completo a su alrededor antes de mostrarnos lo que ella está viendo). No hay una sola nota de música incidental: el papel del compositor Jóhann Jóhannsson fue trabajar musicalmente los ruidos de la banda sonora.

Pronto nos damos cuenta de otras cosas especiales que contribuyen a una sensación de sueño (o pesadilla) y de absurdo. Por un lado, estamos en una época medio indefinida: las ropas y peinados podrían ser actuales, y cuando los visitantes arman una fiesta suena música bailable de tipo actual; pero el escritor sólo escribe con birome, el teléfono es de un modelo viejo, en la casa no hay computadora, internet ni celulares. Alrededor de la casa no parece haber ningún camino: está implantada en el campo. Nunca entendemos cómo llegan las personas hasta ahí: no se escucha el motor de ningún auto ni se los ve acercarse, es como si se tratara de una escenografía teatral. Nadie tiene nombre. Los visitantes ven el libro del escritor en la estantería y lo comentan, pero nosotros nunca lo llegamos a ver, y no se menciona su título. No entendemos cómo la pareja se sostiene económicamente, porque al parecer ninguno de sus integrantes produce (el libro publicado del escritor ya tiene unos cuantos años). La división de tareas entre ella y él es medio extrema para una familia estadounidense de clase media-alta moderna: ella todo el tiempo está arreglando y limpiando la casa, él sólo se dedica a intentar escribir (pero no logra plasmar una sola línea), a buscar inspiración y a vincularse con los visitantes.

Otros aspectos son más explícitamente surrealistas: ella posa su oído sobre la pared, y escuchamos y vemos lo que parece ser un corazón que late. En el inodoro se ve algo que parece un animal y que exhala una tinta negra cuando se lo toca (¿un pulpo?). Cuando uno de los visitantes es asesinado, la mancha de sangre en el piso de madera adquiere el aspecto de una herida, y aun pasados varios meses la sangre sigue húmeda. La forma de esa herida en el piso puede evocar una vagina. Quizá esas cosas son alucinaciones de ella, porque cuando la tensión se incrementa ella corre al baño a tomarse una medicación no identificada y que nunca se menciona o explica. Podemos sospechar que es una de esas películas que ocurren dentro de una mente alucinada.

Pero luego esa historia queda casi toda en segundo plano. Se volvió a instaurar la paz aislada en la casa. Ella está embarazada, el marido finalmente escribió algo que le da a leer. A partir de entonces, la apariencia es aun más onírica que antes: ella acaba de leer el manuscrito que el marido le alcanzó en cuanto terminó de escribir, y en ese momento suena el teléfono y es el editor, también maravillado con el texto, que quiere combinar detalles de la publicación: claramente la narrativa realizó una especie de cortocircuito temporal, y el procedimiento va a seguir en una acumulación impredecible e hiperbólica de caos, absurdo y violencia.

Ninguna de las lecturas de la película es perfecta. Uno puede seguir una línea interpretativa hasta cierto punto: es una exageración absurda de la sensación de invasión de privacidad (y después, una exploración terrorífica sobre las peores fantasías que puede tener la madre de un bebé); es un comentario sobre la posesividad, o sobre la desigualdad de género, o sobre las locuras autodestructivas de la especie humana. El director Darren Aronofsky difundió la idea de una película alegórica: ella es la Madre Naturaleza, la casa es el planeta Tierra, el marido es Dios (en los créditos finales el personaje está designado como Him –“Él”–, y esa H es la única letra mayúscula que aparece en todos los créditos, incluido el título, estilizado como mother!). La pareja visitante serían Adán y Eva, y sus hijos, Caín y Abel. Con respecto a estos últimos, no hay mucho problema: un hermano mata al otro, y todo relato de un fratricidio está en relación intertextual con la historia Caín y Abel. Lo de Adán y Eva no tiene mucho sentido. El “mensaje” sería, para Aronofsky, de tipo ecológico: los destructivos invasores serían la humanidad descuidada que depreda la naturaleza. No se trata de una interpretación que venga fácilmente a la mente del espectador sin el apoyo de la explicación del director: al fin de cuentas, la humanidad nace en este planeta, no es que venga de afuera y lo invada. En la práctica sería posible buscar otras alegorías igualmente (no) válidas para cualquier cosa que esté amenazada por cualquier otra (por ejemplo, “la casa es el mundo occidental y los invasores son los inmigrantes”). En la película, el hijo es efectivamente entregado en sacrificio, y esto apoya la identificación de “Él” (el marido) con el Dios bíblico, pero convertiría al personaje femenino en María, no en la Madre Naturaleza. Y tendríamos que asumir un Dios bastante pusilánime, para lo cual podría haber interesantes argumentos, pero la película no contiene ninguna elaboración de esa idea.

Aronofsky previó que, ante su descripción de la película como una alegoría, llamarían la atención las mencionadas inconsistencias, y dijo que de eso se trata: si uno intenta profundizar en algún camino interpretativo particular, la cosa no funciona demasiado, y hay que apreciar la obra en forma menos intelectual. Pero ahí está, justamente, el problema: se pretende que el espectador agudice su disposición a interpretar en relación con algunos aspectos alegóricos o simbólicos, pero luego debe refrenar esa misma disposición y “dejar fluir”, en alguna medida ideal para la cual no existe ninguna pista proporcionada por la propia película (o por el discurso alrededor de ella).

Así que quienes esperen explicaciones, o pretendan que ¡Madre! se encuadre en algún género o forma de consumo predefinida, quedarán decepcionados, o se aburrirán, u odiarán francamente lo que van a ver. Otros tratarán de jugar al juego propuesto, pero aun así podrán considerar que todo es medio pretencioso, demasiado serio y afectado en esa pose a lo Alejandro González Iñárritu (“mis películas miran de frente los extremos del dolor y de la miseria humanos, contienen profundas reflexiones sobre la existencia, y consisten en virtuosísticos juegos compositivo-formales”), y que los intentos del director de allanar el camino, más que aclarar, oscurecen. Y que, además, los recursos modernistas-vanguardistas están bastardizados por algunos golpes bajos de cine de terror berreta. Y que Jennifer Lawrence es una buena actriz, pero se queda un poquito corta para la intensidad que se pretende aquí, máxime si la comparamos con la actuación, esa sí estupenda y muy inquietante, de Michelle Pfeiffer. Esta es esencialmente mi opinión, pero hay que agregar que, además del vaso medio vacío, está también el vaso medio lleno: esta película que no se parece a nada, ni en su clima, ni en su estilo ni en su forma, sacude y provoca incomodidad a distintos niveles, moviliza múltiples intertextos y proporciona asuntos para media hora de conversación con los amigos a la salida del cine.

¡Madre! (Mother!), dirigida por Darren Aronofsky. Con Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Michelle Pfeiffer. Estados Unidos, 2017. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro y Portones; shoppings de Colonia, Las Piedras, Punta del Este y Salto.